25 – Crónica de Luis Tejada

El porvenir del fascio

No ha sorprendido a nadie ‒decía ayer este diario‒ la victoria electoral de los fascistas en Italia. Era ese un suceso previsto desde el momento en que el gobierno empezó a preparar la campaña eleccionaria. Nunca se podría decir con tanta propiedad que “el que escruta elige”.

A propósito de esta victoria se volverá a hablar del fascismo en todo el mundo y a tratar de definirlo y de interpretarlo. En verdad, hasta ahora no ha sido posible encontrar una definición exacta del fascismo, y esta circunstancia es un indicio claro de su carencia de ideas esenciales, de nociones sistemáticas. ¿Qué es el fascismo?, se ha preguntado siempre alguna vez todo hombre preocupado. Y, como respuesta, se han dicho muchas cosas más o menos aproximadas, pero no completamente definitivas. Se ha dicho, por ejemplo, que es una desviación política de la atmósfera natural de violencia que incubó la guerra; o que es una reacción conservadora contra el estado agudo de revolución social a que llegaba Italia; o que es una especie de erupción política, súbita y violenta, semejante a esas erupciones geológicas que conmueven frecuentemente el suelo italiano.

Yo tampoco he logrado darme nunca una definición satisfactoria del fascismo. Sólo he podido comprender que, en resumen, el fascismo es Mussolini. Es decir: no es un sistema coordinado de ideas, que posea por sí mismo un valor universal y humano; es más bien la aplicación a la política y al gobierno de las cualidades temperamentales de un hombre, y quizá, de sus ideas personales; el fascismo es nada más que una proyección personal de Mussolini sobre la vida italiana. Desaparecido el hombre, desaparecerá también forzosamente su sombra, su proyección.

Desde luego el fascismo es un fenómeno genuinamente italiano. Y lo es porque sólo en Italia han aparecido siempre y pueden aparecer esas personalidades fulgurantes que arrastran momentáneamente y encauzan en un sentido determinado la voluntad popular: personalidades románticas, ricas en capacidad temperamental para atraer y subyugar. Y la prueba de que es un fenómeno genuinamente italiano, está en que el fascismo no ha logrado extenderse al mundo, no ha logrado ser humano, con esa especial virtud de transmisión que poseen las ideas y los sistemas verdaderamente universales. El movimiento reaccionario en España no podría compararse al fascismo, o sólo podría compararse en un sentido demasiado general, como si comparáramos dos puñetazos porque ambos produjeron una conmoción; pero los impulsos y las circunstancias pudieron ser profundamente distintos. Por ejemplo, el fascismo fue una revolución popular que se verificó ante la indiferencia del ejército; el movimiento español fue una reacción militar que se verificó ante la indiferencia del pueblo. Esta disparidad de orígenes desvirtúa, en el fondo, la similitud aparente entre las dos cosas. Tal vez en algunas partes, incluso en España, se ha querido copiar el procedimiento fascista, su regla de acción, su método de violencia. Pero no podría copiarse lo demás, porque “lo demás” y aun aquello mismo, es Mussolini. Y Mussolini es un producto puramente italiano.

No es mucho lo que el fascismo ha hecho en Italia, fuera de imponer un orden sospechoso y forzoso y de acrecentar un poco la preponderancia militar y política de Italia. Ha iniciado la marcha hacia el imperialismo, sin pensar o sin recordar que el imperialismo lleva en sí mismo el germen de su propia ruina.

En realidad, debajo del ruidoso mundo fascista, están vivas las grandes fuerzas revolucionarias que sacudieron a Italia después de la guerra. El socialismo y el comunismo transcurren íntegros, alimentados por un ideal eterno, ese sí, lo suficientemente humano y universal para no morir y para ser igual en todas partes. Son fuerzas esenciales, colocadas en el camino fatal de la evolución de la sociedad; son fuerzas históricas, imbuidas entrañable y certeramente del sentido del porvenir. El fascismo, que es apenas un hombre, significa quizá el último impulso desesperado de la vieja sociedad. “El fascismo, decía Wells hace poco, hablando de estas cosas, es transitorio; el comunismo, en cambio, es inmortal.”

El Espectador, “Gotas de tinta”, Bogotá, 9 de abril de 1924.