Luis Fernando Macías Zuluaga
Medellín, Colombia, 1957. Magíster en Filosofía y licenciado en Educación, español y literatura, Universidad de Antioquia. Especialista en Literatura latinoamericana, Universidad de Medellín.
Narrador, poeta, ensayista y editor. Fue director de la Revista Universidad de Antioquia y director de la Editorial de la misma universidad. Fundador de la Editorial El propio bolsillo y, actualmente, director de la colección Palabras Rodantes de Comfama y el Metro de Medellín. Director de talleres de escritura: Asmedas, Coomedal, Coomeva, Universidad de Antioquia.
Ha publicado más de 30 libros, entre ellos: La flor de lilolá (1981), Ganzua (1987), Una leve mirada sobre el valle (1994), La línea del tiempo (1997), Vecinas (1998), Los cantos de Isabel (2000), Memoria del pez (La Habana, 2002), El taller de creación literaria (2008), El jardín del origen (2009) y Callado canto (2010), Gambito de rey aceptado (2012), El juego como método para la enseñanza de la literatura a niños y jóvenes (2003, 2013), El libro de las paradojas (2015), Rana sin dientes (2015), Diario de lectura III: León de Greiff: quintaesencia de la poesía (2015), Así lo escuché así lo cuento (2018).
León de Greiff en el Suroeste antioqueño
Cuando vivía en Bolombolo
—recuerdas, Erik, ésos días caldeados,
recuerdas Aldecoa, aquéllas noches cribadas, decantadas, hechas
(polvo finísimo de orbes,
y aquésas otras, Proclo, aquésas otras jadeantes, eléctricas, densas
(noches de tempestad?—,
cuando vivía en la híspida riba tórrida,
prófugo de las ciudades y de los burgos y de la metafísica,
—mi espíritu gozoso,
mi cuerpo impetuoso,
avasallantes irrumpían como fuerzas sin rumbo.
prófugo de las ciudades y de los burgos y de la metafísica,
—mi espíritu gozoso,
mi cuerpo impetuoso,
avasallantes irrumpían como fuerzas sin rumbo.
Relato del Skalde
En la venta se cruzan vientos duros
—la venta, en la garganta de la sierra desnuda—.
Cantaba el viento, cantaba el viento.
Allá en el fondo, a lo hondo, la línea del río,
y el treno del río.
Relato de Claudio Monteflavo
León de Greiff llegó a Bolombolo en febrero de 1926. Venía de Bogotá, donde había vivido diez años, durante los cuales había trabajado como estadígrafo en el Banco Nacional. Tenía tres décadas cumplidas, buscaba el sueño de “la vida en bruto” y el silencio: huir del mundo… Ese fue su sueño siempre “la fuga”, el nirvana, el reino de Thulé; pero quiso la suerte que allí su fuerza interior encontrara el vigor del río Cauca y de la floresta tropical, la llama del sol que se había adormecido en la ausencia del mar durante más de tres generaciones y que irrumpió en su voz como el canto de las chicharras:
FANFARRIA EN SOL MAYOR
(Odecilla Estival)
Oh Bolombolo, país exótico y no nada utópico
en absoluto! Enjalbegado de trópicos
hasta donde no más! Oh Bolombolo de cacofónico
o de ecolálico nombre onomatopéyico y suave y retumbante, oh Bolombolo!
Por aquí se atedia, en éste se atedia por modo
violento la fantasía: monótono
país de sol sonoro, de excesivas palmeras, de animalillos zumbadores,
de lagartijas vivaces, de salamandras y camaleones,
cigarras estridulantes, verdinegros sapos rugosos, y melados escorpiones.
Por aquí refractan, en éste refractan luces blancas,
y todo reverbera como innúmeras estatuas
de sal, o como una falange elefantina recamada
de pulidos escudos, o como las trompetas en la bárbara
marcha de los dioses que entran al Walhalla,
o como la carga
de coraceros de Ney en la planicie desolada!
Y resécanse los prados de las colinas y llanadas
y de las vegas y lomas y abras,
e irradian los belígeros soles
dardos y flechas y virotes!
Y sólo en la noche la astral urdimbre
tiende su velo de Tánit inasible!
