Carlos Mario Garcés Toro. nació en Medellín. Es docente de historia y filosofía. Investigador de la lúdica y el juego. Cofundador de El Gaviero, periódico literario. Libros publicados: La Casa de Resfa (poemas de la vida, 2008, 2009, en 2013 UNAULA publicó la tercera edición con prólogo de Jaime Jaramillo Escobar, X504). Desnudo entre la multitud (poemas, 2014). Ruidosos y vacíos (poemas, 2014). Entre la vigilia y el sueño (cuentos, 2015). Poejuegos con reglas ortográficas y ejercicios creativos. (Susaeta, 2016). Tres faros (poemas, microrrelatos y ensayos, 2017). Los Autómatas (novela, 2019). Tiene inédita la novela: Hijos de Mala Sangre.
BARRIO PALERMO DE ITAGÜÍ
Hoy he vuelto al viejo barrio Palermo de Itagüí
y me he detenido frente a la casa de Ricardo.
Lo vi en el segundo piso.
Está calvo y flaco.
La última vez que lo vi fue hace más de treinta años,
cuando apostábamos carreras con las salamandras
y nos bañábamos en la otra orilla del río.
Me han contado que está solo y no se ha casado.
A su padre se lo llevó la muerte, y a su hermana Oneida
nadie volvió a verla después de lo del vicio,
pero sus piernas brillosas
continúan intactas en mi memoria.
El muro donde nos sentábamos a contar historias
permanece allí solitario.
En la casa del Ojo’e vaca vive otra gente,
y en el segundo piso ya no se asoman las Durango,
en especial Amanda.
Augusto se mató al caer de una bicicleta y golpearse la cabeza;
en vida, nadie fue capaz de ganarle volteando la mano al pulso
en las escaleras de su casa, en donde además jugábamos todas
las noches Hágase Rico (un juego con dados y fichas).
El teatro Caribe fue cerrado para siempre,
pero sé que muchos de nosotros volvemos a él
los domingos en la mañana.
Los santandereanos se fueron con el circo.
En la casa de la esquina donde
escuchábamos radionovelas en las noches
(El gavilán colorado y El código del terror),
y donde murió mi abuela, hoy funciona una fábrica de calzado.
El tejar donde jugábamos a las escondidas
detrás de los grandes aparadores de tejas y ladrillos,
se convirtió en un parque de diversiones,
y nadie puede dar razón del gato gris que vivía allí
y arqueaba su lomo por entre los adobes y tejas de barro.
De mí, quién diría que terminaría
urdiendo palabras y mirando al cielo,
y comprendiendo que con el tiempo
todo es una elegía,
pero que a pesar de su dolor volvería a vivirla
con igual pasión y sentimiento.
Hoy, al ver a Ricardo, las calles y las casas y los árboles,
me llenaron de una amorosa y terrible emoción.
CALLE CARABOBO
Todos se marcharon vieja calle de Carabobo.
Se fue Armando, Edgar, Milton…
Y el Mudo, que nos peluqueaba los domingos
y escuchaba la radio,
Miguel Conejo el de la legumbrería,
que nos contaba historias
y hablaba de ciclismo,
la casa de citas de mi abuela Resfa y sus muchachas,
los talleres de carpintería y su olor a viruta,
Arturo, el viejo portero del teatro Olympia,
que se cansó de vendernos cigarrillos a escondidas
y murió de tanto beber de la botellita plana
que ocultaba en el bolsillo de su saco café;
el local de revistas donde leíamos
a Keith Luger y a Marcial la Fuente;
también ella, Ángela Machado,
que con su hermano Gustavo
se fueron para Boston.
(Tomo el mapa de esta patria ilusoria
y la busco, y ella no está dentro).
Vieja calle de Carabobo
tú que conoces nuestro amor de niños
(el amor de niños es el más doloroso).
En una esquina tuya,
de noche,
mataron a John Jairo.
Vieja calle de Carabobo: yo también me voy.
LOS CONDENADOS
Las nubes son los barrotes
que se alejan y se acercan.
Cebados por el deseo, la codicia,
el poder y el juego.
La luna y las estrellas
son las luces del penal.
FÁBULA
—No me comas Bocagrán,
que tengo hijos y hogar.
—No temas, lombricita —dijo Bocagrán—
que he decidido volverme vegetariano.
Por lo tanto no comeré más
carne de lombriz y gusano.
