35 – Teresa Emperatriz Giraldo

Teresa Emperatriz Giraldo Duque. Administradora, Ama de casa, Jubilada, Jardinera, aficionada a escribir. Asistente al Taller de escritores de Comedal.

EL DIABLILLO DEL DESAMOR

Andan diciendo por ahí que el amor es todo, que debemos amar al otro como a uno mismo, que esa es la única opción para encontrar plenitud.

Es verdad, lo he intentado todo, medito a diario, escucho conferencias, leo libros de maestros ascendidos, me aprendo el discurso, lo recito, es más, me lo creo.

Un día sin darte cuenta salta aquel diablillo que te muestra sin compasión como todavía, en tu adultez, solo te la pasas canjeando cosas, lugares y personas para vislumbrar la pobreza interior que te acompaña en esas lides del amor.

Esa pobreza deja ver un abismo tan grande que al mirarlo, en un segundo te traduce una verdad: el dolor sigue vigente en tu interior, y buscas solucionarlo comprando todo, en aras de encontrar un alivio para tu desamor.

Con lo que te relaciones te muestra tu pobreza afectiva, aunque no te des cuenta; siempre sales lastimado y como víctima, porque nadie te ama y nadie te comprende.

Pagas con tu libertad, porque apresas al otro; no lo dejas ser, te vuelves un niño cruel, un adolescente déspota, un jefe inhumano y un anciano triste e inaguantable.

Hay quejas constantes porque eres buena persona y nadie se da cuenta. Todos los actos de tu vida están encaminados a obtener una resultante, SER AMADO. Cuando esto no encaja con tus supuestos actos de amor, te desmoronas y empiezan de nuevo los actos de indolencia, de desamor, o en definitiva, te das vuelta y concluyes que es mejor estar solo.

El círculo vicioso comienza de nuevo.

Un día, por la gracia divina, se te ocurre pensar que nada encaja; que te has acobardado siempre para confesarte que en tu interior solo hay engaños, diálogos internos que te victimizan; que el único responsable de que reaparezcan en tu vida aquellos seres, tan empobrecidos afectivamente, eres tú mismo.

No encontramos por más que lo busquemos, el ingrediente que nos humanice: el amor desinteresado. Ese primer acto de amor que tienes que dirigir hacia ti, para que nazca al verdadero amor, así sea en pequeños gestos.

¿Por qué crees que hay tantos desórdenes en la vida de los seres humanos?

Demos una mirada a nosotros mismos en un día cualquiera: ¿qué piensas?, ¿qué haces?, ¿con quién te relacionas?, ¿en qué trabajas?

Todo habla de ti…

Qué pensamos de nosotros mismos cuando nos miramos al espejo. ¿Estamos capacitados para dar una mirada de amor a este ser integral que nos acompaña por la vida?

¿Eres capaz de pensar cómo te nutres, cómo te involucras en ese acto tan simple de desamor cuando nos desbordamos en excesos?

¿Encuentras personas que te ayudan a enaltecer al ser humano que hay en ti?

¿A qué dedicas la mayor energía y esfuerzo de tu día? ¿Eres capaz de canalizar, a través de lo que haces, tu sensibilidad para que llegue a otros y a ti mismo?

Realmente no es necesario buscar muy lejos….

Ya está hecho. Volvernos a nosotros mismos. Eres el Camino. Busca la Verdad y la Vida. Reiniciar tus pasos desde dentro es el acto más amoroso que puede borrar tus culpas por actos irreflexivos llenos de frustración.

Porque la clave está en no desistir hasta encontrar ese ser luminoso que está olvidado en las profundidades de tu alma.

Querida amiga mía:

Hace mucho tiempo tengo un deseo inmenso de contarte las razones de mi aparente silencio eterno, y creo que ha llegado el momento; los últimos dos años de mi vida han servido para confirmar que no existe escapatoria al miedo de ser yo misma.

Mi cuerpo me pasó la cuenta de cobro, y la suma de mis padecimientos no me ha dejado respiro, haciéndome fracasar en el intento de evadir con mis supuestas ocupaciones, mis responsabilidades.

Diríamos que de esa única manera lograba existir, haciendo de la evasión parte del aprendizaje, para no seguir endureciendo mi corazón con juicios innecesarios.

Un accidente sin importancia vino a desencadenar en mí, una serie de recaídas de salud, llevándome a confrontarme conmigo misma. Realmente, ya no tenía manera de seguir ocultándome, tras los discursos constantes para no ser.

