|
|
El 20 de agosto de 1905, Rafael Pombo fue coronado como el poeta nacional. Fue un acto solemne en el Teatro Colón de Bogotá, justo al lado de la casa donde nació. Siete años después, murió víctima de una alergia al polen provocada por las numerosas flores que le enviaron aquel día. Ahora que se cumplieron los cien años de su muerte, algunos hablaron de la segunda coronación del poeta.
Lo cierto es que independientemente de lo cuestionado o no del acto de coronar un poeta, Rafael Pombo sigue vivo en el alma de los niños de nuestro país. E incluso de otras latitudes. Y no hay adulto que no lo recuerde por la Pobre Viejecita, sin nadita qué comer, sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez y bebía caldo, chocolate, leche, vino, té y café. O por el hijo de rana, Rinrín renacuajo, que salió esta mañana muy tieso y muy majo con pantalón corto, corbata a la moda sombrero encintado y chupa de boda. Y por el gato bandido Michín, que quiso volverse Pateta y el que a impedirlo se meta en el acto morirá. Y nadie olvida a Simón el bobito, que quiere volverse también pescador, y pasa las horas sentado, sentado, pescando en el balde de mamá Leonor.
Es el ritmo sonoro y pegajoso de sus versos que deleita a un pueblo amante de la musicalidad poética. Son sus enseñanzas y moralejas que enaltecen valores humanos. Ahora sus versos han sido musicalizados por cantantes modernos y la gente los disfruta como siempre sin perder su fuerza y su vigor.
Lo curioso es que eso sucede a pesar del lenguaje utilizado y poco entendible para el común, aun en los años en que vivió. Rafael Pombo era, ante todo, un erudito y un gran dominador del idioma y traductor de Byron y de Horacio.
Rafael Pombo nació a los pocos años de la independencia nacional, de una familia aristocrática de Popayán. No sólo fue poeta. También fue político y diplomático en varios países. Se le conoce por lo que escribió para los niños, pero la mayor parte de su poesía fue para adultos.
Pombo fue un creyente religioso, pero tuvo momentos de lucidez como éste apartado XXV de su célebre poema La hora de tinieblas, escrita en 1855, cuando apenas contaba con 22 años:
¿Quién te hizo Dios? ¿Por qué, di
Cómo, dónde y cuándo vino
Privilegio tan leonino
A corresponderte a ti?
¿Por qué no me tocó a mí
Ese poder de poderes?
¡Ay! siendo lo que tú eres
No fuera el mundo cual es,
O aplastara con mis pies
Tan triste enjambre de seres.
La hora de tinieblas completa puede leerse en esta dirección:
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/pombo/pombo2.htm
Algunos, incluso ahora, no son capaces de decir lo que Rafael Pombo se atrevió a expresar sobre los Estados Unidos en su poema Los filibusteros, escrito en 1856:
Venid a conquistarnos, vosotros, heces pútridas
de las venales cárceles del libre Septentrión;
venid, venid, apóstoles de la sin par república
con el hachón del bárbaro y el rifle del ladrón.
Venid, venid, en nombre de Franklin y de Washington,
bandidos que la horca con asco rechazó;
venid a buscar títulos de Hernanes y de Césares
descamisados prófugos sin leyes y sin Dios.
Venid hambrientos pájaros a entretejer con crímenes
el nido para el águila que precediendo vais;
venid, infecto vómito de la extranjera crápula,
con la misión beatífica de americanizar.
Venid, dignos profetas, campeones beneméritos
de vuestra sacratísima divina esclavitud;
venid, héroes de industria, presente filantrópico
del Septentrión prospérrimo a su pupilo el Sud.
Venid, robustos vástagos del tronco anglosajónico
disforme, inmenso, atlético, gigante, colosal,
de entrambos mundos árbitro y su infalible oráculo,
colmo primero y último de perfección cabal.
El texto completo de Los filibusteros lo encontrarán aquí:
http://centenariodepombo.blogspot.com/2012/02/pombo-y-los-filibusteros.html
Nada mejor, para celebrar el XXII Festival Internacional de Poesía de Medellín, que recordar a poetas como Rafael Pombo y Mario Benedetti.