Oh Bolombolo, país de tedio
badurnado de trópicos, país de tedio,
país que cruza el río bulloso y bravo, o soñoliento;
país de ardores coléricos e inhóspítes,
de cerros y montes
mondos y de cejijuntos horizontes
despiadados. País de vida aventurera. País de rutilantes playas de esmerilado cobre
—tortura de mis ojos zarcos y cuasi nictálopes—,
país de hastiados días y días turbulentos, y de noches
que alargan los recuerdos insomnes.
Y sólo en la noche azul la astral urdimbre
tiende su velo de Tánit, intangible.
Oh Bolombolo, país exótico y no nada utópico
en absoluto, seguramente! Enjalbegado de trópicos
hasta donde no más! Oh Bolombolo de cacofónico
o de ecolálico nombre onomatopéyico y suave y retumbante, oh Bolombolo!
Por aquí se atedia, en éste se atedia por modo
violento la fantasía: antitético Polo!,
paraíso apenas para el “farniente” y el ocio
del obtuso bolonio,
como del soñador… País de vida aventurera! Cosa de cine! Caza del oro!
¡Síntesis de los Saharas y summa de los Congos!
Monótono
país de sol sonoro.
Los días se siguen idénticos, iguales, uniformes.
Las sienes agóstanse como flores
efímeras. Por mal de amores,
por mal de ausencia los corazones
cargan cadena en el penal de tus soles!
Y los recuerdos alargan las noches insomnes
hondas de silencio y de constelaciones!
Y sólo en la noche azul la astral urdimbre,
sobre mi cansancio ilímite,
tiende su velo de Tánit, imposible!
San Xoaquín de Bolombolo —Febrero 1926 “Cascamuela”, junio de 1926
No bien había pasado unos meses en la construcción del tramo Bolombolo – La pintada del ferrocarril de Antioquia, en esa región agreste de elevadas colinas, paradisíacos valles y cañones ardientes, cuando ya había encontrado en los seres sencillos que la habitaban el espíritu de Ahasvérus, que también venía dormido en su sangre y que se manifestó en el antioqueño colonizador, desnarigador de montañas, desguazador de montes y abridor brechas en la conquista de otros mundos, eso otro que también lo constituía y que, por consiguiente pudo cantar en la sonora lengua que nos configura:
RELATO DE RAMÓN ANTIGUA
En el alto de Otramina
ganando ya para el Cauca
me topé con Martín Vélez
en qué semejante rasca,
me topé con Toño Duque
montado en su mula blanca,
me topé con Mister Grey
el de la taheña barba:
los tres venían jumaos
como los cánones mandan,
desafiando al Olimpo
con horrísonas bravatas,
descomedidos clamores,
razones desconcertadas,
—los tres jumaos venían
y con tres jumas en ancas,
vale decir un repuesto
de botellas a la zaga.
Ellos cantaban canciones
un poco muy mucho báquicas,
donde era asunto de mozas
—a juro desdoncellas—,
donde era asunto de mozas,
y de riñas y batallas
(con la “divina botella”
de Rabelais bien loada);
ellos corrían espuelas
si las mulas se quedaban,
ellos bajaban en todas
las ventas y las posadas,
bebían el aguardiente
de espumillas irisadas
—puro, dinámico, excelso—
y en las totumas de nácar,
y requerían de amores
con miel de finas palabras
a las chicas pizpiretas
y a las señoras casadas.
Cuando lleguen a la orilla
caliginosa del Cauca,
cómo andarán de borrachos!
(luego de parar en Lara
donde ordeñan el más límpido
anís las manos más blancas:
demoran allí las cinco
sirenas de La Cabaña);
cuando lleguen a la orilla
rientes a carcajadas,
por el Paso de los Pobres
sobre la vetusta barca
tomarán el otro lado
—las seis ya serán llegadas—
y en lo de don Ñuño Ansúrez
alto harán en la jornada;
allí venden aguardiente
de Concordia, cosa brava!,
whisky y brandy en ocasiones,
ron Negrita, ron Jamaica,
cigarrillos y tabacos,
machetes, pólvora, cápsulas
de revólver, aparejos,
atún, salmón y otras latas…;
allí la cháchara es buena
cuando salen las muchachas:
si son las de Lara esquivas,
las de aquí son poco hurañas,
es decir, de no difícil
trato en lides sofaldadas,
—magüer con mil requisitos
que hacen más dulce la danza
venusina, en el recato
de las sendas enlunadas
—si hace luna—, o en las sendas
tenebrosas, o en la playa
y a la vera del celoso
río, que hierve de rabia.
