Arde Colombia
Bueno, ya estamos otra vez como antes, o casi como antes, con el país en llamas, con atentados y masacres y el temor de que una esquirla de esa violencia nos alcance en alguna calle, o en una tortuosa curva de este país de dementes que teniendo la paz ya en la boca eligió la guerra. La ilusión de la paz, pues, duró sólo tres años. Mil días, de los cuales la tercera parte fue el tiempo que empleó el nuevo gobierno de Uribe en devolvernos a la barbarie de la que creíamos estar saliendo. No digo que estuviéramos del todo afuera, claro que no, pero al menos la puerta de salida estaba bien abierta y todos hacíamos fila. Hoy en cambio es un portón que cada vez se cierra más y más, con algunas rendijas.
Es el país que quisieron diez millones de votantes, compatriotas que, en su sano juicio, eligieron como jefe del cuerpo de bomberos al candidato de los pirómanos. Y qué le vamos a hacer si este país es así. Y así es su Gobierno. Duque, subido al carrito de bomberos, recibe órdenes del pirómano mayor, y entonces el agua ya no moja ni apaga el fuego, o no hay agua, o se cambió por gasolina. Esa imagen podría ser la correcta: por las mangueras de estos nuevos bomberos naranja salen profusos chorros de gasolina local (no venezolana) que hacen la pantomima de apagar las llamas, de sofocarlas, cuando en realidad las reavivan. Y si alguien pregunta, Duque muestra su carrito de bomberos, su casco y las mangueras henchidas de líquido. Pero sólo los de aquí sabemos que el agua de este Gobierno no es buena para los incendios. ¿Y si lo sabemos, por qué no hay más protestas? Porque a unos no les importa y a otros les encanta; y a los que nos dedicamos a decirlo nos insultan y nos invitan a irnos a vivir a Caracas, donde, por cierto, la gasolina es mucho más barata.
El resultado es el mismo: Colombia arde. Las llamas aún no son llamaradas, pero ya se siente su calor. ¡Qué fácil fue tirar abajo el castillo de naipes de la paz! Márquez, el Paisa y Santrich se fueron, dándole gusto al uribismo, y quiero creer que, como ha sucedido en otros procesos de paz, la de ellos sea una disidencia que ya no retoña, pues el suelo nacional ha cambiado. Pero como ciudadano quisiera saber la verdad. Oyendo a algunos opinadores, pareciera que saben algo que yo no sé. ¿Ya se hicieron públicas las pruebas irrefutables de que estaban haciendo narcotráfico? Por estar con frecuencia ausente del país, pensé que sí, dada la seguridad con la que los condenan. Pero hace unos días pregunté a una politóloga y la respuesta fue que en realidad no, que son las mismas pruebas de siempre, esos videos extraños en los que se oye hablar a Marín. Y uno en que Márquez le agradece a un tal Marcos, dando por hecho que él sabe que es un temible narcotraficante y no un Marcos cualquiera. Haberse devuelto al monte tampoco es prueba de que estuvieran traficando, así que, humildemente, pediría que nos digan la verdad y nos muestren las pruebas irrefutables. Porque parte de la llamarada proviene de esas alucinantes tergiversaciones y engaños. La indagatoria a Uribe es otro ejemplo. Sólo espero, como dijo Santos hace poco, que la realidad sea más sensata e inteligente que el resentimiento. Y que las mangueras de la nación vuelvan a estar henchidas de agua verdadera.
Publicado el 7 de septiembre de 2019 en El Espectador y reproducido con autorización del autor.