25 – Manuel Muñoz

Las niñas de las vitrinas del Barrio Rojo de Ámsterdam

Pocas cosas son tan visitadas en Europa como el Barrio Rojo de Ámsterdam. El gentío que va y viene por sus calles es tan numeroso o más que el que visita el museo de Van Gogh o la casa de Ana Frank. Ni el número de turistas de la Torre Eiffel visitada por 7.000.000 de personas al año, se puede comparar con los miles y miles de personas de todas las naciones, las edades y las razas que cruzan y vuelven a cruzar las calles del barrio de San Nicolás, que así se llama su iglesia.

¿Qué es lo que llama la atención? Inicialmente y de acuerdo con el color del cristal con que se mire, lo llamativo para las gentes del común son las mujeres exhibidas en las vitrinas como si se trataran de mercancías en busca de comprador. Sin duda, las “niñas” en las vitrinas son uno de los atractivos de la capital de Neerlandia, comúnmente conocida como Holanda. Los ojos del vulgo las consideran como las “putas del barrio rojo”.  

¿Cuál es la diferencia de las niñas de las vitrinas, que ciertamente ejercen la prostitución, con las mujeres que en nuestro medio viven de ese oficio? Las mujeres de las vitrinas ejercen una profesión con cierto decoro e independencia. En efecto, no reciben a cualquier baboso; lo requieren limpio, aseado y con capacidad de pago, porque el alquiler de las vitrinas vale entre 75 y 150 euros. Por eso, la entrada tiene un precio básico, el cual se eleva a medida que el cliente requiere un nuevo servicio, que va del despojo de la ropa interior hasta prácticas sexuales sofisticadas, cada una de las cuales tiene un precio adicional. O sea que el ejercicio de la prostitución en el Barrio Rojo se hace con todas las de la ley: cada acto es un contrato que el cliente debe pagar con seriedad, so pena de ser denunciado a la policía cuando alguien le falta al respeto a las mujeres. Tienen seguridad social, asistencia médica regular e incluso están sindicalizadas. En una palabra, ejercen un trabajo social y civilmente protegido.

¿Cómo surgió? Ámsterdam es una capital llena de marineros y canales navegables. Al desembarcar, los marinos llegaban al puerto en busca de mujeres para saciar sus ímpetus sexuales. Así nació el Barrio Rojo. Los hombres buscaban a las mujeres del puerto y éstas esperaban el dinero de los marinos que las requerían. Hoy, hay que decir que el Barrio Rojo no es un barrio deprimido, sucio o repugnante. Su limpieza, la vida cotidiana de las familias que lo habitan, el abundante comercio y sus calles “adornadas” con bellas mujeres que llaman la atención desde sus inexpugnables vitrinas, vestidas únicamente con ropa interior, a veces con una franjita suficiente para ocultar el pezón de sus senos, es un atractivo que concita a gentes cada vez más ansiosa de conocimiento turístico, y si se quiere de curiosidad, cuyo número crece al final de la primavera, en el verano y al principio del otoño.

A todo el frente de la Iglesia de San Nicolás, al inicio del barrio, la obra de un escultor anónimo ilustra la presencia de un “cliente ansioso”, que seguramente sale de la iglesia en busca de placer, de un “pecador” que ha traspasado la línea que separa la calle del interior de la vitrina. Su mano, como en el poema de Barba Jacob, acaricia con delicadeza el seno de una mujer bien formado.

Viendo la escultura, pegada al suelo del barrio y al frente de la iglesia de Cristo, se conmueve el espectador que canta las maravillas del universo:

tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Esta es la escultura:

 barrio-rojo