19 – Alfredo Cardona Tobón

Alfredo Cardona Tobón | Gloria Isabel Muñoz Castañeda | Patricia Nieto

El congreso sobre colonización antioqueña

horizontes

Miembro de número de la Academia Pereirana de Historia,
de la Academia Caldense de Historia y del Centro de Historia de Manizales

La Academia Antioqueña de Historia tiene su sede en una amplia casona situada en el centro de Medellín; es un sitio lleno de recuerdos de la vieja ciudad, con placas recordatorias, cuadros de próceres, un amplio auditorio, valiosa biblioteca y oficinas con elementos modernos.

La Academia Antioqueña recibe cumplidamente un auxilio monetario, lo que no ocurre en Caldas ni el Quindío donde los académicos se reúnen en sitios prestados y tienen que hacer milagros para que la institución continúe funcionando; la situación en Risaralda no es tan crítica, pues la Academia Pereirana de Historia cuenta con instalaciones cedidas en comodato, pero no recibe auxilio alguno y tiene que atender los archivos notariales que por ley son responsabilidad del Estado y debe sobrevivir con exiguos contratos con el Instituto de Cultura y Turismo que tiene dinero para festivales del despecho, pero no le alcanza para darle apoyo a entidades que afirman la identidad del Departamento..

Varias voces

El 12 de junio pasado acudieron a Medellín los delegados de las Academias de Historia de Antioquia, Risaralda, Caldas, Quindío, Valle del Cauca, Tolima, Huila y miembros de varios centros de historia para hablar de la Colonización Antioqueña.

Aunque no estaban en la lista de participantes, los indígenas de los Resguardos de Riosucio, Caldas, se hicieron presentes con un documento donde demandaban, en aras de la verdad y de la historia, la presentación de las facetas de la colonización paisa que arrinconó a los nativos y los despojó de su tierra y de su cultura.

En la mayor parte de las exposiciones los conferencistas volvieron sobre la leyenda rosa de la colonización, cerraron los ojos ante el colosal crimen ecológico de sus ancestros, olvidaron la explotación inmisericorde de los más pobres, no analizaron la entronización de las castas de Salamina y Manizales ni se refirieron al desplazamiento de los negros y de los indígenas .

El comunicado de los Resguardos de Riosucio sirvió de introducción a la ponencia de la Academia Pereirana de Historia sobre “La ocupación antioqueña de los Resguardos indígenas” donde el autor de este artículo mostró las tretas, mañas y violencia de los antioqueños para apoderarse de las tierras a los nativos de los Resguardos de Tachiguí, Arrayanal, Tabuyo, Guática, Supía, San Juan de Marmato, San Lorenzo, El Chamí y Pindaná de los Cerrillos y arrebatar las minas y salados a los resguardos de Pirsa Escopetera, La Montaña, Quiebralomo y Quinchía.

La ponencia del Quindío

Con base en su tesis de Maestría, la historiadora Natalia Botero Jaramillo de la Academia del Quindío, se refirió al papel de los vagos y las prostitutas en la ocupación de la región. Fue un valioso abrebocas sobre el tema, que aún no se ha estudiado a fondo; baste decir que Manizales en sus primeros años fue el destino de los vagos y prostitutas extrañados de los municipios de Antioquia, y conviene recordar el reclutamiento en Medellín de presos, vagos y hetairas con destino a las fundaciones del Suroeste de Antioquia.

Habría que agregar que parte de ese lumpen del Suroeste continuó su marcha Cauca arriba y se internó en las lomas del Tatamá donde se mezcló con los nativos y los caucanos y que aldeas como Arenales (hoy Belén de Umbría) fueron zonas de frontera dominadas por bandidos oriundos de Antioquia.

La colonización caldense

Un día de conferencias fue insuficiente; hubo espacio para recordar a Parson, pero no alcanzó para hablar de los empresarios que acapararon los baldíos de Pereira, las lomas de Belalcázar y del Valle de Risaralda, como tampoco hubo un minuto para honrar la memoria del doctor Otto Morales Benítez recientemente fallecido

Hubiera sido conveniente abrir el abanico de visiones como lo solicitaron los indígenas de Riosucio para agregarlas a la imagen presentada por Parson y Otto Morales, del labriego que con un machete, una escopeta, un perro, una mujer encinta y un bebé en los brazos se adentró en la montaña donde hizo frente a tigres, culebras y notarías para quitarle un pedazo a la selva.

