30 – Georges René Weinstein V.

Muchachos jugando maquinitas

Cuatro jóvenes caminaban con lentitud por la carrera 66 acobardados por la lluvia, que era molesta como abejas lanzadas en picada. El frío les hacía sacudir instintivamente los hombros y los brazos. Pararon en una esquina, miraron en derredor, nerviosos; luego cruzaron la calle y entraron al negocio de Rebeca, una especie de granero con cinco máquinas de juego.

En un tablero leyeron en voz alta los títulos de los juegos: Win Place Show, Triple Cash, Wild Diamonds, Draw Poker, Seven Ice. No entendieron nada, pero con mirar las pantallas coloridas fue suficiente.

Pidieron cuatro gaseosas y el cambio de un billete de cincuenta mil pesos, en monedas. Reían nerviosamente, el mayor miraba incesante su reloj.

El menor tendría doce años y el mayor no alcanzaba dieciocho.

Cuando iban a echar las monedas, doña Rebeca los dejó petrificados:

−¡No muchachos, si no tienen cédula, no…!,si los ven me cierran el negocio.

El menor −el más alzado− trató de reclamar, pero ante la mirada penetrante del mayor, dirigió sus palabras al vacío: −El gobierno es pichurria, ¡dizque no tenemos derecho, si ya estamos crecidos!

Salieron. Tendrían que esperar dos largas horas. La cita era a las doce y media: tiempo de almuerzo en las oficinas. El niño apretó la mochila para cerciorarse de que su contenido seguía allí. Vagaban sin rumbo definido y uno de ellos detectó un taller de mecánica al fondo de un parqueadero. Se dirigieron hacia el lugar, enfilados por orden de estatura.

−¡Qué hubo cucho! −dijo el mayor−.Nos vamos a parquear aquí mientras aparece el man que nos va a dar un billete. No vamos a estorbar −y agregó−: Si necesita ayuda le digo a este pitufo para que colabore −el mecánico asintió con la cabeza, e intranquilo, continuó con su trabajo.

Los muchachos jugaban “de manos” mientras observaban, pero sin interrumpir al mecánico. Después dedos horas, el Jefe dijo:

Parces, se acabó el recreo −y se despidió. Al salir miró su reloj y musitó:

−Falta poco para las doce y media.

Se pararon un momento, y se devolvieron hacia la esquina sur.Caminaban ansiosos, contando los minutos. Vieron un vehículo que parecía el esperado y fueron a su encuentro.

El carro lujoso se acercó, mermando velocidad al encaramarse sobre el resalto. El menor sacó la miniuzi de la mochila y se la pasó al mayor. Éste miró el reloj y se arrimó, jadeando, hasta la camioneta plateada.

Eran las doce y treinta y siete cuando terminaron el trabajo encomendado.

Caminaban por la calle 44, hacia el oriente. Estaban bastante contrariados porque tuvieron que esperar casi tres horas deambulando.“La Ley” no les permitió jugar en las maquinitas, por tener menos de dieciocho años.

La ley lo explicaba claramente: Por ser menores de edad no eran responsables.

Publicado en: Obra diversa 2. Biblioteca Pública Piloto, Medellín. 2010.