19 – Carolina Rojas

Carolina Rojas | Elkin Gaviria

Cuento ganador del Concurso Relata 2013. Categoría de mejor asistente a taller, mejor cuento: Carolina Eugenia Rojas Vélez, de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín (Taller de escritores).

Las palabras hacen falta, sabe

(Emma Viento)

Aunque en este pueblo pasa de todo, para uno es como si no pasara nada. Debe ser el calor, hombre, que  se me antojan todos los días iguales, parejitos. Sólo me queda un descanso en la madrugada, cuando el mar está quieto y huele tan bien. ¡Sí, verdad! A usted le huele a lo mismo. Pero no más llegan las ocho de la mañana y el sol pareciera querer devorarse todo. Y en las noches ese mosquiterío que no deja vivir. De las noches no me quejo, porque refresca y la brisa es tan buena que le acaricia a uno el pellejo. Los días son interminables y yo ya no estoy  joven para aguantar tanto sol. Es como un castigo de Dios, algo se trae conmigo desde que recibí a ese muchacho. Margarita se fue a la capital hace  muchos años y su madre, mi mujer, murió cuando ella era así no más, chiquitica. No, nunca me volví a arrejuntar con ninguna mujer. No le digo que este clima lo jode a uno de muchas maneras, y compartir la cama con un mismo cuerpo  toda la vida da mucho calor. En las noches, me refiero, se calientan las noches, y el pellejo de la otra, tarde o temprano, no te deja ya respirar. ¿Usted me entiende, cierto? Pero bueno, ahí ve usted al muchacho, no sabe ni partir un coco, pero me hace compañía.  Hasta hace unos años para lo único que servía era para rezar y rezar. Creo que esperaba que el padre Emiliano algún día le perdonara lo de aquella misa y le permitiera volver a ser el sacristán. Pero eso nunca pasó.

Raro, hombre, raro que usted no sepa lo de la misa, si eso lo sabe todo el pueblo, inclusive los venidos de afuera. Yo me estuve peleando un buen tiempo con el cura, pero con los años el calor terminó por quitarme las fuerzas para armar bochinche y acabé  recogiendo a este hijo de nadie, porque nunca nadie me lo reclamó. No se afane que la noche apenas empieza, podré contarle toda la historia y otro par. Si ve esa lucecita de allá, la que parece la primera estrella que se asoma en la noche, pero más brillante aún. Sí, esa. Esa es mi chalupa; bueno, la que era mía cuando todavía  tenía fuerzas para salir a pescar. Se la vendí a mi sobrino que ahora de grande se dedica a ese oficio y que tiene el cuero joven pa´ aguantar ese trote. ¿Siente la brisa, amigo, si la siente?  El mar es bueno, nos trae la brisa y la comida. Y recuerdos…

Para que usted me entienda, Walter, antes de ser el sacristán del padre Emiliano, andaba por ahí vagando de sol a sol y viviendo del dolor que le causaba a la gente ver un pelao tan solo. ¿Tú sabes?, ¿Le puedo tratar de tú, amigo? Bueno, muchacho, que ahora con los años me he dado cuenta de que quizás sea Walter la persona más de buenas de este pueblo, quizás su condición no le permita sentir esto que siente uno. Esa soledad tan grande, que lo golpea a uno a diario más duro que el sol. Siempre me pregunté si en otros lugares se sentiría igual. O es que aquí todo es propicio para sentirse solo, solo de todo, solo de sueños. Cuando uno llega a viejo, hombre, se pone así y ya no está Margarita. ¿Usted me entiende, cierto?, las obligaciones distraen. Pero la pelaa ya está grande y ha hecho mejor vida en la capital. Ahora sólo me encargo de Walter, que no da mucho qué hacer, y esperando que Dios se apiade y me lleve al cielo, porque hace mucho que estoy aguardando la hora. Es que cuando le digo que esta vida es un castigo divino no es en broma. Dios me tiene pagando la ofensa con este calor de mierda. Todo sea para que en la otra  no me toque el calor del infierno.

