31 – Sonia Emilce García

Envigado, Antioquia. Licenciada en Educación Especial, Universidad de Antioquia. Asesora Pedagógica. Gerente Administrativa de la Empresa Todo Stevia SAS. 

Publicaciones: libros infantiles: El zoocielo, Un regalo inusual y Corazón valiente.

Otras publicaciones: cuentos de su personaje Maú Down: Cuentos para toda clase de niños, de la colección Palabras Rodantes de Comfama y el Metro de Medellín (Un regalo del cielo); en la revista Gotas de tinta No. 15 (El lápiz labial de mamá) No. 17 (¡Maú tiene gripa!) y No. 22 (Un regalo del cielo); en los Trabajos del taller III y en la Antología del taller de escritores, Universidad de Antioquia y Asmedas (Una silueta para Maú); en los Trabajos del taller II y en la Antología del taller de escritores de la Universidad de Antioquia (El gato).

Asiste al taller de literatura de Relata sede Comedal con el profesor y escritor Luis Fernando Macías Z.

Menos de un minuto

Los desenlaces finales casi siempre se ejecutan en unos cuantos segundos ¡por ello hay que estar siempre atentos!—era la frase constante de mi padre.

Cerré los ojos y recordé las imágenes previas al día de mi graduación. De eso hace hoy justo seis meses.

Para celebrar papá tenía programado un viaje familiar a Francia, y la joya de la corona, era nuestro viaje sin mamá hoy 25 de mayo a Montecarlo Mónaco para ver la pelea de nuestro ídolo el boxeador Rocky Valdez.

Y… aquí estoy cumpliendo su voluntad.

La campana anuncia el inicio de la pelea de Rocky contra Benny Briscoe, a quien veo inamovible ante los puños que le acierta Rocky.

El ambiente se torna tenso. Pasa el segundo round.

En el tercer round escucho gritos en muchos idiomas.

En el cuarto round las voces de aliento se inclinan por Briscoe. Por Rocky solo llegan exclamaciones de dolor.

La campana suena para dar fin al sexto round.

Rocky tiene el ojo derecho hinchado y la ceja izquierda rota.

El espacio entre la gente se reduce. Estoy aterrada, quiero escapar, pero esos hombres son troncos que se mueven solo al ritmo de la pelea.

Logro escuchar que Rocky puede perder por nocaut técnico.

Suena la campana. Inicia el séptimo round.

Qué angustia, veo como el contrincante le propina un zurdazo en la cara, la pomada coagulante de la ceja desaparece.

Grito. Mi dolor causa risa entre algunos.

La pelea va a tal velocidad que siento un mareo; ensancho los ojos mientras repito: aguanta, aguanta.

Estoy absorta cuando me propinan un estrujón. Mi bolso cae al suelo. Entro en pánico. ¡Mis documentos! no los puedo perder —pienso.

No me queda más remedio y me agacho. No veo el bolso.

Lucho contra esos enormes pies, logro agarrar la correa y siento como todo queda en silencio. Nadie se mueve. Intento jalar la correa cuando con horror veo un centenar de pies saltando.

La correa del bolso afloja y mi cuerpo se balancea para atrás. Cierro los ojos. ¡Papá ayúdame! —pienso. Siento que muero en medio de ese molino humano.

Por fortuna los pies contra los que me estrello llegaron al piso primero que yo.

El señor contra quien choco me levanta. Lo miro para darle las gracias. Pero él no me escucha; esta como la mayoría extasiado con el placer del desenlace inesperado.

Elevo la mirada al cuadrilátero y veo a Rocky Valdez con las manos levantadas.

¡Ganó y no lo vi! —exclamé.

Las lágrimas rodaron por mis ojos, era una mezcla de felicidad y de dolor.

El ambiente se tornó igual al día de mis grados: recuerdo que vi venir a mi papá en la esquina, sabía que estábamos a unos pasos. Me agaché para amarrarme los cordones.

Solo fueron unos segundos.

Escuché un frenazo, el ambiente quedo silente. Me levanté, giré para buscarlo en la dirección que venía y no estaba; solo vi los rostros de espanto de los transeúntes. Bajé la mirada y en la mitad de la calle yacía su cuerpo inerte.

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