Después del postrero trago
—si no se concertó nada
de erótico esparcimiento
con las ninfas hamadriadas—,
después del último trago
montan de nuevo en volandas;
tuercen el rumbo hacia el Norte;
la noche llegó de plata:
toda sembrada de estrellas;
y en el cielo y en el Cauca;
llegaron al “señorío”
feudal —erótica marca—
de Rosa de Bolombolo
la de pupilas estrábicas,
de muslos pluscuamperfectos
y de senos como cráteras
de corindón, cuyos vinos
antes queman que no embriagan;
llegaron a la Comiá,
crecida la muy quebrada;
para reforzar el ánimo
beberán otra vegada;
mojarán botas y “breetches”
y camisas coloradas,
metiéndose hasta los pechos
entre las túrbidas aguas;
siguieron la trocha, al linde
de las sonadoras sábanas
turbulentas del Bredunco
que otros dicen río Cauca;
llegaron a La Herradura,
palacio de zinc y guadua
(y de las Mil y Una Noches
de Xariar y Xeherazada
y de Aladino y Sindbad…);
viene la desensillada:
allí don Pipo, el arriero,
super-copa. Renombrada
de Amaga a Titiribí,
del Cangrejo a La Pintada,
desde Anzá hasta Cocojondo
y en Medellín y otras plazas;
allí don Pipo, el arriero,
y en éxtasis la mirada:
pues si se lleva las mulas
les deja las Dama Juana. . .
Pronto retorna don Pipo,
y en éxtasis la mirada:
yá se beben el primero
con él, en la decantada
casona de La Herradura
—casona de zinc y guadua,
de calor y de mosquitos,
de culebras y cigarras.
Bajaron al corredor,
subieron a las hamacas.
Ahora llegó el recuento
balance de la jornada;
mientras sirven el condumio
gozosamente se parla;
mientras se parla se fuma;
se bebe mientras se yanta;
se conversa en hiperbólico
cuasi mentir, mientras canta
la marmita.,en el fogón,
mientras sueña la montaña
—sueño de ceibos robustos
y de esbeltísimas palmas—,
mientras el río se fuga
y al son de su absorta cantiga
de leyendas y de mitos;
mientras la luna se apaga
para darle espacio al sol
—madrugón de mala gana—,
al sol con cara de jaque
muy mimado de su daifa
—levantado a contrapelo
tras de la incruenta batalla—,
para darle espacio al sol,
Caimacán de Xenufána,
Cacique de Bolombolo
—región salida del mapa—.
En el alto de Otramina,
ganando ya para el Cauca,
—me topé con Martín Vélez
en qué semejante rasca,
me topé con Toño Duque
montado en su mula blanca,
me topé con Mister Grey
el de la taheña barba…
Región de Bolombolo 1926-1927
Fue entonces cuando a su ideal del silencio lo arrasó la voz del viento, la furia del canto que se había adormecido en la sangre, y el río despertó con su ronco rugir del agua entre las rocas como la risa de un Dionisos sarcástico y sensual. Y su poesía se llenó de sensaciones y los sentidos se avisaron y el vikingo de los antiguos mares emergió en la voz del poeta, asumió su identidad para que en León de Greiff fuéramos uno el bravo escandinavo de gigantesco porte y el rudo paisa de atareadas manos.
RELATO DE ERIK FJORDSSON
A Ramón Antigua
Yo río
de tus cóleras inútiles, oh Río,
oh tú, Bredunco, oh Cauca, de fragoroso
peregrinar por chorreras y rocales
—atormentado, indómito y bravío—
y de perezas infinitesimales
en los remansos de absintias aguas quietas, y de lento girar en
(espirales,
y de cauce limoso!
Oh Cauca, oh Cauca Río!
Yo río
—Yo, Río—
de mi pequeña inmensitud ante la enorme pequeñez, Naturaleza,
Naturaleza, de tu símbolo!
Naturaleza. . ., oh Tú:
¡sólo, sólo eres grande, sólo, cuando en aleaciones
tus vastas masas fundes con las irradiaciones,
con las irradiaciones diminutas
de los cerebros y de los corazones!
