30 – María Orfaley Ortiz M.

María Orfaley Ortiz M.

Psicóloga, especialista en estudios sobre juventud y Magister en psicología de la Universidad de Antioquia. Actualmente se desempeña como docente de los programas de psicología de Universidad Eafit y de la Universidad de Antioquia, en esta última es además investigadora del grupo Psicología, sociedad y subjetividades.

Cuenta con varias publicaciones en literatura infantil y juvenil con la Editorial Libros & Libros: Nucamono quiere saber (2008), Lucy (2009), Almas de madera (2010), El misterioso libro de papá (2012), De sapos y trampas (2013) y Ese día no salió el sol (2015). Cuentos para adultos en dos antologías del Taller de Escritores de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín: Extraño nacimiento (2007) y Ojalá no pregunte (2010). Ha publicado artículos de psicología en distintos medios, así como capítulos de libros y colaboraciones especiales con el periódico El Mundo.

Ojalá no pregunte

Papá dijo que hoy se llevaría a Pipe. Él todavía está muy pequeño y no va a entender, se va a enojar cuando lo ponga a caminar tanto y seguro va a tener que cargarlo. Pobre papá con ese pie que le duele tanto.  Me dijo que me quedara haciendo la tarea, pero está muy difícil, pienso y pienso y no se me ocurre nada.

Cuando yo era pequeñito como Pipe, tampoco entendía, ahora sí. Papá sabe que entiendo, aunque no le diga nada, simplemente le doy esa mirada, él sabe cuál.

Ya me imagino el recorrido, cada que salgo con él me fijo bien, a papá no le gusta irse por las mismas calles.

Iba muy contento la primera vez que fui con él a comprar materiales, es que a papá le gusta conversar. Ese día me adelanté para demostrarle que yo sabía cómo iba uno al centro. Le puse la mano a un bus que bajaba, pero él me hizo una señal para que siguiera mientras me silbaba, así nos llama, él tiene su propio silbido. Me dijo que ahí no le gustaba tomar el bus. “Venga mijo yo le enseño otros caminos, hay que conocer bien el barrio”.

Caminamos hasta el colegio de la esquina del parque y después subimos por la pendiente. Yo empecé a caminar más despacio, pero él me apretó la mano y sentí que me halaba fuerte, como si me arrastrara.

−Hay que caminar más rápido −me repitió, y un bus ruidoso que pasó junto a nosotros casi no me deja entender bien.

−Pero hoy no tenemos afán, hoy usted no va a trabajar y yo no tengo que ir a estudiar −le dije para ver si le mermaba al paso.

−Siempre hay que ir rápido. Uno no sabe, por andar elevado y despacio, a quién se puede encontrar −me contestó casi gritando. Yo trataba de oír bien entre los pitos de los taxis que hacían mucho ruido, todos desesperados porque en el parque había un choque y no podían pasar, tremendo taco el que se armó.

−Usted lo dice por los ladrones, ellos le roban a los que van distraídos −le dije con la voz agitada. Ya habíamos caminado varias cuadras y él parecía arrastrándome, a pesar de que yo intentaba seguirle el paso.

−Lo digo por los ladrones y por otro tipo de ratas que no me quiero encontrar −entonces me miró como si yo supiera; ya sé que cuando me mira así es mejor no preguntar.

Me imaginé que hablaba de unos enemigos, de ésos a los que les ha hecho trabajos en el taller y le quedan debiendo plata, él se enoja mucho, después los amenaza, pero ellos también lo han amenazado muy feo para que no les cobre, algunos son muy peligrosos, pero papá tiene que atender a todo el que llegue, porque donde se niegue es peor.

Conversábamos casi gritando y él miraba para todos lados.  Cuando veíamos que venía algún hombre, aunque fuera lejos, papá abría bien los ojos para ver quién era, no sé si se daba cuenta, pero ahí disminuía el paso, me apretaba la mano y sudaba. Yo aprovechaba para descansar un poco los pies, aunque el miedo y los apretones de él me cansaban mucho más.