Lo siento, amigo, es que me gusta cerrar los ojos y oír la brisa. Aproveche, porque mañana sale otra vez el sol. Puntual. ¿Si sabía que bien lejos sale a destiempo? Eso debe ser  bonito de ver. Bueno, bueno, como le iba contando, el padre Emiliano fue el primero que recogió a Walter.  No llevaba más de quince días en el pueblo, recién salidito del seminario.  Flaco, como alma en pena, ni sombra de lo que es ahora. Ya verá usted, que estar en gracia de Dios engorda. Por eso yo estoy flaco, flaco, tullido. En ese tiempo Walter dormía en las bancas de madera del parque, enfrente de la iglesia. El padre se lo encontraba allí, de seguro, todas las mañanas. Una de esas sillas era su cama habitual, siempre que no lloviera, porque cuando llovía se escampaba en la puerta del colegio de las monjas que, como has visto,  es entechada y amplia. ¿Qué por qué no dormía siempre ahí? Yo no sé, como son de jodidas esas monjas, o quizás al muchacho le gustaba dormirse mirando el firmamento. Aún le gusta. ¿No lo ve ahí tirado en la playa mirando pa´ arriba?  Cielos como estos no se ven en todo lado. Mi niña me dice que en la capital no se divisan así las estrellas.

Nadie en el pueblo podía saber la edad exacta que tendría Walter para entonces, pero ya estaba lo suficientemente grandecito. Y rápido, rápido, que el padre se recoge al pelao y le da posada en la iglesia.Yo siempre pensé que ese Walter era una criatura especial, un hijo predilecto de Nuestro Señor. Es que había que verlo no más recitar  la misa de memoria, como si fuera un eco, un estribillo del padre Emiliano. Había que verlo dar a todos la paz con ese entusiasmo, con esa humildad de alma que no repara a quien toca.  A uno se le ablandaba el corazón y le hacía arrepentirse de tanto odio cargado, de tanta rabia, de las fueteras que le daba a Margarita. Pero al parecer Dios no perdona que un don nadie se burle  de su iglesia y se atreva a practicar el Santo Oficio. Y no me perdona entonces que yo haya recogido al pelao luego de que el padre lo echara a la calle como a un perro. Pero qué podía hacer yo, si, como le digo, estaba convencido de que hacía lo correcto.¿De qué se ríe hombre, se está burlando de mí? Yo no estoy loco, sólo viejo.  Aunque quizás de tanto calor, se me esté fritando el cerebro y ya no piense como es normal. Yo creí que con los años iba a encontrar ese entendimiento de las cosas, esa claridad de la que le hablan a uno los abuelos, pero nada. Ya no sé si todo era como lo veía antes, sí, antes, cuando tenía fuerzas para pelear contra el cura, cuando vivía desprevenido  de mi suerte, o si en cambio, las cosas son como se me ocurren ahora.  Debe ser que el calor le afecta a uno los sentidos, pero entonces ya tengo excusa ante Dios por no haber echado al Walter a la calle en castigo por creerse cura. Mírelo ahí no más, ese hombrecito extraño, que casi nunca habla y que cuando lo hace no se le entiende mucho. Imagíneselo ahora con la mejor sotana del padre; la doradita, esa que usa para las semanas santas y las navidades,  en las ocasiones especiales. Para los que estuvimos ahí era una cosa de no olvidar. Aún me da risa cuando lo recuerdo, pero enseguida me enserio y me echo la bendición, no sea que Dios se ensañe más conmigo y me alargue la pena y me quite la brisa. Ésta que le enjuaga a uno el cerebro y se lo deja lisito, libre de pensamientos horribles. Por eso trato de no pensar en esa misa, de no recordar a Walter levantando la hostia y repartiéndola sin miramientos a cuanta persona se hallara en el templo.Trato de no recordar al padre Emiliano amarrado a la silla de la sacristía, trato de no recordar que se revolcaba como un gusano intentando zafarse sin poder lograrlo, llorando como un niño chiquito, de impotencia y de ira. Era como ver la ira de Dios y en ese momento me dio mucha risa, es por eso que ahora mi chuchito me castiga. No me perdona la risa, si ve. Por eso ya no me rio. Pero tampoco puedo deshacerme del muchacho, no está en mi sangre esa fuerza del Señor. Así que he dejado que sea Él quien lo castigue de la forma que crea justa. Aunque uno pensaría que ya le ha cobrado suficiente con hacerlo bobo, pero ahora de viejo, como le dije, se me ha ocurrido que eso se lo mandó como bendición y no como castigo. Y siendo así, ya podría hacerlo cuerdo cuando quisiera, para obligarlo a pagar el daño con la conciencia lúcida. Pero algo de misericordia le queda a chucho desde que ha conservado a Walter tan bobo como siempre, más bobo que una gallina. Es un pelao bueno, me ayuda con los mandados, se pasa todo el día jugando en la arena, me abraza y me sonríe, y yo siento así que alguien me quiere. Sabe, uno se pasa toda la vida sin pensar mucho y cuando llega a viejo todos los pensamientos ahorrados de antes se le devuelven, como una radio a la que no se le acaban las pilas. En el día, cuando el sol está más prendido, rabioso, los pensamientos se calientan  en el cerebro como un caldo espeso, que no se puede digerir.  Pero en la noche, con la brisa, van ligeros, se hacen hasta agradables. ¡Levántate muchacho de ahí que ya está muy tarde!, sacúdete bien, no vayas a llenar la cama de arena. ¡Vete ya, vete a dormir!

