28 – Guillermo Henao

Poema

En 10 minutos bajamos de las altas laderas,
atinando en las agudas curvas.
Habíamos subido a contemplar la ciudad,
a acariciar suavemente nuestros cuerpos.

Tu madre llevaba 8 días con venoclisis
y pronto sería la hora de la visita.
Se apretujaban los dolientes, intranquilos y risueños,
por el estrecho pasadizo.

En el cuarto común, cuatro camas ocupadas
por enfermas que dicen estar bien
-aunque pocos les creen-
y se sacuden el calor aunado de los visitantes.

Tu madre está alegre y animada.
Repite los últimos incidentes de su estadía acá;
las rondas apresuradas de los médicos,
la diligente indiferencia de las enfermeras.

La miro y escucho, a veces también a ti,
en tu silencio de siempre;
veo su cara risueña, su verbo fácil y contagiante,
mientras prosigue con sus comentarios jocosos.

Aún no sabe que va a morir.

———

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Poema 1

Ella no gusta de la historia, “afición pueril de ancianos
que temen todavía morir.” Yo le confería relatos claudianos
o, mejor, le ubicaba la ubicuidad de sus súbditos.
Como púlpitos que no son púlpitos,
donde se amonesta al amonestador,
donde se afana al afanador,
erigía sus ojos para mirar con los míos.
Pero no pude incendiar astillitas de ascuas en sus fríos
propósitos,
depósitos
de viejos y reiterados ardores juveniles.
Entendí    como si ella quisiese liberarme en los rediles
de las frescas manos sin límites del porvenir que toda vía
lo es; y me habría
sus prietos labios circun-dando los míos in-decisos.
Si no quiso
precisar mi su misión,
si prefirió sus hábitos favoritos danzar y danzar, su don
aire de todo ritmo,
su istmo
de agradable franqueza, no reprocho. Sólo la veo cuando ella me re-cuerda
y viene a esculcar cuál cuerda
floja peligra
en mis confusas marionetas. No denigra
de mí. Me espera.
Ignoro si comprende que aún no soy el que era.

———

Poema 2

Estuve, pues, entre éstas mis seis paredes,
con mis hechos familiares y mis aparatos,
el tintero, los caleidoscópicos vidrios de colores
en el prisma que me hizo mi hermano,
los zapatos vacíos, el secante de qué,
el teléfono plástico, el caballito-escoba,
el maromero de madera que me compró mi madre,
la cámara de cine de cartón.

Atareado ahora cuando re-cién despierto
con estos viejos obstáculos.
Hasta el pedacito de paño deshilachado
que empaña mi empeño,
o quizás revivo otros tantos nuevos problemas y me siento culpable;
pero llaman a la mesa y sigo pre-ocupado.

Estás delante de mí, me aprisiono en tus miradas y en esta silla incómoda,
y saltas sobre madera hasta en la puerta de tu re-trato,
o en el tablero, sobre la caja de la que salgo somnoliento
y en este avión de mil alas con el que en mis libros me separo de tu olvido.

Pensándolo bien, estas seis paredes familiares me son tan extrañas como mí mismo.
O como tú, con todos tus semblantes y actitudes
cuando eres labios o manos apretantes,
cuando eres nariz, una mirada más por qué,
un muerto ramo de hierba resecada.