El accidente me trajo de regalo una palabra, una frase: Dolor. Dolor que se convierte en agonía. Durante noches interminables, sin salida, mi cuerpo se volvió el verdugo implacable que apaleaba todo mi ser. Como el viento golpeando en un remolino incesante las hojas secas en verano.

Esto me llevó a indagar más profundamente en mi aflicción; en dónde empezaba mi gran lucha, porque ya mi mortalidad no daba más espera. Tenía que descubrir quién era yo realmente. Te juro que estaba paralizada, porque en algunas ocasiones, si usas muletas para buscar apoyo físico, también las buscas mentalmente para no tener que desentrañar los dolores del alma.

En mi juventud nunca creí, que en la tarea de descubrir quién soy realmente, el cuerpo jugara un papel tan trascendental.

Libré batallas interminables con los asuntos que atacaban mi materia, este cuerpo que nunca vi como el puente entre mi mortalidad y yo. Y que terminó por desatar tanto padecimiento en mí.

Este cuerpo me manifestó de mil maneras la inconformidad con el trato que hasta ese momento le di; como lo habitaba, como lo ignoraba.

Hace muchos años me manifestaste, querida amiga mía, lo inflexible que me veías conmigo misma, al no medir los descansos de mis largas jornadas laborales o lúdicas.

Eso fue lo que le hice al cuerpo para eludir cualquier cosa que me obligara a verme tal cual era.

Mi energía vital era implacable, pero ya lo ves; llega el momento en el que ella disminuye, ya sea por sabiduría de la vida, o porque te lo impone tu cuerpo. Es una manera tácita de decirte que ahora la atención es hacia ti misma.

Sin volverme dramática, más bien con buen humor, en este presente me parezco más a los niños, que miden cada paso que dan. Cada paso lleva distintas sensaciones a mi cuerpo; noto cómo cada músculo se mueve; pero tengo que hacerlo conscientemente para alcanzarlo. Ya no es un movimiento involuntario; hay que pensarlo, y subir un escalón es una proeza.

No me lamento, pero me perturba la idea de depender de las personas que cuidan de mí. Sé que es momentáneo, pero, ¿y si no lo es?

Entonces necesito aprender a recibir todo ese cariño que me otorgan aquellas personas que me rodean; debo reconocer que para continuar requiero de sus cuidados.

Cuán soberbios y desafiantes somos los humanos al convencernos de que no necesitamos de los otros, en los momentos de vulnerabilidad.

Necesidad se define como el estado del ser que se encuentra en carencia de un elemento; cuando su consecución resulta indispensable para vivir en un estado de bienestar; las necesidades son la expresión de lo que es indispensable para nuestra conservación y desarrollo.

Además, no se necesita estar en carencia, para necesitar. A veces la indolencia me lleva a presumir que no necesito lo que tengo cerca. Pero es que no lo veo. Pero lo tengo: el cariño y el cuidado de mi prójimo.

Hoy por hoy me queda claro, que para poder hablar de la situación de desventaja a la que me llevan los dolores crónicos, que confunden por completo mi conciencia, hay que padecerlos.

Sólo de esta manera puedo hablar con experiencia.

Mi vida se torna oscura y sin sentido si no encuentro la solución a mi padecimiento.

A veces no hay soluciones y solo queda apagar con medicamentos mi conciencia, por no existir nada mejor que me calme.

Indagué de mil maneras este diagnóstico, con el cual se venía abajo mi figurada fortaleza; luché con mis argumentos, hasta que acepté que el padecimiento se iniciaba con mi vida. Por estar ocultando mi dolor emocional, mi cuerpo soportaba toda mi terquedad, sin que yo considerara mi materialidad.

En conclusión, no me queda sino aceptar que me demoré mucho para entender que mi cuerpo habla a cada paso; que es un acompañante fiel; y que hoy solo quiero agradecer la toma de conciencia de mi corporeidad.

Mi recuperación es todo un desafío para integrarme a mi sustancia. 

Desde siempre tendría que haber tenido en cuenta el lenguaje de mi cuerpo.

Oírlo me hace más humana, más considerada, amorosa y sensible.

No puedo esperar más para darle más crédito a lo que siento, física y emocionalmente: los ingredientes para humanizarme.

La ancianidad será una hermosa etapa si no sigo desdeñando mi cuerpo.

Querida amiga mía, me despido. Por hoy estas han sido mis ausencias; hoy estoy de nuevo en la realidad de mi existencia.

Espero que nos veamos pronto.

Teresita