Colombia, julio de 2012 - No. 8


Editorial Gotas de tinta
   
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Crónica de Luis Tejada

Es posible que en la exposición francesa no haya siquiera una sola verdadera obra maestra, pero eso no justifica el gesto de incomprensión que muchos de nuestros artistas y la casi totalidad del público culto que ha pasado por el pabellón de Bellas Artes, están adoptando ante las nuevas e inquietantes tendencias artísticas expresadas allí con más o menos exactitud, pero siguiendo en general un criterio cósmico que le da al conjunto gran valor informativo.

La mayoría de las gentes piensa que la exposición es una descrestadera; porque aquí todos vivimos creyendo que nos van a descrestar a cada paso, y nos empeñamos sistemáticamente en no dejarnos descrestar por nadie ni por nada. Esa manía absurda entorpece nuestra visión de los hombres y de las cosas, sobre todo si son hombres y cosas extranjeros, y nos impide hacer crítica justa; al fin, el prurito de no dejarnos descrestar acaba en que nos descrestamos a nosotros mismos. Pero ese es un vicio colectivo y perenne que se evidencia en todos los aspectos de nuestra vida; en lo que se refiere particularmente a la exposición francesa, he observado algunos curiosos prejuicios estéticos, que trataré de analizar en una serie de pequeñas notas al margen.

Ante todo, lo primero que se le ocurre al visitador, al ponerse frente a una de estas telas modernas, a veces realmente un tanto desconcertantes, es preguntar: ¿Y qué significa eso? ¿Qué obra hay allí? Porque no va a buscar en el cuadro la pura emoción pictórica, ni va a admirar la audacia de la ejecución ni a gozar la voluptuosidad de los colores; no lo aprecia por su valor intrínseco, sino por el significado trascendente, por el poco de tragedia o de filosofía o de enseñanza, por la literatura, en fin, que haya en él. Si en la tela se ve una mujer que acaricia un puñal y abajo dice: celos, el visitador se sentirá perfectamente conmovido y satisfecho; pero no comprenderá por qué ni para qué se pinta un trecho solitario de bosque o una cafetera abandonada sobre un mantel.

Sin embargo, una de las características más admirables y justas de la revolución estética que se impone hoy en el mundo, es la tendencia más o menos definida a independizar unas artes de otras, a acabar con la poesía pictórica y con la pintura literaria. Los nunistas, por ejemplo, predican como base de su programa futurista "que el verso no se debe poder esculpir ni pintar". Y parece lógico que la poesía verdadera sea la poesía sin imágenes, de ideas abstractas o de sensaciones inmediatas; en que la emoción que se experimente no se usurpe a otras categorías del arte, que tienen su medio propio de expresión; que sea una pura, una absoluta emoción poética.

Antes que describir un paisaje, ¿no sería más propio, más adecuado pintarlo? Lo mismo, aunque en un sentido inverso, podría decirse de la pintura. La pintura nunca puede ser más que una interpretación del aspecto externo de la naturaleza, es decir, del color; y sólo la fruición del color debemos ir a buscar a un cuadro; no se ve la necesidad lógica de que en la pintura haya ideas ni espíritu; precisamente el error del cubismo está en que el cubismo, en el fondo, sólo es una pintura de ideas, o mejor, una pintura simbólica; a fuerza de estudiar la naturaleza, los cubistas llegaron a esterilizarla, a abstractarla, a hacerla eminente, simple, espiritual y simbólica.

Pero las ideas de los cuadros cubistas tampoco están ya al alcance del modesto observador que pasa por el pabellón de Bellas Artes. Ese observador busca un poco de literatura pictórica accesible y docente, y se maravilla de no encontrarla ahí, entre los ascéticos discípulos de Picasso y los magníficos, sensuales, estupendos impresionistas, ebrios de luz.

El Espectador, "Crónicas de El Espectador", Bogotá, 21 de agosto de 1922.


Sobre los orígenes de la Exposición Francesa - Gotas de tinta

Como resultado de la inquietud despertada por la anterior crónica de Tejada Cano, decidimos consultar sobre los hechos que rodearon el proyecto de la Exposición Universal de París. Adjuntamos algunos datos  encontrados en el blog http://moleskinearquitectonico.blogspot.com/ de Carlos Zeballos:

“Desde la primera Exposición Universal, celebrada en Londres en 1851 (de la cual, lamentablemente, no queda nada ya que el famoso y audaz Palacio de Cristal fuera siniestrado en un incendio en 1936), las potencias europeas utilizaron estos eventos para dar a conocer sus adelantos científicos y artísticos y, por supuesto, utilizarlos como una herramienta de propaganda política. Es por eso que París había organizado exposiciones universales en 1855, 1867 y 1878. Pero 1889 era una fecha especial, ya que se cumplían 100 años de la toma de la Bastilla, y de la proclamación de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, que sirvieron de inspiración para la independencia de muchas naciones en la tierra. Sin embargo, el lamentable baño de sangre real que sucedió a la Revolución Francesa cohibió a monarquías europeas de entonces, como Inglaterra y Prusia, a participar de la Exposición.

Pero además, la Tercera República Francesa necesitaba la Exposición para recuperar la moral de la nación, tras la caída del Segundo Imperio y la vergonzosa derrota en la guerra Franco-Prusiana en 1871. Era pues imprescindible lograr una imagen que pusiera de nuevo a Francia en la palestra de las grandes potencias europeas.”

“La Exposición, inaugurada 6 de Mayo de 1889, estuvo compuesta por cerca de 80 edificios, siendo el más importante la Galerie des Machines, diseñada por el arquitecto Ferdinand Dutert y el ingeniero Victor Contamin. Se trataba de un edificio alargado de 420 m de largo y 115 m de ancho.

Otro de los atractivos de la Expo fue la llamada Historia de la Habitación, creada por Charles Garnier, el notable diseñador de la Ópera de París. Se trataba de un conjunto organizado en dos categorías: prehistórica e histórica. En la primera había estructuras simples ambientadas en hábitats naturales (al aire libre, bosques, rocas y grutas). En la segunda, estructuras de “civilizaciones primitivas” (egipcia, asiria), civilizaciones provenientes de la invasión aria (hindú, persa, alemana, gala, griega y romana) y "versiones contemporáneas de civilizaciones primitivas que no han ejercido ninguna influencia en el avance de la humanidad" (china, japonesa, inca, azteca y africana).

Muchos avances fueron expuestos en esta Feria Universal, la que fue la primera en la historia
en se abierta de noche, gracias a la iluminación eléctrica.

Pero sin duda el elemento más llamativo de la Exposición lo constituía la enorme torre, promovida y construida por la compañía del Ingeniero Gustave Eiffel.

Concepción de la torre

Es curioso pero Gustave Eiffel no diseñó la famosa torre que lleva su nombre. Es más, se mostró poco entusiasta cuando, en 1884, Emile Nouguier y Maurice Koechlin, dos ingenieros de su compañía, le acercaron sus bocetos para una torre de 1000 pies que adornaría la Expo. Aquel primer boceto incluía ya la forma de la torre que vemos hoy, apoyada sobre 4 patas que ascendían en forma triangular describiendo caras curvas, aunque presentaba 5 plataformas. Eiffel, sin embargo, autorizó a sus ingenieros a que continuaran con los cálculos.”

 


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