¡sólo, sólo en alquimias por fábricas del cerebro
—con ácidos del corazón y con sales intelectuales—
Naturaleza, vales…
Naturaleza. . ., oh Tú:
pues sola, o con las necias Muchedumbres,
otra cosa no eres,
otra cosa no eres diferente al paisaje de cromo,
relamido —decoración patética del idilio barato—,
otra cosa no eres
sino la dulzarrona hidromiel vertida por azumbres,
pretexto a describientes fluencias del mulato
(“mulato intelectual”, o cuarterón letrado) en un soneto
o en cien sonetos, o en un tomo
—de inspiración y de emoción, o flato,
desde la boca hasta la fin repleto… —
Y aquí —donde se sigue— dudo que entienda el romo
(ni acullá):
¡siga, siga la danza, siga
la zarabanda, la tarantela, siga la giga!
¡borbolle su risota la gente abderitana:
Don Ruin, Don Babilano, Don Zascandil, Don Pingüino, Don
(Zote..!
¡chille hasta reventar pan-beocia enemiga!:
¡la tribu de azagaya y de garrote,
de boomerang, de chuzo y cerbatana!
¡trinca de tomahawk y de virote!
Yo río
—Yo, Río—
yo río de tus cóleras inútiles, oh tú, Bredunco, oh Cauca!
y río de tus odiseas siempre iguales,
y río de tu clamoroso vocerío,
y río de tu vozarrón medrosa y rauca!
Yo río
de tus cóleras inútiles y de tus odiseas siempre iguales
_y sin Calypso y Circe y Nausicaa y las Sirenas y sin el mismo
(Odiseo:
apenas con Penélope paciente
hilando y rehilando tu monótona corriente…—
Yo río
Yo…! —fallido Odiseo, fracasado Sindbad, víking de río—
(Érik Fiúrson, nieto de Leif —hijo del Roso
Érik, que descubrió Vinlandia un día!—)
Yo río. Yo!, de tus odiseas siempre iguales…:
mas no del canto maravillante, maravillado, maravilloso,
que concierta tu deslizar saudoso
con mis saudades monotonales,
con mi caliginosa monodía,
y con el áspero y monótono zumbar del viento por los matorrales,
por las palmeras, y contra mi pecho velloso
—Érik, nieto de Leif, nieto del Roso
Erik, que descubrió Vinlandia un día!—
cuando, sobre el esquife, rompo tu veste, rompo tu veste, undoso
Cauca, (undoso, undoso y ávido de mi cuerpo, delante mi ominoso
sacrílego surcar tus aguas virginales
inducido por fuerzas ancestrales,
yo, —muy venido a menos zarco víking tedioso…!)
Yo río
—Yo, Río—,
yo río de tus cóleras inútiles, oh tú, Bredunco, oh Cauca!
y río de tus odiseas siempre iguales,
y río de tu clangoroso vocerío,
y de tu vozarrón medrosa y rauca!
Pero tu canto, pero tu canto!, pero el maravilloso,
maravillado, maravillante, pero el maravilloso
canto!
—como dos temas que se entretejen y se esquivan
y se huyen y eluden y luego se alían: noble Fuga—.
Pero ese canto maravilloso
que concierta tu deslizar saudoso
con mis saudades lentas
(que su morbo cultivan
y paséanlo a lomo de tortuga),
con mis saudades lentas,
con mi locura (es ésto, Baruch?) y con el signo fatal que unció al
(hastío
mis audacias violentas,
mis ambiciones irredentas,
y ese abolido Imperio Fabuloso
que yo soñara…, que sueño aún…, y que no será mío…
—ni de nadie!—
¡ése canto, nuestro canto enatío,
nuestro canto es la Música, oh Río,
y lo demás es sólo vocerío,
es sólo vocerío,
vocerío… !
Río Cauca – La Herradura marzo de 1926
Rev. 1930-1931
La fuga rimbaldiana de León de Greiff en Bolombolo
La época de Bolombolo, años 1926 y 1927, constituye uno de los momentos trascendentales en la vida y en la obra de León de Greiff. Está definida por la “fuga rimbaldiana”, la “reforma poética” y su matrimonio con Matilde Bernal Nicholls. En su caso, no cabe separar la vida de la poesía para hacer un estudio de ésta, debido a que vida y obra suceden tan estrechamente ligadas que una y otra son manifestación del mismo fenómeno existencial, aunque la vida, al sucederse, se desvanezca para dejar la obra como registro de su acontecer y de su preguntarse.
