30 – León de Greiff

A Luis Tejada

Balada ahsvérica del ministril trovero y juglar

Por León de Greiff

MINISTRIL, trovero, juglar  
de alma singular.  
Vago de todos los caminos:  
en tu alma funambulesca  
no cabe lo regular,  
ni los mohínos  
vivires en urbe grotesca…  
  
Señor de la nava infinita!  
Señor de la landa  
y de la estepa!  
vago de todos los caminos…
¿cuándo errarás, cosmopolita,  
por Mossul y por Samarcanda?  
¿cuándo —Mazeppa—
jugarás tus destinos  
al azaroso galopar  
de los corceles,  
o al deslizar  
de antañeros bajeles,  
—urcas, galeones, carabelas—
dejando, en todo mar,  
dejando albas estelas  
rizas de luna…?  
 
Ministril, trovero, juglar  
triste y quejoso…   
Andarín claudicante…  
¡muévete el sino prestigioso  
de eterno errar  
por el alucinante  
camino misterioso…!  
Deja el monótono vivir  
gris, tardo y zurdo!  
Vete al viaje frenético  
por Antares, Ofir  
y por la luna.
Desorbitado, absurdo,  
galopa cinegético  
tras de las mil y una  
noches, bajo los astros…
  
Ministril, trovero, juglar  
de alma singular…  
Vago de todos los caminos:  
¡tus innúmeros rastros  
confundan al viajero  
del futuro…!  
Avienta tus destinos  
al viento aventurero,  
al suelo duro;  
entrégate al vagar  
por la tierra y el mar,  
por el espacio  
y el abismo…  
¡Y por el feérico palacio  
que hay en ti mismo!  
 
Ministril, trovero, juglar  
de alma singular…  
Vago de todos los caminos:  
en tu alma funambulesca  
no cabe lo regular,  
ni los mohínos  
vivires en urbe grotesca!

– – –

León de Greiff

Por Luis Tejada

No sólo por el prurito informativo, sino con el deseo de imprimir a estas páginas de los lunes una evidente intención revolucionaria, vamos a hacer pasar por ellas, sistemáticamente, todos los valores literarios de la generación que empieza a surgir. Alguien ha dicho que esta generación no se diferencia en nada a la anterior, literariamente. Trataremos de probar que eso no es así: que nuestros jóvenes poetas y prosistas son más sustantivos, más fuertes, más originales, más saturados del sentido íntimo de la tierra, que los que les anteceden.

Muchos de estos muchachos ya han logrado imponer sus nombres en el país, otros son completamente desconocidos y nosotros los revelaremos por primera vez. Pero, es obvio que tanto los unos como los otros, no han dado todavía de sí todo lo que pueden dar y, por eso, no deben considerarse sus obras como realizaciones culminantes, sino como indicios de algo más grande y decisivo que seguramente llegará con la madurez.

Y empecemos con León de Greiff porque es, entre todos nosotros, el que con más recias líneas ha definido su personalidad. Hay quienes aman y quienes odian sus versos, pero nadie permanece indiferente a ellos, por la singular virtud de penetración que contienen.

Para ser el poeta de hoy y de mañana, el poeta necesario y esperado, León de Greiff posee ya una cualidad esencial: su formidable capacidad revolucionaria, que le ha permitido desvincularse en absoluto de todos los prejuicios estéticos diseminados en el ambiente. Como Darío y Herrera y Reissig, los grandes intuitivos, los grandes desencadenadores del idioma, de Greiff ha descubierto formas nuevas para el verso, imprimiéndole insospechadas armonías musicales en el ritmo, y sorprendentes combinaciones en la rima, no empleadas antes ni aun por los inquietos futuristas de ultramar. En ese sentido es un innovador auténtico, un verdadero revolucionario.

Ahora, en cuanto al fondo de su poesía, nosotros encontramos en León de Greiff un defecto considerable: la egolatría; no esa simple obsesión autobiográfica y anecdótica que el señor Quijano Mantilla llama egolatría, sino cierto elevado narcisismo espiritual, cierta idealización de sí mismo, que transcurre a lo largo de la obra del poeta, robándole universalidad y profundidad.

Pero ya en sus últimos poemas, de Greiff va saliendo sensiblemente de sí mismo, para aplicar su sensibilidad maravillosa a la realidad exterior; porque empieza a adivinar que es necesario crear vida externa, enriquecer la realidad actual proyectándose generosamente hacia afuera, y cuando esa conjunción del poeta y la vida se efectúen, entonces León de Greiff, más que ningún otro en América, estará en situación de darnos el poema supremo de esta hora, el que hace resumir, precisándolas y exaltándolas, todas nuestras angustias y nuestras alegrías actuales.

El Sol, Bogotá, 18 de diciembre de 1922.