Libro de cuentos
Escritor, ensayista, poeta, investigador y gestor cultural, oriundo de Montería, Colombia. Miembro fundador del Grupo El Túnel, de Montería y su actual director. Profesor catedrático del Departamento de Español y Literatura de la Universidad de Córdoba, Colombia.
Ha publicado cuentos, poemas, crónicas, investigaciones literarias, ensayos y estudios monográficos. Ha ganado diversos concursos a nivel nacional de novela y de cuento.
En 1999 estuvo en una pasantía en la Universidad de Zaragoza (España). Cuentos suyos han sido traducidos al eslovaco, francés, alemán, inglés, portugués e italiano. Incluido en la Antología Vino para contarnos, Editorial Planeta, Buenos Aires, Argentina.
Algunos de sus libros publicados son: Oscuras cronologías (cuentos); Los extraños traen mala suerte (novela); Entre la soledad y los cuchillos (novela); Balada del amor final; Carmen ya iniciada (novela); Fernández y las ferocidades del vino (cuentos); Cuerpos otra vez (poesía); Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y de la historia (ensayo); Ese viejo vino oscuro (novela); Literatura en el Caribe colombiano (ensayo). Señales de un proceso (investigación); Aguacero contra los árboles (cuentos); Sombra en los aljibes (poesía); Textos de medianoche (ensayo); Montería a sol y sombra (ensayo); Fuga de caballos (novela), Luis Striffler en el Sinú y otras narrativas históricas.
Autor de dos obras de teatro y de los argumentos de las telenovelas: “Caballo Viejo”, “Música Maestro” y “La 40, la Calle del Amor”, obras que fueron llevadas a la televisión colombiana. Como director y guionista ha realizado tres documentales para Telecaribe.
Algunos de los galardones que ha recibido, son: Segundo premio Plaza y Janés, 1985, con Entre la Soledad y los Cuchillos; Primer premio de Novela Ciudad de Pereira, 1984, con Carmen ya Iniciada. Primer premio al Mejor Envío Extranjero, Concurso de Cuentos Javiera Carrera, Valparaíso, Chile, 1983.
A finales de febrero de 2007 obtuvo el Premio Nacional de libro de cuento de la Universidad Industrial de Santander con el volumen “Aguacero contra los Árboles”
Finalista en el Concurso Latinoamericano de Novela “Jorge Isaacs”, con la obra “Los Extraños Traen Mala Suerte”; también, con la novela “Entre la Soledad y los Cuchillos”, en el concurso de novela organizado por Plaza y Janés, editorial que publica su obra.
Editorial El Túnel, Montería
ISBN: 978 – 958 -48 -2846 -0
2018, diciembre
Banquete sagrado (cuentos)
Ella se sienta desnuda a escribir
Está comprobado: ella no podía aceptar mis silencios, mi mirada hacia el techo, la evasión que mis ojos hacían de su rostro. Y yo quería huir de su palabra. Algo para ella intolerable. Por eso regresó a su vieja venganza: se encamino al baño, dejó allí toda la ropa y se dirigió viringa al computador.
Casi siempre se sienta desnuda a escribir cuando quiere llamarme la atención o afirmar su personalidad; es todo un proceso. Y en la medida en que escribe los pezones se le van endureciendo, el calor le va ocupando el cuerpo, con arrebato y método, y le entra por las sienes, le turba la vista pero no le imposibilita los dedos, le hace temblar el mentón y los músculos del cuello, y le llega a las tetas, y las tetas se le llenan, se le apoyan, como dice, y le duelen, pero es un dolor sabroso, a lo Santa Teresa, y los pezones, o los picos, como dicen que dicen, se le ponen como piedrecitas. Se le engrandecen y ya quisieran que viniera él a apretárselos, a chupárselos, a mordérselos, a causarles dolor porque a ella en su arrechera se le confunden el dolor con el placer, a que le chupara todo el perímetro de las tetas y le dejara moretones, un collar de moretones, y luego, yendo hacia abajo, le diera mordisquitos en el abdomen, le llenara el abdomen de rojitos, de pizquitas ardorosas, y en ese instante el calor le hace otro charco en el ombligo, y, ¡ay!, quisiera que él se lo apretara, juntando carne derecha con carne izquierda, y que el calor y la mano se fueran sin escalas hacia lo que Faulkner pensando en geografía y no en sexo llamó el “deep south”, el profundo sur, y ya allí, calor y mano, fueran un solo masaje, un solo masaje atizado de aguas, un solo masaje pringado de gritos, de griticos, de gritones. Pero no, él parecía ser el monarca del silencio, o el puto rey del nomeimporta.