El primero, colombiano, autor del poema “Simón el Bobito”:
(…) Simón el bobito llamó al pastelero:/
¡a ver los pasteles, los quiero probar!/
-Sí, repuso el otro, pero antes yo quiero/
ver ese cuartillo con que has de pagar (…)
Los ingenuos hemos sido nosotros, los colombianos, pretendiendo una “reforma de la justicia”, que permita impartir fallos menos lentos; mayor castigo para los crímenes atroces; menor impunidad, con quienes ostentan dinero o poder; freno a los que se apoderan del dinero del estado (crimen de lesa humanidad), que podría solucionar deficiencias en salud, educación, asistencia a la niñez o la vejez, reducción de la violencia...
Existe un dicho popular: “al que le ofrecen, come”. Es un hecho natural, casi que instintivo; pero si al que le ofrecen le insinúan o advierten: -le vamos a dar, pero coma callado-, corre sus riesgos.
Pero parece que:
Simón el vivito apoyó al pastelero:/
le firmó los micos que quieren poner./
Si me descubren, ¡soy muy sincero!,/
digo que ustedes me quieren joder.
Parece que pretende continuar, ¡por la connotación de sus actuaciones!, la saga de los Turbay (I, II, III, IV…) (Turbay, Gaviria, Pastrana, Samper…)
Qué podemos esperar de él, si en el acto más significativo de su actuación política afirma que “si hubiera visto los ‘micos' no la hubiera votado". Pero no podía hacerlo, porque ellos estaban dormidos y no meneaban la cola. Inmediatamente después se escuda en el ministro, en el presidente, en los otros… Qué nos ofrece su futuro, desde ahora extinguido, aunque diga: “Acepto el error y le pongo la cara al país” y, por esto, acusa hacia los cuatro puntos cardinales, declarándose mesías, obligado, del hundimiento de una reforma sesgada, ¡y perdida! Es como si a un policía que se hace el pendejo y deja escapar un ladrón, al reclamarle contesta: pasó tan rápido que no pude verlo; pero voy a empeñarme en cogerlo; porque yo nunca estuve de acuerdo con que robara.
Ahora, no es al país, al que le quedó mal. Es a la nación, ¡cosas de la semántica!
¡Todos, “muy tiesos y majos”!, quisieron participar del pastel; pero este se quemó a la salida del horno, y ellos se endilgaron las culpas revolcando a la Cámara, Senado, ministros, Corte y hasta el Presidente. Lo único que no pudieron hacer, fue echarle la culpa a la masa, que sin estar fermentada esta vez sí se empinó.
Se delegan funciones, ¡nunca responsabilidad! Por tal razón, de la pastelería deben salir todos, ¡absolutamente todos!, los que planearon y redactaron mal la receta. Y el Presidente, si tiene parte en la tramoya, debe afrontar las consecuencias que tiene ganadas.
¡Qué vergüenza de nuestros dirigentes, de los que mancillan los votos de los electores! Qué ironía, disfrutar de tanta falsedad democrática!
Como principio, para comenzar a demostrar que no aceptamos más corrupción, debemos protestar estampando la firma; pero no es la meta alcanzar un millón, deben ser tres o cuatro (¡o más!). No es nuestra bandera, de los que haríamos nuestro último esfuerzo; tampoco de los políticos agazapados, esperando oportunidades, mucho menos de los opositores de oficio. Deben ser los jóvenes con pretensiones, sin mucha contaminación, los que se atrevan a liderar esta nación, con lo que el significado conlleva, sacrificando el enriquecimiento fácil y el engaño, como signo de solidaridad con un país masacrado desde 1492.
Mejor, expresarlo con palabras del otro poeta nombrado, el uruguayo Mario Benedetti:
¿Qué les queda a los jóvenes?
¿Qué les queda por probar a los jóvenes/
en este mundo de paciencia y asco?/
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?/
también les queda no decir amén/
no dejar que les maten el amor/
recuperar el habla y la utopía/
ser jóvenes sin prisa y con memoria/
situarse en una historia que es la suya/
no convertirse en viejos prematuros./
¿Qué les queda por probar a los jóvenes;/
en este mundo de rutina y ruina?/
¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?/
les queda respirar, abrir los ojos/
descubrir las raíces del horror/
inventar paz así sea a ponchazos/
entenderse con la naturaleza/
y con la lluvia y los relámpagos/
y con el sentimiento y con la muerte/
esa loca de atar y desatar./
¿Qué les queda por probar a los jóvenes/
en este mundo de consumo y humo?/
¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?/
también les queda discutir con dios/
tanto si existe como si no existe/
tender manos que ayudan, abrir puertas/
entre el corazón propio y el ajeno/
sobre todo les queda hacer futuro/
a pesar de los ruines del pasado/
y los sabios granujas del presente. |