La reacción nacionalista
El Nuevo Tiempo acoge hoy irrestrictamente, como un futuro programa de acción, el manifiesto nacionalista lanzado hace algunos días por los señores Arango, Camacho y Villegas. Y así, lo que en un principio pudo considerarse sólo como una estratagema ingenua de tres estudiantes aventureros que querían tomar un modesto puesto en el almuerzo de las fieras, se convierte, al ser acogido definitivamente por El Nuevo Tiempo, en un suceso político de cierta importancia, ya que ese periódico es sin duda el órgano más conspicuo del conservatismo en el país.
La adopción de ese pintoresco documento, no significa, desde luego, aunque así pudiera creerse, un paso revolucionario hacia adelante, un movimiento de liberación y de renovación iniciado por la juventud conservadora. Es, verdaderamente, un paso reaccionario hacia atrás, un movimiento de renunciación y de sujeción, suscitado por las maniobras halagüeñas del clero, entidad de quien la juventud conservadora espera hoy exclusivamente la fuerza y el poder. Lo único evidente y lo único actual que hay allí, y lo único que constituye realmente el pretexto del manifiesto, es el intento de consagrar oficialmente, como un canon expreso e imperativo, la alianza entre la Iglesia y el Partido Conservador. Hasta ahora, esa alianza ha existido sólo en una forma tácita, que vincula a las fracciones conservadoras en virtud de la ambición o de la necesidad, pero que permite que algunos temperamentos rebeldes puedan serlo, sin dejar por eso de parecer conservadores; de ahora en adelante se instituiría un espíritu católico y una disciplina católica oficiales dentro del conservatismo; se erigiría un dogma invulnerable, fuera del cual no habría salvación y que, o sometería ese instinto laico que aún persiste como un vestigio del viejo conservatismo doctrinario, o lo obligaría a refugiarse bajo otros rótulos; se proclamaría, en fin, el advenimiento de un partido católico neto, puesto, además, bajo la advocación violenta de Charles Maurras.
Pero, ¿por qué se oponen a esta fiera tentativa, reaccionaria, viejos políticos del legítimo espíritu reaccionario como el señor Suárez? Porque, aunque el señor Suárez acepta y ha practicado siempre el principio de la alianza tácita con el clero, su astucia agudizada por el ejercicio sistemático, no deja de percibir los peligros que podría acarrear, para la hegemonía conservadora y para la religión misma, la aparición de un partido católico oficial. El señor Suárez debe creer, con razón, que un suceso semejante suscitaría forzosamente en el país la aparición de reacciones contrarias, igualmente violentas, es decir, la aparición de partidos anticatólicos.
Hace poco el presidente Alessandri le decía al cardenal Benloch: “aquí, en Chile, no existen los partidos antirreligiosos, pero van a surgir rápidamente si continúa la intromisión del clero en la política”.
Entre nosotros, tendrán que nacer de todas maneras los partidos antirreligiosos, porque la intromisión del clero en nuestra política es un hecho que se vuelve cada día más intolerable; pero su advenimiento se apresuraría y se haría singularmente nítido y enérgico, si fuera provocado bruscamente por la irrupción de un partido católico, que tratará de poner el estallante fermento ideológico de los energúmenos de la Acción Francesa al servicio de los párrocos de garrote que dominan en nuestras aldeas.
El Espectador, “Gotas de tinta”, Bogotá, 20 de abril de 1924.