Nota: Con motivo del aniversario de los 200 años de la muerte de Francisco de Miranda, ocurrida el 14 de julio de 1816 en la prisión de Cádiz, España, publicamos el artículo que Enrique Santos Molado escribió al respecto.
Miranda, el fabuloso
Francisco de Miranda es uno de los personajes de la historia que parecen extraídos de la imaginación más recursiva. Su importancia no es póstuma, ni mucho menos.
Nunca he comprendido, ni compartido, la necesidad, un poco maniaca, de novelistas y guionistas de cine de inventarse héroes con supervirtudes y superpoderes, cuando en la vida real encontramos a unos tipos extraordinarios, varones y mujeres, que tuvieron vidas fabulosas, muy superiores a cuanto la ficción intente mostrar en las pantallas o en la narrativa literaria.
Uno de los paradigmas del género de personajes de la historia que parecen extraídos de la imaginación más recursiva es el caraqueño Francisco de Miranda, de quien se conmemorarán el próximo 14 de julio 200 años de su muerte, ocurrida en la cárcel de La Carraca de Cádiz, donde los esbirros de Fernando VII lo tenían recluido, y asegurado con cadenas, desde 1814. Ya en los tiempos de Carlos III y Carlos IV, las autoridades de la metrópoli lo habían catalogado un conspirador peligroso para el dominio español en América, y la santa inquisición lo persiguió como a súbdito indecente que ofendía los valores religiosos y morales de la Corona.
Durante 30 años, la policía española lo acosó por todas las cortes de Europa. La historia de sus escapadas, sus aventuras amorosas –que incluyen a la emperatriz Catalina la Grande, de Rusia-, sus arrojadas intervenciones en varias guerras, sus misiones como espía de España en la guerra contra los ingleses, su participación decisiva en los tres acontecimientos mundiales del siglo 18, que fraguaron el futuro de los siguientes 100 años y configuraron el mundo de hoy: la Revolución francesa, la revolución norteamericana y la revolución de las colonias españolas en América, entre otra multitud de acontecimientos que forman la biografía de Miranda, rebasan de lejos los límites de lo verosímil. Y se acercan a lo fabuloso, e incluso mitológico, si les agregamos detalles personales como el de su archivo, que comenzó a construir en el momento de incorporarse al ejército español en 1782. Miranda cargó con él adondequiera que fue, y en las peores circunstancias. Un archivo milagroso, que sobrevivió a las mil y una peripecias de su autor, que no se dejó apolillar por ciento y pico de años de abandono, tras la muerte del grande hombre, y que finalmente fue publicado en 24 volúmenes ‒unas 12.000 páginas‒, los primeros 16 en Caracas, entre 1929 y 1938, y los ocho restantes en La Habana, 1950. A ese archivo le dio Miranda el nombre griego de Colombeia, que quiere decir Colombia. Sus amigos y discípulos, Simón Bolívar y Antonio Nariño, hicieron realidad en buena parte el sueño de Miranda al constituir, en 1821, la República de Colombia y adoptar la bandera tricolor diseñada por Miranda. Colombia (la grande) se componía de los territorios de las actuales Colombia, Venezuela y Ecuador, pero Miranda había acariciado (lo reitera una y otra vez a lo largo de su archivo) el sueño ‒¿imposible?‒ de arropar con el nombre de Colombia una sola nación desde México hasta Chile.
El archivo de Miranda va mucho más allá de una simple colección de documentos. Es también un conjunto de crónicas de viajes que nos revelan a un escritor espléndido. El solo relato de sus correrías por Estados Unidos, la descripción de las costumbres que observó, de los acontecimientos que presenció, de los personajes que conoció, superan la crónica literaria para convertirse en un ensayo ameno y profundo. Francisco de Miranda fue uno de los hombres más cultos de su tiempo, que dominó una diversidad impresionante de conocimientos.
Su importancia no es póstuma, ni mucho menos. Estampado en el Arco del Triunfo de París está su nombre entre los héroes de la Revolución. La República francesa lo elevó a general, título no honorífico sino ganado en los campos de batalla contra los enemigos de la Revolución. Presidió la primera república de Venezuela, y envuelto en las intrigas de los ambiciosos y de los mantuanos, que lo habían detestado siempre como a un advenedizo, y abrumado por el desastre de Puerto Cabello, conservó la serenidad y grandeza necesarias para comprender cómo él, un viejo sesentón, estaba en el deber de salvar a los jóvenes destinados a llevar a buen término la misión libertadora. Uno de esos jóvenes, el más admirado por Miranda, en el que intuía al único capaz de encauzar las energías de los criollos hacia el propósito supremo de la libertad, era Simón Bolívar.
Su muerte en La Carraca de Cádiz no está clara. Se preparaba un plan para la fuga de Miranda. Sus amigos en Londres habían reunido mil libras con las que sobornarían a la guardia. Tres días antes de la proyectada evasión, Miranda, que gozó de una salud inquebrantable, enfermó de repente y murió. Se ha rumorado siempre que, enteradas del plan de fuga, las autoridades ordenaron envenenarlo. Miranda murió el mismo día en que se festejaban 27 años de la toma de La Bastilla. Su cadáver fue arrojado a una fosa común.
El próximo 25 de junio, sábado, la Sociedad Patriótica Antonio Nariño hará un homenaje a la memoria de Francisco de Miranda para conmemorar el bicentenario de la muerte de uno de los héroes fabulosos de nuestra nacionalidad común. Las exposiciones, una de ellas por teleconferencia desde Caracas, que dictará el historiador mirandino Manuel Bazó, se cumplirán en la casa parque Hacienda Montes, auténtica joya de la arquitectura colonial, donde Antonio Nariño vivió en los años siguientes a su prisión por la traducción de los Derechos del Hombre, y ubicada en el barrio Ciudad Montes, calle 10.ª sur n.º 38A-25.
[Publicado en El Tiempo en junio de 2016.]