Si esto mismo lo dijéramos de otro modo, deberíamos empezar anotando que León de Greiff vive para componer una obra que sea el registro de su pesquisa. El autor es el alquimista que transforma la sangre en verbo, o el vocablo en síntesis del sentir y del pensar, cuya sustancia es lo vivido en verdad o lo anhelado para ser vivido, en el orden de la comprensión o de la realización del ser.
Empecemos entonces por descifrar qué significa eso de “fuga rimbaldiana”. Dejemos de lado, por ahora, la tesis central de que la obra (es decir, la vida) de León de Greiff es una fuga. Allí el término “fuga” está cargado de todo su potencial significativo, pues incluye además la definición del concepto musical que tanto enaltece su dignidad.
La expresión “fuga rimbaldiana” nace de la manera como Arthur Rimbaud, el niño genial (1854-1891), encarnó su destino de poeta como quien entra en un recinto sagrado, realiza su profanación y después huye, se fuga en busca de la vida en bruto y del silencio. La figura de Rimbaud es legendaria hace ya más de un siglo como personificación de la gran paradoja de los poetas de tener que expresarse a pesar del ideal del silencio. Su momento crucial sucede entre 1870 y 1874, entre los diez y seis y los veinte años de edad. En esta época fue presentado por Verlaine en el mundo intelectual de París, escribió sus dos grandes libros Una temporada en el infierno e Iluminaciones y realizó su gran descubrimiento para el pensamiento y para la poesía: “YO ES OTRO”, que derivó en la formulación de los principios de una estética, al mismo tiempo brillante e insostenible, que arrasa con la vida hasta sumirla en el silencio o en la muerte misma, donde el poema se alimenta de la carne de su creador.
La fuga rimbaldiana consiste, pues, en profanar el recinto de la poesía con un destello de genialidad y después abandonarlo para sumirse en el silencio, lejos del mundo visible. En el caso de León de Greiff es concebida como principio de solución del engrama básico de su existencia: su relación con los demás, su incapacidad de soportar a los impertinentes; es decir, su tendencia autista que, finalmente, se erige en motor de todas sus empresas, tanto en la obra como en la vida, y como marca de su personalidad, además de sello de su estilo y causa de su imagen del mundo (2)
(2). Aunque este es un estudio de otro orden, cabe mencionar aquí el fragmento del Diario de lectura III, León de Greiff al que se tituló: El autismo filosófico de León de Greiff, como punto de referencia; así como recomendar la lectura de los poemas: Admonición a los impertinentes, Balada de las asonancias consonantes, de las consonancias disonantes o de las simples disonancias, y el Relato de Gaspar cuyo comienzo es: “Después de tantas y de tan pequeñas cosas…”, en los que se puede advertir esa relación de León de Greiff con el entorno como uno de los motivos recurrentes en su poesía.).
En alguna página de la “Obra Dispersa” narra un momento de 1914 cuando, teniendo por testigos a varios de sus amigos: Ricardo Rendón, Pepe Mexía, Jorge Villa Carrasquilla, entre otros, con quienes fundaría más tarde la revista Panida, realiza el bautizo de Gaspar de la Noche en el café “El Globo”(3)
(3). Y ahora resulta que el Fabulador Paradislero dio –al fín– con Gaspar von der Nacht (o Gaspar de la Noche) bautizado por Nos, el Padre de los Búhos, como Gaspar de la Nuit, en homenaje a Aloïsius Bertrand, en 1914, en el Café de El Globo, en Medellín. Fueron testigos Tisaza, Rendón, Jovica, Pepe Mexía y Rafael Jaramillo Arango. Matías Aldecoa le recitó el Credo, en vascuense (como era obvio) ya que Aldecoa es de Azpeitia. Por doce años vagó y divagó con Nos y con Matías, como consta en muchos papeles impresos. Léase, si no, el Primer Mamotreto (1925): Tergiversaciones de Leo, Aldecoa y Gaspar. (Obra Dispersa III: 338).
Este Gaspar, también llamado el errabundo o el cantor de paradojas, se convertirá luego en el protagonista de uno de los episodios más inquietantes, maravillosos y alucinados de la vida de León de Greiff y de la poesía colombiana. De él podemos decir que es una novela viva, un extraño juego de seducción entre la realidad y la fantasía que va mucho más allá de la simple comprensión racional y que, cuando se conozca en toda su dimensión, alimentará la alegría y el asombro de los afortunados lectores a quienes sorprenda con su explosión de resonancias metafísicas.
