30 – Adonaís Jaramillo

La movilidad en capilla

Hace un año se dijo que por cada tres habitantes en Medellín, había un vehículo rodando.  Un parque automotor que para entonces ya iba camino a completar los dos millones, meta a la que seguro se llegará este año. 

Todo un logro para los titanes del mercado, pues  concreta el principio de igualdad.  Es una  gracia,   dispensada por esa otra divinidad que instauró Adam Smith, la del dios invisible,  que aquí en Medellín se nos ha revelado de una manera  franca.

Pero esa realidad,  tan ventajosa para los comerciantes, conspira contra la ciudad, porque desarma el programa de movilidad sostenible, la de las ciclorutas y el transporte público, alternativas de movilidad para que la gente desista del automotor y  camine, monte en bicicleta y utilice los medios masivos de transporte.

Octubre se oscurece con su atmosfera cargada de gases contaminantes, y para enfrentarla, se anuncia un pico y placa ambiental, señal de fracaso de esta política,  pues sigue el incremento del parque automotor y contra esta ley, no existe vacuna alguna.

Ciclovias y utilización de la red de servicio público, es la receta. Pero la solución, está solo en manos del  dios invisible.

Humberto Iglesias, Secretario de Tránsito de Medellín, que busca conjurar los demonios desatados que asfixian la ciudad, alentado soluciones alternativas para evitar el colapso, no tiene muchos devotos para este culto.

Robar y ver robar

No hay duda que a un sector amplio de los colombianos le gusta robar y ver robar. Y así lo confirma  el resultado de la consulta que no alcanzó el tope necesario  para imponerla.

Un instrumento valioso como lo era para expresar el repudio frente a lo que pasa con los dineros públicos, terminó como muchos esperábamos en un  fiasco.…  No alcanzó el umbral para poner en aprietos a los que se embolsillan  cincuenta billones al año según cálculos.

Y el desgano por acudir a las urnas se produjo por  manifiestos escrúpulos entre líderes del sector político que ahora gobierna  que, so capa,  hicieron creer que sus promotores hacían campaña para el  del 2022; justificando otros la no concurrencia a las urnas porque lo que se proponía o bien ya estaba en las leyes o el gobierno tenía la posibilidad de presentar los ajustes legislativos sin que se incurriera en el gasto. Un palo a la rueda.

Y como las consecuencias de los puntos a votar de entrada limitaban el saqueo con todo y las salvaguardas vigentes, los agentes del expolio, los que agitan las campañas utilizando triquiñuelas y seducciones non santas con los electores, se escondieron; llenaron la atmósfera de consejas que produjeron el desgano colectivo y la consecuente frustración. Qué vergüenza.  Qué país tan extraño.  Buscamos la paz, y se le hace el quite. Buscamos frenar el expolio del que es objeto el erario y el ofendido se esconde.

Una especie de encubrimiento colectivo.  Como si el saqueo, fuera lo normal, tal como en un cuento de Italo Calvino.  Y así parece.  Algún concejal de pueblo, muy resignado, me decía alguna vez que había que comer callado. Y al parecer su afirmación se inspiraba en una dolida solidaridad del  cura por los dirigentes locales, y lo expuestos que estaban,  que justificaba el saqueo,   “con tal de que hagan obras”:  Colombia.