La lombriz se sintió tan contenta,
que le dio las gracias, le deseó suerte
y se alejó danzando de alegría
a contárselo a otras lombrices
que no lo creían.
Bocagrán montó en las aguas de río
una escuela para la hermandad.
Todas las lombrices se inscribieron
con sus maridos e hijos, y en la primera clase
Bocagrán se los comió a todos.
BORGES
Las letras tienen Espíritu.
«El Zóhar».
El trasponer las letras le permitió descubrir
una sintaxis secreta y nueva en lengua castellana.
Cabal buscó en las hojas del texto
las palabras de exacta eufonía
que conocer le permitiera un día
la clave para cambiar el contexto
que el gnóstico y el cabalista intuyeron
al comprender el vasto universo,
de consonantes y vocales el verso
cuya exacta articulación predijeron
Plotino y Amonio en Alejandría
y Judá León en la judería
con el esplendor que refleja el Zóhar.
Borges creó su propia esfera verbal
porque supo entonar las letras bellas,
arcanos con que Dios creó las estrellas.
PARADOJA EN EL ANIVERSARIO DE DON PABLO NERUDA
Qué paradoja,
don Pablo,
que al conmemorarse su aniversario
tomen la palabra en plenarias y conferencias
todos aquellos de labia prodemagógica y posrectórica
contra los que su amor por los otros combatió:
—Ogros filantrópicos,
señoritos del Polo Club,
senadores y diputados radicales,
que se marchan a estudiar a Harvard o a Cambridge
a cobro del que muere a pedazos a diario
en las sombrías maquilas y en los campos de explotación
donde el patrón voltea la espalda y dice
que si no fuera por él todos morirían de hambre.
Los que condecora el gobierno
con la medalla al mérito,
los señores y las señoras de los clubes
de beneficencia y solidaridad.
Los delfines, hijos del doctor eminentísimo tal,
que esperan a que el carrusel político termine de dar la vuelta
para ellos tener el turno en el caballo perpetuo del poder.
Los que legislan y piden al pueblo transparencia
desde sus sillas burocráticas;
y en el pueblo, gamonales que se rascan la panza bursátil
y se sientan a la mesa con el cura,
que arenga a la feligresía desde el púlpito
en el nombre de Dios;
y el inspector que arenga a la cuadrilla
de pobres soldados.
Los que se repartieron
las mejores tierras, las mejores aguas, las mejores calles,
las mejores casas, las mejores escuelas, los mejores empleos
y los mejores trajes.
Qué paradoja,
don Pablo,
todos ellos terminaron hablando en su aniversario.
LA VAGINA
No todas las vaginas son iguales, aunque todas cumplen
la misma función, se trata más bien de una cuestión estética.
Las hay que son apenas una rayita triste y delgada
que se cruza de atrás hacia adelante
como si fuera un largo y monótono bostezo.
Las hay con la boquita torcida como si vinieran
de una explosión en un campo minado
y hubieran quedado minusválidas.
Las hay como una nuez sin pulpa
y con la cáscara de los labios ajada.
Pero las hay, también, como un durazno hendido, labios gruesos,
consistentes y rojos, que tienen un clítoris pletórico
que revienta como una flor en verano.
ORACIÓN
Que mi ser no se pierda
en el tráfago desmedido.
Que en el tablero de días y noches
no le falte amor a mí existir.
Que no deje de asombrarme el niño
que conversa con las estrellas.
Que no dejen de incitarme a vivir
las flores con su color.
Que no le falten a mi corazón canciones alegres
y no me consuma el consumismo del mundo.
Que, si destruyen jardines y bosques,
yo siembre una flor y un árbol para existir.
DOMINGOS DE FÚTBOL
La voz me decía que me levantara,
que los otros ya estaban listos
para marcharnos al estadio.
Eran las mañanas de aquellos cálidos domingos
de música en la radio, en que mis tíos preparaban
los fiambres en hojas de plátano y guardaban en los morrales
los pitos, serpentinas y tamboras.
Me bañaban y me vestían (yo apenas tenía cinco años),
y el tío Humberto me amarraba los cordones de los zapatos
y me ponía la gorra del equipo.
Nos dábamos prisa para llegar al estadio
y ver el partido preliminar y después el de fondo.
Ganara o perdiera el equipo no había problemas,
los aficionados disfrutaban entre algarabías y risas
de una verdadera tarde de domingo.
De un momento a otro volví de la ensoñación
(en la radio sonaba otra música),
y recordé que esto había sucedido hacía cincuenta años.
