34 – Mónica Quintero

Periodista y magister en Hermeneútica Literaria de la universidad Eafit. Periodista cultural desde hace once años. Trabaja en el periódico El Colombiano como editora de Tendencias y de la revista Generación. Es profesora de Taller de escritura de Eafit.

Pronto pastelera y repostera.

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Sos como una golondrina
de esas sobre las que yo cantaba
cuando era niña:
Alondrita, alondrita,
dónde estás,
dónde estás.
Y te imagino en un vuelo muy lejano,
con un libro,
con tus plantas en los bolsillos.
Qué tan lejos, pregunta el gato.
Tan lejos que ya solo se te ve
la punta de la nariz.
Tan lejos que todo está oscuro, nublado.
Tan lejos que hace frío, llueve aquí.
Hay tiempos que no se miden con reloj
ni calendarios. No hay fechas.
Hay vuelos que no se miden en distancias:
los kilómetros no alcanzan.
Y, sin embargo, ya llegó
diciembre otra vez.
Se escuchó a las doce, con la pólvora.
Y sos una golondrina que ya no está.
Ya no hay un solo diciembre para los dos.
Ni hay verano tampoco.

Azar

La muerte piensa en uno,
y uno piensa en ella,
porque ella,
más lejos o más cerca,
está ahí. Siempre.

Esa señora, por ejemplo,
que la veía de lejos,
que no estaba enferma,
que no estaba vieja (solo 50),
que no estaba pensando
en la muerte,
se rodó por las escaleras.

La muerte la tenía en la lista,
en la de cerca,
y ella se fue.

Los demás nos quedamos
temblando,
por lo frágil.
por los demás,
que uno quiere.

Miedo

El corazón
que se agita
con el paso del semáforo.
Rojo, pensaría uno.
No, hasta el verde
que conmueve,
que sobrelleva
ese dolor de no poder olvidar.
No del todo.
La piel de gallina,
el recuerdo,
un ángel de la guarda,
un rápido que se abra la puerta.

Despacio.
El sonido de la radio
de hombres con chistes extraños.
La gente que aplaude porque sí.
La televisión que alumbra.
La gente que se distrae
por mirar el celular.
La vida sigue.
El tiempo
con el segundero del reloj
y el tic tac
del de la mitad,
que se agita
con el paso del semáforo.
Hasta el amarillo.

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