En el siguiente soneto de 1916 aparece el motivo de la fuga, expresado como aquello que es objeto de admiración:
TERGIVERSACIONES
Asaz versos urdía el raro Cenobiarca,
el hosco macabraico que a los buhos cantó,
y que, después, cansado de todo lo que vio,
rumbo puso al Leteo y en su vetusta barca.
En la Estigia serena o en ominosa charca
con él están los Bardos que jamás conoció;
su indecible tristeza con su vida murió,
y ahora siempre ríe su faz burlona y zarca.
Gloria a los que fugaron del mundo atrabiliario
y otra región habitan, cualquiera sea su nombre;
gloria mejor a aquellos que fueron a la muerte:
que ya no son los súbditos del inflexible horario
ni los siervos del lógico capricho de la suerte,
y —acaso— ni vestigios guardan de lo que es hombre!
1916
Con lo cual, podemos concluir que la aparición de Gaspar coincide con la gestación de ese anhelo en presencia de una identificación con Rimbaud que va más allá de la simple admiración, puesto que quiere volverse obra. En la página 260 de la Obra Dispersa I, refiriéndose al silencio de Rimbaud, dice que la autocrítica de éste fue superior a la capacidad crítica de sus lectores, porque no esperó a que la obra llegara hasta ellos y la cercenó antes de que apareciera.(4)
(4). Estoy con Denis Saurat: “Por qué renunció Rimbaud? No se tiene razón alguna para creer que a los veinte años perdiera súbitamente su genio. Pienso que, simplemente, decidió intuir que ya no podía hacer nada nuevo. Pienso que Rimbaud creyó haber hecho una experiencia que le falló. Rimbaud debió tener un sentido crítico igual a su sentido poético, lo que es fatal en demasía. Dicho de otro modo, Rimbaud tenía mayor sentido crítico que nosotros sus lectores. Situándose en un punto de vista literario muy cimero, debió reconocer, con mayor fuerza aún, lo que yo pretendía expresar antes: que no había nada de nuevo, en el sentido que quería darle a “nuevo”, en su obra; y que por consiguiente no valía la pena continuar…/…/ Y desde nuestro punto de vista, estimamos que Rimbaud se equivocó al condenar sus “Vocales” y su “Navío Ebrio”, y se equivocó al renunciar. Pero nuestro punto de vista no es el suyo/ Y fue, posiblemente, al llegar a esta renunciación, a este juicio sobre sí mismo, cuando logró Rimbaud, por la primera vez, la grandeza…” (Obra Dispersa I: 260). Esta cita aparece en los mismos términos en la obra de Julián Vásquez El gran viaje atávico, Suecia y León de Greiff, p. 148. La traigo aquí, gracias a su referencia.).
De paso, y aunque aquí suene prematuro, se nos ocurre que León de Greiff nunca pudo realizar este sueño porque, a diferencia de Rimbaud —quien pudo sobrevivir a su fuga como traficante de armas en el desierto de Abisinia—, su caso hubiera sido extremo, ya que León de Greiff habitó el mundo poéticamente; es decir, para él la vida era posible en la medida en que sucedía para ser registrada en su obra, lo cual se emparenta con ese otro mito de los hombres antiguos, manifiesto en la historia marco de Las mil y una noches, que nos permite afirmar que la poesía era la Dinarzada de León de Greiff pues, al pedirle su realización, lo salvaba de la muerte.
Con esto hemos sugerido que la fuga rimbaldiana era una idea que rondaba la cabeza de León de Greiff desde su adolescencia y que se fue gestando hasta la obligatoriedad de los hechos.
En el libro Mitos, sueños y misterios, Mircea Elíade define el mito del “buen salvaje” como la revalorización de uno más antiguo: el mito del “Paraíso terrestre” y sus habitantes en los tiempos fabulosos que precedieron a la Historia y, en un hermoso recorrido por las obras y los autores de la civilización occidental, muestra cómo ésta “experimentaba la nostalgia de una existencia simple y sana en el seno de la Naturaleza”; para concluir que el mito del buen salvaje no es más que una prolongación del mito de la Edad de Oro, es decir de la perfección de los comienzos, y que el estado actual del hombre es el resultado de la caída, de la pérdida de ese estado de inocencia primigenia que se expresaba como la beatitud espiritual del mito paradisíaco. Luego, esta sensación de caída no es propia sólo del hombre que pertenece a la religión cristiana o del hombre actual, sino que corresponde también al hombre primitivo, perteneciente a remotas o alejadas civilizaciones.