Al tío Humberto lo habían matado una noche
en la acera del bar La Payanca en Maracaibo con Junín.
LOS DESPOJADOS DEL ALBA
Llegada la noche, no quedaba nadie.
Todos se marcharon desde temprano.
Unos llevados por el miedo, que se pegaba a sus talones,
se apretujaron en el puente para cruzar el río
con sus pocos haberes en cajas de cartón
y en atados de ropa,
la lora o el sinsonte en una jaula;
otros lo hicieron en volquetas
o en mulas cargadas de corotos.
En la plaza, un perro olvidado
le ladraba a la bruma que bajaba de la montaña
y se colaba por los resquicios
de puertas y ventanas.
Le ladraba a los que traían
la cabeza en la mano
en aquel pueblo fantasma.
ES EL AMOR QUE HA VUELTO
A JEY
Es el amor que ha vuelto con su ejército,
el ejército de bárbaros que me señala,
me rodea, y entra en mí, portando un estandarte
con el nombre de una mujer que me revela
y cubre todo el perímetro de mi cuerpo,
todo el perímetro de mi ser.
¿Con qué defenderme? ¿Con las gastadas palabras,
con la poesía que está de parte de ella,
con las oraciones que me enseñara mi madre,
con los libros que he leído, con los pensamientos
de unos pocos hombres que me acompañan por el camino,
con la experiencia que en este caso nada salva?
Es el amor que ha vuelto,
con sus desasosiegos sin tregua,
sus angustias sin freno,
los sabores agridulces del tiempo,
el insomnio de las noches que te ahoga
con sus olas y sus símbolos y sus rejas de hierro,
en esta habitación que ha perdido su rasgo de presencia,
y ella apenas recuerda.
Con el correr del tiempo y el espacio
que son la medida de ella,
porque el tiempo y el espacio sin ella
saben a tierra azufrada, a polvo muerto,
a madero con sabor a nada.
Es el amor que ha vuelto con sus muros y lanzas,
pero también con su fuerza irresistible
que cambia la aridez del camino por el verde de la hierba;
la mirada mustia por la música y la sonrisa
en los labios y en el rostro;
los muros que te aprisionan con su invierno
por la primavera que regresa con sus colores y cantos;
las luces apagadas en la noche por unas estrellas
que giran y se iluminan por el amor…
Mañana hay una puerta en el colegio que debo cruzar
y dirigirme a la tienda donde ella trabaja,
y al mirarla a los ojos, mi rostro me delatará,
mi corazón encabritado querrá salírseme por el pecho.
Ella con su presencia
usurpó mis dominios, derribó el muro
que había levantado para protegerme.
LA CASA
Algunos se marcharon.
Se fue Humberto (el hijo mayor), el mujeriego.
Willian (el tercero), que borracho asaltaba los negocios a punta de revólver.
Tambar que nos llevó en su carro a conocer el mar y amaba en secreto a la patrona.
Crespos la ladrona, muerta por un cliente en el intento de robarlo.
Marta Chiquita, la que atendía en la sala y tiraba vicio.
Rubén, el Gato, (el marido de doña Resfa), con el que jugábamos cartas.
Horacio (el hermano de ella), al que llamaban el Perro,
y que apostaba a quien tuviera el miembro más grande.
Darío Lenis (el marido de la tía Rocío), que coronó varios viajes a los Estados Unidos, y nos contaba historias de gángsteres inventadas por él mismo,
donde el héroe era siempre su alter ego.
Teresa, la Negra, que vendía fritos y carnes,
y les hacía los mandados a los clientes con una sonrisa blanca y alegre.
Hoy todos duermen en el Cementerio Universal.
Otros se marcharon:
Adriana, Pilo y Héctor (el que confirmaba a las muchachas recién llegadas)
viven hoy en los Estados Unidos.
María, Alicia y Rocío se entregaron a la fe cristiana.
Pulga Arrecha deambula pobre y vieja
por las calles del centro de Medellín.
En el Parque de Bolívar se arrastra
y mendiga con los alcohólicos la flaca Esperanza,
ella que cursó una carrera de ingeniería.
En algunos bares y cantinas de mala muerte
aún sobreviven los últimos rostros de aquella desgracia.
Los demás, ¿dónde estarán?
Están
en algún lugar de esta puta vida,
en algún lugar de esta puta muerte,
con la doliente compañía de sus recuerdos.