¿Si ve lo manso que es? Tranquilo, no da qué hacer. ¿Cómo puede ser un peligro para alguien?, ¿cómo puede Dios enemistarse con él? Pero algún  sentido debe tener todo esto desde que chuchito me castiga,  y he empezado a creer que es cierto eso que dicen por ahí, de que los designios de Dios escapan al entendimiento humano, como si hablara en una lengua desconocida para todos, como si sus reglas estuvieran hechas para un juego de hombres mejores que yo. Siempre creí que de poder conversar con Él, la  cosa sería así, entre amigos. Pero no, porque  algunos años después de que recogí al Walter todo cambió para mí. La gente ya no me mira con los mismos ojos de antes. No se me ría, no se me ría, que es cierto. Desde que no pude volver al templo, todo cambió.  Usted sabe que quien no es bienvenido en la casa de Dios, termina por no ser  bienvenido en la casa de nadie.  Se me habla lo necesario, no recibo visitas, y a Margarita, que cada vez viene menos, ya no le hace falta su papá. La verdad es que ella siempre soñó con irse de la casa, y cuando Walter vino a vivir con nosotros, empezó a soñar con irse de este pueblo. Pensaba en volverse alguien importante algún día. Y yo le decía: Mija tú estás muy negrita para creer que vas a poder salir de esta choza, mejor dedícate a trabajar para un hogar, como lo hizo tu madre y la madre de tu madre y la madre de todos en este pueblo. Y ella me miraba con los ojos aguaditos y apretando los dientes para no dejar salir las palabras. Uno es un bruto, amigo, y no sabe cómo hablarle a los hijos. Pero lo que yo de verdad quería era que ella se quedara y me hiciera compañía, aunque sólo fuera pa´ pelear. Y  fui perdiendo amigos así de fácil como se ganan los años. Ya no salgo a la calle evitando las miradas. Sí, sí, Margarita me decía lo mismo, que son ideas mías. Pero hay algo en la mirada de la gente amigo, algo en el tono de la voz, una  desconfianza, un apartarse cuando les paso por el lado. Como si después de recoger a Walter se me hubiera prendido una enfermedad contagiosa, y la gente prefiere estarse de lejitos. A veces recuerdo lo que me dijo el cura la última misa que  pude asistir, cuando delante de todos me dejó en claro que ya no era bienvenido. Me dijo desde el altar, levantando los brazos y con una energía que lo hacía parecer un hombre más alto de lo que es: “Quien está contra Dios y los mandatos de su iglesia, soportará todo el peso de su cólera, y no le queda en esta vida, ni en la otra, nada bueno que esperar”.

Ahora lo único sería, que el padre se muera antes que yo. Así podría volver al templo a reconciliarme con chuchito. Pero voy ganando en años, amigo, segurito me toca a mí primero. Me tiembla el cuerpo de sólo pensar que del otro lado me toque un calor más bravo que este. ¿Ya se va? ¿Cómo así, hombre, se aburrió? No, todavía no es tarde, quédese un ratico más. Está bien, pero venga mañana y le hace compañía a un viejo.  Las palabras hacen falta, sabe. Me hacen falta las palabras.