Y eso era lo que estaba escribiendo: revancha, desnuda escribiendo, pero forzada por las circunstancias (perdón don Pepe Ortega), pues su intención inicial era escribir, comentar, elogiar el encuentro pasado, la encamada de cuarenta y ocho horas con cuarenta y ocho orgasmos (polvos, dice el vulgo; pero para lo que ella siente, polvo es tan poca cosa), con el otro, pues comentar las encamadas hacía parte de las acostadas mismas, aunque “acostadas” sea un decir porque el trepequesube lo hacían en cualquier sitio: en la cama misma, pero también en el escritorio, en el piso, en el baño, en la silla de la cocina, muy cerquita del ajo (no del ajo de ella, sino del bulbo, cuidado con escribir vulva: me persigue la palabra), y apenas ella se recuperaba de la batalla (no quiero decir batalla de los cuerpos: es tan común: vulgo: vulva), lo cual demoraba de dos a tres días, iba al computador, y, desnuda, tecleaba la primera palabra: “Amor”, con mayúscula, porque mayúscula era la norma, y comenzaba la narración, a decir con palabras lo que antes había hecho con sudores, con atrevimientos que ella nunca había soñado, pensado o deseado. Las palabras le causaban un nuevo placer. Narrar lo realizado era como volverlo a hacer. Y que él, después, leyera. Otro, sí, otro placer.
Pero el calor y la mano invisible le habían hecho llorar su follaje, su follaje de pelo y lágrimas, y esa agua empezaba a enchumbar el cuero caoba de la silla, a hacer su mazamorrita pegajosa, a seguirle por los muslos, como hilos irregulares, y de pronto quería que del cuero de la silla surgiera un pene (un cosote, como ella decía en el delirio) y se le enterrara para dejarla clavada y establecida en el gozo total, para ella moverse con ese placer fijo explotándole en las entrañas, y ella terminar llegar acabar o desarrollar (tanta palabra para una misma agonía) y reunir fuerzas para empezar de nuevo, o que la silla se convirtiera en el cabezote del sillín de una bicicleta y contra él frotarse como lo hacían años ha las quinceañeras en el club y se acuerda de la que de tanto correr y frotarse y sobarse y darse le llegó la bengala del gusto y le chisporroteó en pleno cerebro y perdió el conocimiento y cayó sin sentido a la hierba del patio cubierto de abetos y frutales, y de allí la levantaron creyendo que era un ataque injustificado del corazón y después de que se recuperó no supo qué explicar y el médico Baquero no le encontró nada anormal, un enigma lo de la tipita, y la mandaron a la casa bajo observación, pero la observación de nada valió porque a los ocho días, como el gusto hace costumbre y la costumbre hace ley, la mujercita volvió a montar en bici y, lógico, volvió a frotarse, a darse en la raja de la sabrosura, y volvió a caer, pero como la experiencia es aprender de las caídas, la tipa aprendió a sobrevivir.
Ahora está sentada: desnuda y escribiendo, sudadas las nalgas, pegadas al hule las nalgas macizas, y enchumbados su follaje y sus recuerdos, sintiendo ese gusto inmenso, ese placer sin atenuantes que también concede la revancha contra el silencio, contra la ausencia de miradas o la evasión de palabras.