30 – Jairo Trujillo

Pasajes de la vida de José Felipe (VI)

Continuación

Jairo Trujillo M.

José Felipe cuenta sus historias. Las iré dando a conocer con cierta regularidad. El propósito es reunirlas todas en un solo volumen.

Mucha gente ha vivido experiencias similares y se pierden en el olvido. Trataré de recoger algunas de ellas en estas narraciones para que se recuerden de alguna manera.

No tienen un orden cronológico, pues la vida no es una sucesión de hechos ordenados y planificados. Y menos la de José Felipe.

La primera parte puede leerse aquí.

La segunda parte puede leerse aquí.

La tercera parte puede leerse aquí.

La cuarta parte puede leerse aquí.

La quinta parte puede leerse aquí.

He aquí la sexta de ellas.

Noviembre de 2018

Los meandros del río de la vida

“Soy la nieta mayor de Herman Herrera. Mi tía me dio su teléfono. Acabamos de leer su artículo en la revista Gotas de tinta y no tenemos palabras para describir lo que sentimos; a mí me removió todo por dentro y rompí en un llanto que casi no controlo, mi cuerpo temblaba y sollozaba con un dolor inmenso.

Le quiero agradecer por ese artículo tan lindo que nos llegó al corazón a todos los de mi familia. Gracias infinitas por ser la voz de las personas que no pudieron defender sus derechos en aquel tiempo”.

Éste fue el mensaje que apareció en mi teléfono celular, después de una campanita de notificación. Quedé anonadado, impactado como nunca. Desde la ventana de mi casa, en lontananza miré hacia el Suroeste antioqueño y me imaginé aquellas hermosas montañas detrás de las cuales están los meandros del río Penderisco en Urrao. Mis ojos se encharcaron y por mis mejillas rodaron lágrimas de emoción. Mi pecho se estremeció y sentí deseos de gritar, de correr a contar aquel hermoso acontecimiento. Estaba solo pero me sentía acompañado de gente linda y noble, de la familia de mi amigo desaparecido.

Desde hacía tiempo venía buscando fuentes para mi crónica, particularmente a la familia de Herman Herrera. Sabía que algunas de sus hijas vivían en la ciudad y en vano pregunté por ellas a algunos amigos. Nadie sabía dónde conseguirlas. Entonces decidí escribir el relato basándome exclusivamente en mi memoria y en lo poco que un habitante de Urrao me contó hace varios años.

El caso interesó a mucha gente. Y más después de reenviarles el mensaje con el que empiezo esta crónica. Recibí un caudal de comentarios conmovidos y sentidos. Todos coincidían en que realmente valía la pena contar hechos que le interesan a la gente, que la hacen pensar y recordar. Que es muy reconfortante que lo que uno escribe le sirva a la gente, para su memoria.

Desde Urrao alguien me escribió y me contó que en Pavón, una región muy importante de ese municipio, los campesinos se reúnen a leer Gotas de tinta. Y lo hacen particularmente con las crónicas llamadas Pasajes de la vida de José Felipe. En ellas se habla de la vida en el Suroeste antioqueño en los años 70 del siglo pasado. Y particularmente en la última se cuentan aspectos de la vida del trabajador carretero Herman Herrera, desaparecido en el año 2000. Agregaba quien me escribía desde ese hermoso pueblo, descrito por Uribe Uribe en 1904 como el paraíso escondido, que cuando leían esas crónicas unos reían y otros lloraban y se conmovían con lo que escuchaban.

También recibí opiniones de amigos y desconocidos de mi ciudad y de otras partes de Colombia y de otros países de Europa, de América Latina y de Estados Unidos… en fin, de los lugares adonde llega la revista Gotas de tinta. Muchos de esos mensajes se parecen a los jeroglíficos prehistóricos y son los que ahora llaman emoticones; con ellos mostraban caritas asombradas o con una mano y un pulgar levantado…

Otros expresaban palabras sencillas y muy sentidas: “Una maravilla. Excelente, eso anima a seguir escribiendo. Felicitaciones por tan hermosa labor”, me dijeron varios amigos de otros tiempos. Un amigo que acaba de pasar por una situación difícil de salud sacó fuerzas para decir: “Esa es la compensación a la dedicación para rescatar la historia y la memoria de tantas personas olvidadas por todas las versiones oficiales”. Un médico muy entusiasta comentó: “¡Qué bien, toca el sentimiento!” Una compañera de andanzas históricas fue concreta: “Me alegro por ese aporte que le haces a la gente”. Un ingeniero bogotano que anda dirigiendo obras en pueblos remotos comentó: “Yo compartí con mis contactos el relato y el comentario de la familia del protagonista y les gustó mucho. Sobrevivimos con la misión de sacar del olvido vidas abnegadas de valientes que entregaron su principal valor: la vida por la utopía de un mundo mejor…”. Y un periodista de Urabá, conmovido, dice del mensaje del chat: “¡Qué oratoria tan impactante, tan penetrante, me quito el sombrero!” El fotógrafo de eventos culturales, acucioso y oportuno como siempre, opina: “Es satisfactorio cuando la tarea que se realiza con amor llega a generar sentimientos positivos en los corazones”. Un defensor de derechos humanos dice en su lenguaje de joven: “¡Ah… qué teso!” Desde el viejo Caldas un profesor universitario es expresivo: “Muy bello el escrito; es un gran aporte a la memoria”. Un dirigente cooperativista: “Es el poder de la confianza al servicio de la paz”. Una profesora jubilada oriunda del Bajo Cauca, amiga desde tiempos pasados de los campesinos de la Anuc (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos), dice: “He vuelto a releer Por los meandros del Penderisco. Una narrativa muy amena que se asocia a vivencias personales y a concepciones de vida por un futuro mejor y a historias de lucha por la tierra. Sigue adelante con tu narrativa”. Desde Chicago, mi amigo del alma que es como un hermano, me anima: “Muy emotivo el mensaje y pone sobre el tapete la importancia de la memoria”.

