Para todo hay un momento
Camina erguida, bien plantada, del brazo la sujeta su eterno compañero.
Cada día, cuando pasa cerca del edificio, que construyen junto al parque, le silban y la agreden con palabras, los hombres que se apretujan en las planchas dos y tres. Con risotadas y frases desagradables se mofan y se excitan, yendo algunos… ¡mucho más allá!
Si al menos uno pudiera susurrarle: “¿!has brotado, acaso, del pincel de Botticelli!?”; entonces ella sería la excitada.
Pasa en silencio, y agachada; quisiera mirar, para enfrentar sus rostros insidiosos y gritarles que los odia, por su morbo imperdonable, pero no se atreve a hacerlo. El acompañante contiene su rabia; es guapo y corpulento, pero ellos son muchos y lejanos, y empuñan en sus manos martillos y cinceles.
Desde hace unos días percibe a alguien nuevo, por las voces y los retos de los otros, que lo incitan a que, también, la acose y le demuestre que es un “macho”, gritando diez sandeces “al modo de un pobre hombre insatisfecho”. Es miércoles, y el muchacho no puede evadirse del asedio. Al fin se atreve y dice algo, pero solo sabe hacerlo con respeto: “!Hola hermosa dama!” –susurra–. Ella mira de reojo, se confunde y continúa caminando.
Al sábado siguiente, ¡con la luz de los faroles!, la barriada se reúne en el baile del patrono. Es la noche en que la gente comparte sin distingos, y la mujer acude del brazo del amante. Nadie se atreve a invitarla, quizás los intimida su porte y su belleza, no son capaces de escuchar la negativa, o temen que a su amigo le moleste.
De repente, sus ojos se cruzan con los ojos de ese joven, que furtivo la observa desde el fondo, y ahora rehúye la mirada. La mujer se yergue y musita algo, al oído de su hombre; camina con soltura, radiante, y se dirige en busca del muchacho. Se acerca y le sonríe y reta; él está azorado. ¡Está bien! –asiente.
Van al centro del salón… y comienzan a danzar. La música es alegre. Se miran y acoplan sus pasos entre ellos.
Nadie podría adivinar –¡“con esas licencias que solo se permiten y conciben en el baile”!– cuántas veces sus cuerpos se juntaron; si se impregnó de sudor toda su piel; si entre sus dedos, apretados, se fundieron sus latidos; si sus sexos se rozaron, tras el cruce ¡incendiario! de sus piernas; si de mirarse tanto y sin brotar una palabra, con su pensamiento se entregaron, ¡sin contención!, por un momento.
Ella regresa, y el compañero le pregunta:
–¿por qué bailaste tanto?
–El muchacho baila bien –fue la respuesta.
–¿Y por qué tiemblas?
–Es que danza rápido, ¡y estoy rendida… del cansancio!
Es lunes, y otra vez se renueva la rutina. Ella se acerca, y avanza, con el rostro levantado. Todos se sorprenden y esperan expectantes. La dama se enfoca en el muchacho, y él se arrima hasta el borde de la plancha. Se miran y sonríen y… ¡de nuevo, por un momento, danzan!