35 – Fernando Araque

Demetrius, el seguidor de huellas

A primera vista, en Demetrius, no se observaba nada en particular que llamara la atención; era un joven que aparentaba su clase social tal como era, sin afujias económicas, con el debido respaldo familiar para llevar la vida apropiada en un estrato cinco.

Sin embargo, con el trato frecuente, se empezaba a notar que era un muchacho diferente a los demás. Por lo tanto, sus comportamientos no pasaban desapercibidos. Impactaba positivamente su trato cortés, su educación y su ternura. Era inspiradora su conducta. Con gran facilidad lograba que todos establecieran con él una relación como de niños que se toman muy en serio sus fantasías.

Tenía un ritual solo suyo. En las mañanas, antes de la hora del almuerzo, que oscilaba entre las doce del mediodía y la una de la tarde, se la pasaba en la ribera del río identificando las huellas que encontraba, hecho que eventualmente repetía al caer de la tarde.

No le importaba tener compañía, pero no permitía que le hicieran su trabajo, el acompañante debía limitarse a observarlo, o a esperar que terminara su ritual que tardaba hasta tres horas.  Lo cierto era que contaba con toda la seguridad en el entorno, aunque él no lo sabía.

Impresionaba el entusiasmo con que miraba cualquier seña que encontraba en la arena. Las miraba con lupa, las medía, las comparaba con las la huellas de sus pies descalzos, tomaba posturas de los posibles animales que hubiesen pasado por allí, emitía sonidos guturales semejando a las nutrias, a los conejos de monte, a las guaguas, los venados y otros que creaba  su mente. Hacía un verdadero drama con las imágenes de su fantástico y propio mundo.

Cuando llegaba a su casa, ya tenía una historia construida y pedía la atención de todos para contarla.

El segundo día que yo lo vi, despejó un espacio en la sala y actuando con todo su cuerpo como un cuadrúpedo saltarín, empezó su narración:

“Cómo les parece que anoche, o mejor dicho hoy en la madrugada, cuando se apagaron la luna y las estrellas, un venado atravesó el río, y empezó a corretear por la orilla, saltando muy contento. Tenía unas rayitas blancas en su lomo que lo hacían ver aún más hermoso, luego se internó en el monte a buscar retoños de palma que son su comida favorita.  Seguro que esta tarde saldrá y jugará conmigo. Yo estaré allí porque cuando se vaya el sol, pasará el río y no volverá porque tiene compromisos muy serios en la otra orilla”.

Era profunda la convicción que tenían sus palabras.

Cada día llegaba con una historia nueva.

Cuando las huellas que encontraba eran de humanos, las historias eran todavía más fantásticas, y por el resto del día asumía los roles del supuesto personaje, como actuando en un libreto de novela.

Nunca lo vi triste, ni siquiera cuando partía para siempre y desde su lecho nos dijo con voz contundente y seria, que en la vega del rio tenía una cita, que por favor fuéramos en su reemplazo, que no nos asustáramos con los seres extraños que a veces no dejan huellas.

Por mi parte me conformaré con escuchar las historias que traigan quienes asistan.

Fue así cómo dócilmente Demetrius  nos fue sumergiendo en su mundo fantástico donde fue feliz y a cambio, él sí, como nadie, dejando huellas en todos.

Mayo 2020.