Y hay quienes van más allá: Esos relatos deben publicarse: Un antiguo compañero de bachillerato y defensor de trabajadores: “Acabo de leer la historia de Herman Herrera. Magistral. Ésa es una de las miles de historias de 53 años de violencia: la desaparición de los mejores hijos de mi patria, que tú cuentas en relatos hermosos. Vale la pena nuestra revista y vale la pena publicar tus crónicas en un solo volumen”. Y un viejo amigo que lleva buena parte de su vida estudiando, enseñando y participando en el movimiento de derechos humanos es más contundente: “Excelente mensaje de reconocimiento por tu valiosa labor de rescate histórico. Lo leí y me pareció extraordinario, excelente, de un valor histórico, social, político y literario. Te felicito. Me emocionó mucho; rescatas con gran virtud historias que hoy enseñan mucho, que nos remueven por las experiencias directas similares vividas y porque aún son circunstancias vigentes que se repiten y las seguimos encontrando. Un abrazote y que sigas esa gran obra. Esas historias también deben trascender y publicarse y difundirse. Ya tendrás que hacerlo”.

Leyendo todo lo que me llegaba por el correo y por el chat relacionado con la crónica Por los meandros del Penderisco y por el comentario de la nieta de Herman Herrera me producía unas sensaciones indescriptibles e inenarrables. Jamás me había sentido así.

Francamente estaba desconcertado porque no sabía cómo me habían contactado los familiares de protagonista de la crónica. De pronto sonó la campanita de notificaciones del chat en mi celular. Y he aquí lo que leí de un querido amigo de Bogotá: “Leí anoche tu historia Por los meandros del Penderisco. Me comuniqué inmediatamente con la hija de Herman. Le di tu teléfono y espero que te llame. Lindo homenaje a ese viejo entrañable. Un abrazo, hermanito”. ¡Eureka! Ahí estaba la explicación de lo acontecido.

Entonces leí un poema de Eduardo Galeano:

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

No resistí más y tomé el teléfono. Llamé al número que aparecía en el chat de la nieta de mi amigo urraeño y me identifiqué. Al otro lado de la línea una voz joven, muy amable y cordial me contestó con mucha alegría. Al poco rato me parecía estar hablando con alguien a quien conocía desde hacía mucho tiempo. Convinimos una visita y me dijo que lo ideal era que pudieran estar su mamá, sus tías y otros familiares.

Llegué el día señalado, a la hora acordada. Era un barrio que conocía bien, pues muchos años atrás había vivido cerca de allí. Me abrió la puerta la joven que se había comunicado conmigo. Me saludó de beso y abrazo. Entré a la casa y fueron saliendo su mamá, sus tías y unos niños. Todos me saludaron como si me conocieran de tiempo atrás. Bueno, a su mamá y a sus tías las había conocido cuando eran pequeñas, allá en Urrao, en la finca de su abuelo. En poco tiempo nos introducimos en conversaciones muy amenas sobre todo lo humano y lo divino, echamos chistes, reímos, nos contamos anécdotas de conocidos mutuos y algo hablamos de algunos detalles de la desaparición de Herman. Aunque ciertas cosas no coincidían con lo que yo había escrito, ni siquiera me pidieron que cambiara mi escrito ni yo he considerado hacerlo.

Llegó más familia, algunos niños que me saludaron de beso y un tío de la nieta que me escribió. Me mostraron recortes de prensa, de cuando salió el viejo en una foto a color y en primera plana del periódico con la noticia de la inauguración del acueducto de Pavón en Urrao. Recuerdo que la última vez que yo estuve con él, me contó de ese acontecimiento de gran importancia para esa numerosa comunidad campesina. Él había sido el líder y el alma de esa gran obra de traer el agua por las montañas y a través de varios kilómetros para beneficio de los pavoneños. Me sentía mejor que en mi casa, prepararon un almuerzo delicioso y especial para mí y brindamos con una copa de vino. ¡Qué familia tan maravillosa!

Me llamó mucho la atención que no tienen odios ni rencores ni sueñan con la venganza, a pesar de saber detalles y culpables y ejecutores de la desaparición de su padre y abuelo. Aunque siguen el trámite jurídico, después de diez y ocho años no ha habido fallo alguno. Sueñan con la paz, son fervientes defensores de un proceso de reconciliación y de solución negociada a este conflicto que nos agobia a los colombianos. Aunque ya están haciendo su vida en la ciudad y decidido aquí su futuro, continúan sus lazos con su tierra natal, algunos de ellos continúan allá viviendo y cultivando la tierra; los de aquí han mejorado la vivienda de la finca y van de visita con frecuencia. Hablamos y reímos varias horas, recordamos lugares hermosos, montañas maravillosas, gente que se fue y otros que aún viven. Los sentí como mi familia. ¡Porque son una familia maravillosa!

Cuando me fui me llevaron varios de ellos hasta el bus y esperaron que me subiera y desde la calle se despedían con la mano cuando ya el bus estaba en movimiento.

Salí de allí convencido del hecho de que si esas historias las leen y sienten como propias gentes sencillas y corrientes, los nadies, como dijera Eduardo Galeano, con solo eso, ¡vale la pena el esfuerzo de la revista Gotas de tinta!

Noviembre de 2018.

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