Quedó para otra ocasión la separación de caldenses y antioqueños, metidos en el mismo saco. Es justo repartir el mérito, ya que los caldenses, hijos de los antioqueños, poblaron la mayor parte del norte del Tolima, el norte del Valle, la cordillera occidental desde Balboa hasta Restrepo y Darién y ocuparon la cordillera central desde el Quindío hasta Ceilán y Fenicia.

Lo que no se dijo

Desde las primeras décadas del siglo XX la presión de la gente sin tierra empezó a fragmentar las propiedades de los empresarios que monopolizaron los baldíos. Inicialmente surgieron líderes que dirigieron las invasiones; luego la Asociación de Usuarios Campesinos -ANUC- canalizó la lucha agraria; y en el gobierno de Lleras Camargo, al Instituto Colombiano de Reforma Agraria -INCORA- no le quedó otro camino que legalizar las invasiones a numerosos predios descuidados o abandonados. Fue una colonización de tierras buenas pero improductivas que dio origen a numerosas comunidades campesinas.

Los delegados del Valle del Cauca volvieron sobre las raíces españolas cuando hubieran podido referirse al encuentro de paisas y caucanos y al choque de sus culturas; los del Tolima pasaron por alto la visión del librepensador Isidro Parra y los fundadores de El Líbano y los del Huila olvidaron las oleadas de labriegos paisas que a mediados del siglo pasado abandonaron su terruño para salvar la vida y se internaron en los montes sureños.

El Congreso sobre la Colonización antioqueña dejó más preguntas que conclusiones; ojalá pudiéramos convocar nuevamente a los estudiosos para escuchar a los negros, a los indígenas y a los campesinos rasos, ver cómo la mano de clérigos y políticos se extendió a los resguardos; evaluar el papel del hacha y de las quemas; el exterminio de los animales de monte y la extinción de las maderas valiosas en nuestros bosques.

Un análisis serio de la gesta paisa nos mostraría realidades que ayudarían, en prospectiva, a buscar el camino para ser más tolerantes, justos y solidarios.


 

La ocupación antioqueña de los resguardos indígenas

Alfredo Cardona Tobón

Ponencia presentada por la Academia Pereirana de Historia en el congreso sobre colonización antioqueña, organizado por la Academia Antioqueña de Historia

Junio 12 de 2015

Quinchia antigua

Además de derribar selva para abrir cultivos y sostener la familia, de luchar por un pedazo de tierra en los latifundios del sur de Antioquia y en el Quindío, de la explotación del hombre por el hombre en zonas mortíferas donde cada estacón señalaba la tumba de un labriego pobre, de fundar pueblos, abrir caminos y hacer florecer la patria en lo que fue el Viejo Caldas, norte del Tolima, norte del Valle y un pedazo chocoano;  además de todo lo anterior, que forma parte de la llamada Colonización antioqueña,  debemos  incluir la ocupación soterrada, muchas veces violenta y mañosa, de los paisas que entraron a los resguardos indígenas del norte caucano  y se quedaron con sus tierras y sus minas.

Es un capítulo poco estudiado, cuyos episodios aún están vivos en los archivos apolillados de los municipios de Riosucio, Quinchía, Anserma y Supia.

En las concesiones de Aranzazu y de Ramos al llegar el siglo XIX  no existían resguardos indígenas y en el noreste caucano, en cercanías de Cartago solamente persistía el resguardo de Pindaná de los Cerrillos. Eran selvas casi deshabitadas donde plantó su huella el antioqueño después de la desaparición de los  quimbayas y demás nativos  que poblaron esos vastos territorios.

En  la banda izquierda del rio Cauca, entre el rio Arquía y el Cañaveral, al empezar el siglo XIX estaban los resguardos indígenas de Marmato, Supia, La Montaña, Quiebralomo, Pirsa, Quinchía, San Lorenzo,  Guática, Tachiguí y Tabuyo. Era, pues, una zona poblada, con vieja historia, cultura caucana y numerosos poblados entre los cuales sobresalían  Supia, Quiebralomo, La Montaña  Quinchía y Guática.

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