León de Greiff asocia esta imagen de un “estado de pureza, de libertad y de beatitud del hombre ejemplar en medio de una naturaleza maternal y generosa” a sus dos maneras de interpretar la fuga rimbaldiana: el regreso a la vida en bruto y la ilusión del silencio definitivo.
Dejemos de lado, por ahora y para los intereses del presente ensayo, la ilusión de Thulé, que es otro de los interesantes mitos degreiffianos, pues —en él— conduce a la gran paradoja del absurdo como punto de salida del sentimiento, del pensamiento o de la fuga misma:
Pues si el amor huyó, pues si el amor se fue. . . .
Dejemos al amor y vamos con la pena….
Vayamos al Nirvana o al reino de Thulé,
entre brumas de opio y aromas de café,
y abracemos la vida con ansiedad serena!
Y lloremos un poco por lo que tanto fue(5)
(5) Obra Completa, volumen I, Primer mamotreto, Tergiversaciones, Rondeles, p. 57.) Compárese así mismo este rondel con la Balada de la fórmula definitiva y paradojal y con el Relato de Gaspar, especialmente cuando afirma: “todo derecho lógicamente hacia el absurdo”.).
Y continuemos entonces con la fuga rimbaldiana: fue en el año de 1926 cuando se le presentó la oportunidad de realizar o de intentar la realización de este sueño. El hecho ocurrió justo diez años después de estar trabajando en el Banco Central de Bogotá como contador, y no es casual que hubiera coincidido con el cumplimiento de un ciclo en el proceso de creación de su obra, marcado por la publicación de Tergiversaciones en 1925 y el inicio de otro ciclo, definido por la aparición de la revista y del grupo Los nuevos, también en 1925.
Cuando le ofrecieron el puesto de administrador en la construcción del trayecto Bolombolo-La pintada de los Ferrocarriles Nacionales, aunque el hecho de que el sueldo triplicaba el anterior y esto constituyera una razón muy poderosa para dejarse seducir por la propuesta, era la ilusión de la fuga rimbaldiana:
Después de tantas y de tan pequeñas
cosas, —busca el espíritu mejores aires,
mejores aires. (…)
el acudir al llamado de la vida en bruto (mito del buen salvaje) (6) lo que lo impulsaba con mayor fuerza. Pero si a estas razones les sumamos la idea subyacente de realizar unos ahorros para acudir al matrimonio…
(6) Aunque ya este ensayo se va haciendo extenso y para sus fines no es pertinente esta acotación, dejo la inquietud de una asociación de este mito con su expresión en otros dos escritores antioqueños, de un lado Fernando González con la descripción de “la mirada simple” en “La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera”, es decir, la mirada de antes del pecado; y de otro lado Elkin Restrepo, quien dedica un hermoso poema a su regodeo fantasioso:
El don
Ningún lugar mejor
que la ciudad para
pensar en ciervos
y bosques,
para hacer del momento una pura ensoñación,
la vida que queremos
y no existe,
o existe en otra parte.
Venados, osos, perros,
montes y lagos,
y en el camino que traza
el candil
de una luna de hielo,
un hombre
con la pieza de caza
a cuestas.
Por un instante
soy aquel
que, primitivo,
se libra al destino
de un mundo naciente y áureo.
Y pacta acuerdos
con la ruda Ley
que le ofrece por sueño
la vida.
La vida salvaje y bella,
donde copular, cazar, pescar,
cambiar con el tiempo nómada,
es suficiente,
y donde no cabe
ilusión distinta
a la labor de cada día,
y el sueño es el simple
descanso,
el dios que vela tus fatigas.
Y vivir, el don.
