26 – Manuel Muñoz Uribe

Los comuneros y el Monumento a la santanderianidad

En el cerro más alto que hace ver más profundo el cañón del Chicamocha, está el monumento erigido en honor a la gesta comunera.

Allí no hay una estatua unipersonal que en su quietud pueda sintetizar el heroísmo de toda una comunidad. ¡No! El monumento representa un pueblo en acción: La revolución de los comuneros y la actividad desembozada de cada uno de sus protagonistas.

Sobre una hoja de tabaco, símbolo de la economía de la época y de los impuestos a este producto, está edificado el monumento, uno de los más significativos que se han erigido para exaltar la gloria de un pueblo dinámico que funda el progreso social.

En el centro de la hoja se encuentra Manuela Beltrán rompiendo el cartel de los impuestos, acto secundado por Lorenzo Alcantuz y José Antonio Galán.

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<p style=En la base del pecíolo que une la hoja al tronco, se encuentra el arzobispo-virrey Caballero y Góngora, llevando en la mano un hacha como símbolo de mando, y en la otra una máscara que representa la mentira y la traición; está parado sobre un baúl que encarna la ambición y el egoísmo, el cual le da una ventaja en altura que lo pone frente a Galán montado sobre un caballo, llevando en su mano una lanza.

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<p style=Sentado en el ápice de la hoja, se encuentra el monje dominico Fray Ciríaco de Archila repartiendo versos y consignas con las peticiones comuneras, animando a los rebeldes para que continúen su lucha. Comparada la actitud del monje con la del arzobispo-virrey, se marcan las dos corrientes de comportamiento que ha tenido la iglesia  frente a los necesitados: La jerarquía eclesiástica que desde lo alto se alía con los poderosos para aplastar a los débiles, y los verdaderos seguidores de Cristo al lado de los humildes.

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<p style=Esta gesta que constituye la más importante manifestación de los pueblos desde la Colonia fue frustrada por la conducta del arzobispo-virrey que no tuvo inconveniente en suscribir las capitulaciones para luego traicionar a los comuneros haciendo asesinar a sus conductores, ordenando el descuartizamiento de José Antonio Galán, contra quien se dictó la siguiente sentencia:

“Condenamos a José Antonio Galán a que sea sacado de la cárcel, arrastrado, y llevado al lugar del suplicio, donde sea puesto en la horca hasta que naturalmente muera, que ahorcado se le corte la cabeza, se divida su cuerpo en cuatro partes y pasado el resto por las llamas.”

La sentencia ordena que:

 “Su cabeza será conducida a Guaduas, teatro de sus escandalosos insultos; la mano derecha puesta en la plaza del Socorro; la izquierda en la villa de San Gil; el pie derecho en Charalá, lugar de su nacimiento, y el pie izquierdo en el lugar de Mogotes”.

La sentencia también afecta a su posteridad, al disponer:

“Declarada por infame su descendencia, ocupados todos sus bienes y aplicados al real fisco, asolada su casa y sembrada de sal, para que de esta manera se dé al olvido su infame nombre y acabe con tal vil persona tan detestable memoria sin que quede otra que del odio y espanto que inspira la fealdad del delito.”

Pero al contrario del escarmiento y el olvido que pretendían los españoles, el eco del grito de Galán se oye en los recovecos del Chicamocha y de toda la geografía de Colombia y de América, así pretendan los criollos o españoles americanos que reemplazaron a los españoles de la península adueñarse de su gesta. Su grito se expande parejo con el ejemplo, el pensamiento y la gloria del Libertador.

La felonía de nuestros gobernantes fue una lección aprendida de la traición del arzobispo-virrey a los acuerdos celebrados con los comuneros. Por eso asesinaron a todos aquellos que celebraron algún acuerdo de paz con los representantes del Estado. Así sucedió con los guerrilleros liberales del Llano, con los sucesivos protagonistas de acuerdos de paz, y ahora los representantes de los partidos tradicionales pretenden igualmente “volver trizas” los acuerdos de paz de La Habana.

La sentencia contra Galán se ejecutó hace más de 235 años, pero su gloria crece como crece la lucha de los pueblos del continente por su segunda independencia.