Cuento | Poesía | Teatro | Libro | Para escritores
Juan Fernando Uribe Duque | Sonia Emilce García Sánchez
Envigado. Licenciada en Educación Especial, Universidad de Antioquia. Asesora Pedagógica. Gerente Administrativa de la Empresa Todo Stevia SAS. Sonia pertenece al taller de Luis Fernando Macías (escritor y poeta).
Publicaciones: El zoocielo, Hilo de plata Editores. Algunos cuentos sobre su personaje Maú Down han sido publicados en Cuentos para toda clase de niños, de la colección Palabras Rodantes de Comfama y el Metro de Medellín (Un regalo del cielo), en la revista digital Gotas de tinta (El lápiz labial de mamá y Maú tiene gripa), en el taller de creación literaria: muestra de trabajos, de la Universidad de Antioquia y Asmedas (Una silueta para Maú). En los Trabajos del taller II y en la Antología del taller de escritores de la Universidad de Antioquia (El gato).
Un regalo del cielo
(Publicado en “Palabras Rodantes, del Metro de Medellín”: Cuentos para toda clase de niños, autores varios)
Maú infló los cachetes y los punzó una y otra vez para imitar el ¡ploc! ¡ploc!, que producían las gotas al chocar contra el cristal.
Cansada de ese juego, caminó hacía la ventana y se acercó al vidrio hasta que la nariz la frenó. Ladeó la cabeza de un lado a otro y, entre bizcos, alcanzó a distinguir su imagen.
Se alejó un poco y, sin perder de vista su cara, sacó la lengua, agitó las manos, meneo la cabeza, y sonriente pegó el rostro al cristal para darse un beso.
Estaba en esas cuando un relámpago le iluminó los pequeños ojos y el trueno, que precedió, la hizo saltar y, como sí temiera que los brazos luminosos del rayo la alcanzaran, corrió a buscar refugio entre los brazos del abuelo, quien sentado en su sillón, leía en voz alta.
Después de tranquilizarla, el abuelo le señaló el juego de encajar piezas que reposaba en el tapete.
El tono suave que traía en la lectura el abuelo cambió; entonces Maú lo miró con atención, mientras él, con énfasis especial, leyó: “…El que salve un alma, brillará en el cielo como una estrella.”
Reflexivo, el abuelo, dejó caer el libro sobre el regazo y cerró los ojos.
Maú interrumpió ese silencio y preguntó:
—¡Abu, ió, ió, esela!
Y, mientras corría por la habitación intentando hacerlo en puntitas de pies y elevando las manos al cielo, repitió la palabra estrella.
El abuelo dejó el libro en el atril. Caminó hacia ella extendiendo los brazos, Maú al verlo corrió hasta él. El abuelo la levató del piso y elevándola por los aires y le dijo:
—Maú, tú ya eres mi estrella
Sonriendo, Maú, lo llenó de besos y el abuelo, pausado, dio varios giros.
La biblioteca se oscureció. El abuelo encendió las luces y llevó a Maú hasta donde reposaba el juego.
—Continúa, armando torres mientras yo preparó la cena.
Maú que ya no quería ese juego, corrió hasta la ventana que daba a la calle; al mirar al cielo creyó ver una estrella luchando por traspasar una nube gris que la quería ocultar. Sin despabilar y limpiando el cristal con la mano, que se iba opacando por su respiración, vio cómo la estrella logró liberarse.
Y, fue así, que mientras la aplaudía emocionada, Maú creyó ver que la estrella le hacía un guiño de luz intenso y corto.
Sonriente, le estiró las manos y, como si quisiera atraerla hacia sí, abrió y cerró los dedos una y otra vez.
La lluvia nuevamente golpeo la ventana.
Maú, que solo sobresalía unos diez centímetros por encima del vano, limpió el cristal, para ver de nuevo la estrella. Pero solo vio la calle.
Ya se iba a retirar, cuando las luces de un auto iluminaron las gruesas gotas de lluvia que al caer contra el pavimento se multiplicaban en diminutas chispas salpicadas de luz.
El alumbrado público se encendió y en un costado del canalón, por el cual corría el agua lluvia, Maú vio que algo brillaba.
—¡Mi esela! —grito.
Y, con un aire decidido, salió corriendo de la biblioteca. Necesitaba ir por la estrella que había caído del cielo.
Cruzó la sala y cuando llegó a la puerta que daba a las escalas la abrió. Y como sí temiera que el abuelo la llamara detuvo la carrera; miró al interior de la casa, y al no escuchar nada, bajó las escalas y salió a la calle.
Maú, que nunca había salido sola, no se detuvo, caminó por la acera; al llegar a la esquina y dobló a la izquierda, dio varios pasos buscando quedar debajo de la ventana de la biblioteca.
Y, desde ahí, buscó con la mirada el brillo de la estrella, pero, el antejardín le impedía ver hacía la calle.
Entonces llenándose de valor dio varios pasos pero, al intentar alcanzar el ante jardín, uno de sus pies se hundió en el caño, la babucha se mojó y la espuma de la suela se hizo más pesada.
Maú, comprimiendo la cara, jaló el pie, y al montarlo sobre la grama sintió que se hundía en una charca de pantano. Hasta las orejas de las vacas que tenían sus babuchas se hundieron. Iba a gritar para que fueran a salvarla pero, al mirar hacia la calle, vio el leve brillo de su estrella.
—Mi esela —repitió.
Y, sobreponiéndose, dio cuatro pasos más que le permitieron alcanzar la cima del antejardín.
Ahora debía bajarlo.
Antes de emprender el descenso se agachó y, tocando las orejas, mojadas de las vaquitas de sus babuchas, les dijo:
—¡Naa!, ¡naa! ¡anquilas!
Emprendió el descenso, pero las vaquitas de las babuchas, que según parece querían regresar a casa, no se afianzaron en la grama y Maú resbaló.
Contrariada, se puso de pie, e iba a sacudirse cuando sintió el viento frio de un carro que al pasar a su lado la salpicó. Iba a llorar, pero otro carro que venía en dirección contraria, iluminó el caño y su estrella resplandeció.
Sin pensarlo, Maú, cruzó la calle, pero el pito de un auto la hizo detener en la mitad de la vía, otro auto que venía en dirección contraria también pitó.
El abuelo, que justo en ese momento había ido por ella a la biblioteca, al escuchar los pitos de los carros, se asomó por la ventana.
Al ver a Maú en medio de la calle, cerró los ojos como temiendo lo peor y emprendió una penosa carrera para traerla a casa.
Maú, que ya había logrado cruzar la calle, iba a agarrar el tesoro caído del cielo cuando escuchó el grito de su abuelo:
—¡María Eugenia!
Presurosa, cogió su estrella y la envolvió entre la camiseta.
El abuelo, enojado, cruzó la calle y, tomándola por el brazo, le dijo:
—¡No vuelvas a hacer esto!
Maú, papujó la cara, arqueó las cejas, e inclinó la cabeza mientras murmuraba un no seguido. Luego inclinó la cabeza y dócil se dejó llevar, sin soltar el tesoro que llevaba oculto.
El regreso a casa fue en silencio.
Una vez estuvieron en la sala, el abuelo se percató de que Maú escondía algo.
—¿Qué tienes ahí?
Maú, sonriendo con picardía, lo invitó para que se agachara y acercándole la cara, descubrió de entre su camiseta una lata apachurrada de cerveza y sonriente le dijo:
—¡Mi esela!