Otra de las tesis que seguramente tendremos la oportunidad de sustentar más adelante nos presenta la obra de León de Greiff como el registro de la vivencia a la luz del fabulador. Fabulador éste cuyos instrumentos para la criba son el pensamiento, la poesía y la ficción “egocéntrica” (7)
(7). Pido al lector eliminar de este término el matiz peyorativo que lo hace ver como un defecto de la personalidad. No es este el caso de León de Greiff ni de muchos grandes creadores que, como él, encuentran en el “Yo” el objeto de estudio y preocupación, así la introspección de los occidentales tenga un carácter mundano del que carece el camino interior de las doctrinas de oriente.)
La vida entonces es la sustancia que el fabulador convierte en música y poesía: quintaesencia del sentir y del pensar. Por lo tanto, había que realizar esa fuga rimbaldiana y, para ello, había nacido Gaspar, doce años atrás, en el ritual de los adolescentes bohemios.
Fue así como en Bolombolo, el 1° de febrero de 1926, apareció León de Greiff en compañía de Leo Legrís y Matías Aldecoa, pero sin Gaspar de la Noche, quien había errado el camino, en tanto que el “múltiple yo” había encontrado una manera de asumir los dos senderos simultáneamente en el juego de los planos de la realidad y la ficción del fabulador, quien muchos años más tarde alcanzaría la identidad de álter ego, al nombrársele “Fabulador Paradislero”
De este modo, Matías Aldecoa y Leo Legrís asumieron la fuga rimbaldiana bajo la forma del retorno a la vida en bruto, en tanto que Gaspar asumía la forma del silencio definitivo. Obviamente ambos intentos fracasaron. El primero, porque a León de Greiff no le fue posible sobrevivir en Bolombolo sin la poesía:
El obscuro poeta, en Bolombolo del Bredunco pensó dejar de lado la anterior poetería y darse a la vida en bruto. Pensó dejarla y aún la dejó por unas lunas, pero la poetería no lo dejó totalmente – al obscuro poeta – sino que se le aposentó, taimada y renovada, silenciosa y latente y en espera y acecho, en el más recóndito de los desvanes de su caletre. Luego irrumpió, y el viaje rimbaldiano se convirtió en desbordada secuencia de trovas, coplillas, baladerías y otros sones y sonajas, más tarde todo esto núcleo de tal y cual y otros librejos: núcleo adicionado con verseares de la poetería anterior y verseares pósteros ya no exclusivamente bolombólicos/ Lo de la “reforma poética”, ya vendrá, ya vendrá, con su Manifiesto “póstumo”: compendio de la doctrina, ilustrada (la doctrina) con ejemplos asaz convincentes “a rebours”, a contrapelo además. Ya se leerá (Abril 6 de 1946. Obra Dispersa I: 264).
Y el segundo, porque treinta y tres años después, cuando León de Greiff viajó a Estocolmo en 1959 para asumir sus funciones como Secretario segundo de la Embajada de Colombia en Suecia, se presentó la oportunidad de reunir a sus álter egos en torno al despertar de la momia congelada de Gaspar, que había sido recuperada en Korpilombolo, nada menos que por una misión encomendada al Fabulador Paradislero.(8)
(8). Para un seguimiento más detallado de este aspecto de la “novela de Gaspar”, recomiendo la lectura del Capítulo III del libro de Julián Vásquez El gran viaje atávico, Suecia y León de Greiff, titulado: “De Bolombolo en Colombia a Korpilombolo en Suecia”.).
Devino entonces como resultado de este intento la “reforma poética”. Sucedió que en vez de alcanzar el silencio, la poesía de León de Greiff se llenó de vigor, de luz y colorido. Es como si realmente hubiera desaparecido de su poética, la franja simbólica de la noche que estaba representada por Gaspar y, en su lugar, se hubiera llenado del canto ensordecedor de las chicharras que chillan hasta reventarse, se hubiera calcinado en la reverberación del sol sobre el río, se hubiera poblado de plantas, vegetación y se hubiera bañado de la sensualidad de las mujeres de la tierra caliente y, en ese paraíso tropical, hubieran despertado los faunos, los silfos, las sirenas… la orgía toda de los dioses lúbricos de las mitologías venidos a la música. El canto monótono de los búhos estáticos y el simbolismo seco de los pingüinos peripatéticos se embriagaron en la espumilla irisada del aguardiente cristalino y en las carnes sonrosadas de Rosa, la del Cauca, montañas y hembras, astros y río para el sátiro que aprendió el delirio de la estrellada comba y que, al volverse uno con el bredunco y con el trópico, encontró la lujuria sinestésica del país del sol sonoro.