27 – Juan Manuel Roca

Juan Manuel Roca

Es un poeta y narrador colombiano. Nació en Medellín el 29 de diciembre de 1946. Transcurre su infancia en México y posteriormente en París. Durante los años 1988 a 1999 coordinó el Magazín Dominical de El Espectador, separata cultural con la que se formó prácticamente una generación, pues en ésta se publicaron un buen número de poemas. (Véase en Wikipedia su biografía, sus obras y reconocimientos). Los siguientes poemas los envió para Gotas de tinta.

Balada de los amigos muertos

Dicen que están muertos.
Irremediable y porfiadamente muertos.
Sin embargo
Me tropiezo entre los transeúntes
Con el más sedentario de ellos.
Uno pasa en su niquelada bicicleta
Como una vieja canción olvidada,
Otro me llama por teléfono
Y se queda suspendido en el silencio,
Creo que quiere cerciorarse
De que vivo en el mismo vecindario.
No sé por qué diablos
Pero parecen estar más vivos
Que la multitud que vocifera
En los combates de lucha y de boxeo,
En los desfiles y en los jubileos.
Sospecho que algunos tienen la clave
De mi casillero, la llave perdida
De mi buzón de hojalata
Pues a cada tanto encuentro sus huellas
Entre mis cartas y facturas:
Un sobre arrugado con estampillas
De un país que se fue de sí mismo trepado
En barcos, en  barcazas y en caballos,
Un diario atrasado
Con noticias del fin de la guerra,
La invitación a un baile de carnaval
En casa del vendedor de lámparas
Que se apagó antes que ellas se encendieran.
Me temo que los amigos muertos
Tienen franquicia todos los domingos
Para venir a tararearme canciones
En viejos dialectos llegados de ultramar
Por el lento correo del recuerdo.
Abro el libro. Leo una novela
Que habla de los mares del sur
Y de pronto me detengo en la palabra
Que un viejo camarada
Solía decir a toda hora.
La saboreo como a una fruta jugosa
Y entonces vuelven las muchachas
Del primer baile,
Caminamos los rieles de una vieja carrilera
O corremos junto al perro
Al paso del tren.
La muchacha que me acompañó
En las noches más oscuras del país,
Que me dio albergue en los tiempos
Cuando cursamos la asignatura del peligro,
Una pequeña diosa maorí,
Nuestra señora de los naufragios
Que tenía un reguero de lunares en la espalda,
Llega a deshoras
Cruzando escolleras y espolones.
A todas luces yo le resultaba
Un feroz espectáculo de soledad,
Alguien que era su propio mono de organillo.
El amigo muerto que vive
Abriendo una ruidosa botella de vino
Y que tintinea un vaso de cristal
En el mesón de la cocina,
Conoce muy bien la soledad
De mi despensa.
Algunos profesores insisten en hablar
Del fundador de Cedrón
Como de un remoto muerto,
Agarran una pala y lo sepultan
En un latín de sacristía,
Pero él se encarga de negarlo
Cuando veo desde la carretera
Las ruinas de un pueblo junto al mar
Que tienen el color de sus fantasmas.
Dicen que están muertos.
Irremediable y porfiadamente muertos.
Pero entonces, ¿cómo diablos
Se las ingenian para entrar en mí
Como a un viejo caserón,
Para viajar conmigo a un cafetal
En medio de las lluvias,
Para armar tanta alharaca en mi silencio
Y hacer en el tablero de los días
Un enroque de vacíos por mantas de lana
Y de toscas mortajas por veleros?
Para estar muertos
Le han tomado mucho gusto
A entrometerse en mis palabras
Y a repetir que el legendario fantasma
Que recorría el mundo
No vive jubilado en un hospicio.
Yo cuido con esmero
El jardín de los amigos muertos,
Aunque francamente joroben demasiado
Recordándome el libreto que reposa
En la oficina de objetos olvidados.

Para María Luisa Mejía, en la memoria.

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Del jefe de bomberos al señor Montag

Deberá aprender  
Que los libros arden a 451 grados Fahrenheit
Y  a repartir el fuego entre sus folios,
Señales de vida que simulan los hombres.
De regreso a casa, recordará que sus historias
Son escritas con ceniza y voces calcinadas.
Tendrá que trocar manguera y riego en lanzallamas,
                                                         /el agua en fuego,
Como los grandes sacerdotes que atizaron ascuas
En la noche que trepaba los muros medievales.
No debe dejar sin su ración de llama ningún libro
Por pequeño y discreto que parezca,
Puede ser una trampa para atrapar desprevenidos,
                                               /para cazar insomnes.
Como el lacre derretido, los libros solo dejan
Manchas rojas en la memoria, fantasmas en ronda.
La historia antigua,
Los miles de muertos clasificados en las bibliotecas
Son legiones de náufragos perdidos de rumbo.
¿Cuántos dieron la vida por su engañosa belleza,
Cuántas consejas se escondieron en sus lomos
Para celebrar mañanas huidizas y falsos profetas?
Queme los diccionarios,
En ellos se oculta un arsenal de rebeldías,
Enterradas municiones disfrazadas de ensueño.
Vigile que las chimeneas no esparzan al viento
                                              /esquirlas de palabras.
Incendie sus novelas, sus piezas dramáticas,
Sus libros de viaje, sus tratados de ornitofilia,
Sus volúmenes de arquitectura y otros puntos de fuga
Que ocultan entre líneas su linaje de árbol.

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Hey, Manolo Ruisol, respondo a tu pregunta de qué es lo que más añoro de Colombia cuando estoy por fuera de ella. Me pones a pensar en frutas como la guanábana, para no alargar el asunto, y sin duda en sus montañas. Ni remotamente se me ocurre la palabra patria. Pero si tratara de definir ese concepto por el cual nos desangramos y nos dejamos manipular, te diré que la patria es mi cama, así sea más cómoda la del hotel donde estoy.  En todos los países del mundo se debería levantar un monumento a su secreto inventor. No en balde cama puede ser un apócope de camarada, tal vez sea mi única y verdadera patria.  

La cama

La cama gobierna
El paraíso de la casa.

Sin pedirme
El santo y seña
Me abre un sésamo
A un país desconocido.

La cama preside
El discreto heroísmo
De las cosas.

Destendida al centro
De una blindada soledad,
Resulta bella
Como el desgreño
De una mujer
Que no acude
A la argucia del espejo.

Duermo con ella
Como un expedicionario.
De mis viajes le traigo
La flor de mi cansancio.

¡Cuántas
Puertas sucesivas
Debo atravesar
Para llegar
A su tendido y desnudarla!

Algunos enfermeros
Creen que padece
De altas fiebres
Y permanece postrada.
Yo me zambullo en ella
Como quien entra
En la tierra prometida.

La cama asiste a mi
Repetida costumbre
De resucitar cada mañana.

La acompaña
Un sillón de cuero
Que vive sentado
Como un reyezuelo danés.

La cama es cuna de sueños
Y novias embrujadas.

Punto de partida
De la grieta natal
Y del viaje
Al sueño sin regreso.