Ya íbamos frente al colegio bonito, uno que era muy feo, pero que lo fueron tumbando y construyendo a poquitos, a mí siempre se me olvida el nombre. Yo miraba hacia arriba y veía la calle larga y empinada, esos vidrios brillantes de los carros que me encandilaban y el sol quemando mi cabeza. Esa calle me parecía interminable con los buses que pasaban junto a nosotros, la gente sentada, cómoda, sin caminar tanto; ellos también iban para el centro.  Pero a papá no le gusta subirse a esos buses, sino a los que pasan por el lado de arriba, aunque queda más lejos de la casa, ésos no pasan por la Cuarta Brigada.  Yo creo que Pipe se va a cansar mucho, pero seguramente le va a comprar una paleta, saben muy bueno cuando uno está tan acalorado.

Pipe no sabe las cosas que yo sé. Él le preguntará a cada rato por qué tienen que subir hasta allá arriba y cuando él lo mire no entenderá que no se puede preguntar más.  Papá se va a enojar mucho.

Puede que no pregunte tanto, tal vez mientras caminan papá le cuente una de esas historias que él sabe y así Pipe se olvida de las preguntas.  Cuando lleguen arriba y se monten al bus ya papá estará tranquilo, siempre es así.

Pobre papá, ojalá tampoco se encuentre con policías, él se asusta si ve uno, es que como no tiene papeles, por eso también tiene que estar atento, eso sí que es un problema. Él se pone triste y también muy raro, como incómodo, con rabia; siempre pasa lo mismo cuando le mencionamos eso. Yo ya no le volví a preguntar por qué tenemos sólo los apellidos de mamá. Es que cuando uno va creciendo entiende las cosas.  Yo ya le dije a Pipe que todo eso se lo pregunte a mi mamá, ella sí lo explica con calma y no se enoja.

Así fue la otra vez que yo llegué muy aburrido porque Julio me preguntó que cómo se llamaba mi papá y yo le dije: Pacho Arenas. Él se puso a jugar con la palabra arenas, después me preguntó por el nombre completo de mi mamá, yo le dije que con el apellido de ella no se podía jugar mucho porque Dávila es como muy serio. Julio se quedó todo pensativo.

−¿Usted porque no me había dicho que vive con su padrastro? −dijo después de pensarlo un rato.

−Usted se está embobando, yo tengo es papá y no padrastro−, le respondí rápidamente, pero él no se daba por vencido.

−¿Diga pues dónde tiene usted el Arenas? −Me habló como retándome.

Me quedé callado, yo creía que los papás decidían qué apellidos llevaba uno. Pero ahí pensé que mi papá como es de mandón, seguro hubiera decidido que nos pusieran el de él.  Julio me dijo después: “debe ser que lo ve como su hijo porque está con usted desde que era chiquito y no le quieren contar la verdad”. Mis otros amigos, dijeron que él tenía razón.  Ahí fue cuando mi mamá me contó la historia.

Ella, con una voz muy calmada, me llamó: “Venga mijo, no se sienta triste por esas cosas, todo tiene una explicación”. Entonces me contó que cuando mi papá era muy joven tenía unos amigos muy malos, ellos lo engañaron y lo invitaron dizque a una fiesta, pero mentiras, ellos iban a robar. Le dijeron a mi papá que cuidara afuera, él les creyó y se quedó ahí parado esperando a otros, tal como le habían dicho, pero alguien sospechó y llamó a la policía, ese día se los llevaron a todos.

Pobrecito, estuvo en la cárcel, pero como era inocente no quería pagar lo que no había hecho. Un día que lo iban a llevar a otra cárcel vio la oportunidad y se escapó. Mi mamá no me sabe decir cómo fue eso, no sabe detalles, dice que de milagro papá le contó, y eso porque ella quería que se casaran y él insistía en que se fueran a vivir juntos, ahí, dice ella, le tocó soltar la lengua.

Por eso es que no puede andar con ningún documento, ni siquiera con el registro civil, como Pipe. Mi mamá dice que después de un tiempo ya él podrá andar con su cédula, pero que no sabe cómo va arreglar lo de la libreta militar, ella también se confunde, no sabe si primero le tocará sacar la libreta y luego la cédula; bueno, ella finalmente dice: “No nos preocupemos tanto que cada día tiene su propio afán, ya veremos”. Mi mamá es muy práctica, trata de no enredarse con lo que no tiene solución.

Ojalá que Pipe no vaya a preguntar lo del apellido, papá se pone raro, primero le dice a uno que no pregunte bobadas, que siempre con lo mismo, lo manda donde mamá y, si uno sigue preguntando, la cara se le va poniendo rígida, colorada, habla más fuerte y después, uno hace cualquier cosa y rapidito saca la correa, y bien dura que es. Pero si Pipe se entretiene mucho, seguro no va a preguntar nada.

