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Mester de sastrería
A la hora de los trajes
la libertad visita en sueños.
Mientras crecen estacas
y púas en el cotidiano
telar de las ciudades
encuentro sastres
abrochando lunas
en el ojal de las pesadillas.
Por eso,
cuando la aurora se tiende
al nuevo día
desconozco el silencio
que prometen los ambulantes roperos.
Ladrón de sombras
Hay un ladrón que hace incisiones de fino corte
a la estética silueta del pájaro enjaulado.
Se le ve
tendido al dedal de los muros
infligiendo, puntada tras puntada,
lesiones a un cuerpo ajeno.
Acucioso
mide la musculatura del crepúsculo,
virtuoso
confecciona barrotes a su piel.
Blusas
Pieles varias a la moda
por la avenida se distraen
al compás del guiño
que hace el ojo – hombre a su beldad.
Blusas rojas en coquetos cuerpos
por las ventanas se refrescan.
Pasan buenos mozos
con olor a almizcle
que invitan a adolescentes besos
derrochar amor en las tabernas.
Manos
Hay un rito en las manos
cuando son dueñas de lo que hacen,
su riqueza no está
en el tesoro que poseen
sino en la semilla que siembran.
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Investidura poética de un sastre:
traje a la medida
Por: Doménico Valdelomar
Este libro es, como toda aventura poética genuina, una manifestación y exploración de las posibilidades expresivas del lenguaje. Aquí hay deseo bien logrado de potenciar y extremar las facetas y vidas de la palabra y sus significados. En consonancia, hay entonces deleite, ingenio, fulgor y sutileza labrados con variados aciertos. Además, la forma en que el poema aparece ante el lector también es pensado por este sastre poeta como un aspecto de suma importancia para construir significado. En tal sentido, pueden verse algunos acercamientos a los caligramas, al verso libre o a la prosa poética.
Un sastre es un artesano del vestido. Por él, como por las manos de peluqueros y barberos, pasan todos los días hombres y mujeres de las más diversas condiciones. Llevan consigo, estos hombres y mujeres, lo más público y privado que tenemos: el cuerpo. En su quehacer silencioso, que no pocas veces lo hace invisible, el sastre ha podido presenciar muchas veces los detalles y gestos desprevenidos e íntimos de quienes visitan su taller. En eso se parece, así mismo, a quienes fungen como empleados domésticos, presentes sin ser notados en las glorias y desdichas, en los momentos luminosos y también en los de oscura desventura.
Volviendo al artesano del traje, adentrándonos en su taller, podrá notarse que en los cajones, revueltos con las herramientas colgadas en paredes o sobre la mesa, se confunden incontables relatos, sucesos, situaciones. Unas serán tristezas y cuitas individuales, reveladas en un discreto e imperceptible tono menor, muy personal; pero otras también llegan hasta él y se dejan advertir y medir, dentro y fuera de su humilde taller. Estas últimas, las colectivas, aparecen como problemas a los que un muy imaginativo y lúcido sastre poeta encara, cuestiona, enuncia, creando en el proceso unas muy potentes e inspiradoras imágenes.
El lector complacido en indagar y comprender el decurso de la expresión poética nacional, de seguro encontrará que este poemario conversa animadamente con los versos transeúntes de Rogelio Echavarría, con la ciudad y su cotidianidad como tema en el caso de Mario Rivero, con los llamados a redescubrir el brillo poético del día a día que Óscar Hernández o Ramón Cote Baraibar proponen; también se le hará fácil notar la complicidad con el ingenio metafórico, entre agraciado e incisivo, de Juan Manuel Roca. A diferencia de Cote y de Rivero, que recurren a personajes cotidianos, anónimos y que llenan con sus vidas la cotidianidad y existencia de las ciudades, en este poemario encontramos que el propio sastre, uno más de esos anónimos y cotidianos, se hace verso a verso de una voz. Las posibles resonancias de Mester de sastrería con obras y autores del ámbito latinoamericano, por otro lado, es tarea que supera lo que este prólogo se propone, pero no es improbable para un lector curioso y dinámico, como los hay muchos, y tal vez esta aventura convenga guardarla para esos que irán encontrándose con este testimonio poético del oficio de un sastre.
Mester de sastrería, reiteramos, revela con cada línea una voz de registros múltiples, como son múltiples las experiencias que al sastre le van deparando los días, dentro y fuera de su taller. Así pues, tenemos que su tono intimista y romántico comparte escena con su vagabundeo por calles u otras coordenadas de la geografía urbana, lo mismo que por parajes que están más allá de la trama tenticular de las ciudades, como las costas de los mares y los paisajes montañosos. En los espacios urbanos, costeros y montañosos, este sastre devenido en poeta es cada vez más un agudo observador, cuyo testimonio en clave poética conmueve y llama a la reflexión.
Silva dijo en algún poema que el verso es vaso santo, obligando a los practicantes de la poesía a verter en él sólo aquello que cumpliera esa misma condición. Sin embargo, fue él quien primero transgredió este imperativo, como lo testimonian sus gotas amargas, sus arranques de humor para burlar la tradición y costumbres que le cupo en suerte vivir al final del siglo XIX, y no podemos olvidar la dureza de sus críticas, en forma de prosa o verso, a lo que en distintos ámbitos acontecía por aquel entonces. Transcurrido más de un siglo desde que el poeta bogotano postulara ese designio e inmediatamente fraguara su transgresión, por otra vía Mester de sastrería hizo suyo el mismo ademán subversivo y puede vérsele palpitando en poemas que no se esconden de las realidades más adversas pero que, a fin de cuentas, hacen parte por igual de la patria de hombres y mujeres de este tiempo.
Este poemario está hecho no sólo con lo sucedido dentro o en los alrededores del taller. Mester de sastrería se compone y nutre, igualmente, de aquellos sucesos o momentos en los que no fue necesario concentrarse en coser, remendar, cortar, medir o trazar. De estos otros momentos y sucesos, que también llenan la vida del sastre, los lectores nos vamos percatando y, algo no menos importante, los vamos reconociendo en su valor.
Desde que, al menos para el caso latinoamericano en general y colombiano en especial, la poesía se despidió de esas monumentales y escogidas voces que encarnaban una época y un pueblo, para darle paso a la multiplicación de voces que se ocupaban de enriquecer las corrientes poéticas desde el material de su devenir individual y anónimo, creció la posibilidad y variedad de manifestaciones poéticas. Por esta vía, la del ciudadano o habitante que escoge el camino de la poesía, nos terminamos encontrando no sólo con una lista innumerable de poetas, que sigue y seguirá creciendo, sino que nos fue posible también allegar la poesía y sus tremendas potencias expresivas y reflexivas a cualquier campo o situación de la vida humana. La poesía se volvió un patrimonio de todos, pues podía desde la experiencia anónima y diaria hablar a cualquiera. Este poemario se suma con innegable acierto a esta feliz tendencia.
Este poemario, en últimas, pareciera haber sido concebido bajo la premisa o actitud de vida que Geraldino Brasil expresara con tanta agudeza como belleza en uno de sus poemas, una suerte de desiderata, luminosa y difícil, del oficio. Por considerar que su impronta y valía no se desgasta con el paso de las horas, creo conveniente transcribirlo:
De la poesía
La poesía no te exige que seas grande.
No te quiere mayor ni menor de lo que eres.
De nada le sirve que hables como los demás.
Repetir es detenerse donde otros llegaron.
La poesía quiere apenas
que detengas tu atención en lo que sólo tú puedes ver.