Se me olvidó decirle que no mencionara las visitas a la abuela. Él casi no nos lleva. Las tías son unas señoras que me parecen amables, pero mi papá dice que pilas, que son muy comunicativas. Ellas también saben toda la historia, claro que mi papá me ha dicho que cuidadito con preguntarles cosas, yo por eso contesto: “tranquilo, si yo quiero saber algo se lo pregunto usted”. Él se queda calmado por un rato, pero yo sé que le tengo que preguntar es a mi mamá.

El día de la madre del año pasado estábamos todos allá en la casa de la abuela, las cosas iban muy bien, hasta que llegó la tía loca, eso dijo mi papá, y yo le creo, porque ella es muy rara.  Entró en silencio y cuando vio a papá empezó a hacer escándalo.

−¡Ay Dios mío, pero qué milagro, qué es esta maravilla, por fin San Juan se dignó mover su dedo tan tieso! −Se fue, le dio un beso en la mejilla y lo abrazó como si lo fuera a estrangular.

−Vos como siempre tan escandalosa−, respondió papá, mientras intentaba soltarse.

−Entonces, ¿cómo está mi hermanito Juaco, o será Martín o tal vez Pelufo? ¿Cómo se llama ahora su papá?”−, decía y nos miraba, pero no le entendíamos.

Nos dio mucha risa, es que Pelufo sonaba muy gracioso, le dijimos que se llamaba Pacho, pero ella se rió más, soltó unas carcajadas y no podía parar. Mi papá se enojó y nos dijo que nos fuéramos rapidito, la abuelita se puso a llorar y a nosotros también casi se nos salen las lágrimas. Papá dijo que a esa casa no se puede ir porque las cosas siempre terminan mal.  Ojalá Pipe no le diga que cuándo vamos donde la abuelita, a mi mamá le vive preguntando y ella le contesta que después,  cuando estemos más grandecitos.

Yo a veces le digo a papá, pero con la boca cerrada, simplemente mirándolo, lo hago con la mente: tranquilo, yo entiendo lo de los otros nombres, así ni la policía, ni nadie se da cuenta de que usted es el mismo que se voló de la cárcel. Y mi mamá también dice: “Tranquilo mijo, cuando pueda volver a tener su propio nombre en la cédula, registra a los muchachos con su apellido”. Pero también pienso ¿será que a uno se le puede olvidar el nombre verdadero? Ojalá a papá no se le olvide, ni yo sé cuál es. ¿Y cuando ya no exista ningún papel que tenga el nombre? ¿Y si se borra de esas oficinas donde lo dejan?  Ojalá que eso no pase.

La abuela reza mucho, dice que lo hace para que Dios algún día le perdone a mi papá lo de la sangre derramada, yo no entiendo eso, más bien debería rezar para que Dios le quite esas pesadillas que lo despiertan por la noche. Mi mamá ya sabe cómo manejarlo, se da cuenta cuando él empieza a moverse mucho y a murmurar cosas, y antes de un susto mayor, lo toca, lo mueve un poco y lo despierta. Yo a veces creo que ella ni duerme por estar pendiente.

Ahora que soy más grande puedo entender muchas cosas. Mi mamá dijo que los amigos de juventud de mi papá están muertos, por eso son esas pesadillas, seguro él sueña con esos que le tendieron la trampa porque como él se pudo volar y ellos no… Pero eso no se lo puedo decir, él no sabe que mamá me contó esa historia. Cuando Pipe pregunte yo le voy a contar, así él también entiende las cosas.

Allá los veo, ya vienen, y papá se está riendo y… Pipe también. Seguro no le preguntó nada. Ahora se va a enojar conmigo porque no he terminado la tarea, me va a decir que por eso no puedo aprender y… tan grande y repitiendo el año, que ahí estoy pensando bobadas, y elevado como siempre, pero cómo le voy a decir que no es tan fácil escribir la biografía de él, yo mejor hago la de mi mamá y listo, no sé por qué de una vez no pensé en hacer la de ella, ya hubiera terminado.

Septiembre de 2009

Cuento publicado en Obra Diversa 2,  Biblioteca Pública Piloto de Medellín, 2010.