29 – Luisa Fernanda Mesa

Relatos en prosa poética

Médica Especialista en Medicina Física y Rehabilitación, 36 años. Asistente al taller de escritores Comedal.

 V

La primera vez que escribí algo que no me hubieran pedido en el colegio, escribí sobre un bosque. Había hongos rojos y paja de pino húmeda en el suelo.

Mi primer cuento fue sobre animales que se comunicaban con un hombre que se llamaba Juan, luego hice una fábula de un pájaro que se disfrazaba con plumas ajenas.

Más tarde dejé el cuento y la infancia para llenar la adolescencia de cielos azules, hojas de otoño, mareas calmas y bosques.

 Bosques con y sin hadas, reales o imaginarios, lugares con agua, con riachuelos, con cascadas, con arroyos.

Con el tiempo comprendí que mi lugar seguro, es un calmado bosque privado donde el agua corre, con un frondoso árbol central de tronco ancho, de copa redonda y raíces fuertes, debajo del cual he podido encontrarme con ancestros y amigos que han muerto, con viejos amores, con guías espirituales y hasta con mi propia esencia: vestida de velos azules, con el pelo largo y su propio viento, que con una voz madura y segura, me recuerda que solo tengo que cerrar los ojos y viajar al bosque para encontrar las verdades de mi camino.

VI

Todo empezó oyendo una vieja canción en el pasacintas de un carro.

Empecé a imaginarme una vida a su lado

y a fantasear lo imposible.

Todo parecía tan lejano y tan inalcanzable, que incluso me construí un futuro y no un presente.

Pero la vida te pone cómplices, hadas madrinas,

hermanas mayores, llámalas como quieras.

Y lo soñado se hizo realidad en pocos días.

Segura de poderlo conquistar, pero temerosa de no ser digna, empecé a entregarme a la aventura de conocernos.

Fueron días duros, fracasos, caídas, ganas de huir, llanto, heridas en los labios, ruido…

Creo que tarda bastante el proceso de aceptación cuando no se nace para algo o alguien, aunque se trabaje con disciplina para conseguir una respuesta.

Puedo hablar de mutua tolerancia pero no de amor.

Y como sucede cuando no te sientes correspondido, poco a poco nos fuimos dejando de ver.

Ahora yace como un recuerdo, cargando polvo, en un rincón de mi habitación.

De vez en cuando intento agradarle, casi nunca logramos una conexión que dure.

Pero sigo intentando, así sea por segundos, obtener la música que llena el pecho, la vibración que eleva, el ronco sonido que hace cosquillas en el alma.

Convertirme por fin en la amante de un saxofón.

X

No había en la vida una emoción más cálida que ver llegar a mi papá del trabajo un viernes con cara de pesca.

Alistar las varas, la carnada, los anzuelos, el fiambre, las botas, la chaqueta, el morral.

Abrir los ojos a las cuatro de la mañana, desayunar (porque a cualquier hora se desayuna en mi casa) y salir aún de noche por la carretera.

Lo emocionante nunca fueron los peces, lo reconozco, aunque para su orgullo me defiendo bastante bien pescando.

Para mi alma no hay nada que la expanda más que viajar…

Ver el amanecer desde la ventana de un carro o un avión, sabiendo que mi destino es cualquier lugar desconocido a veinte kilómetros o a veinte mil.

Hablar otros lenguajes, oler otros aires, pasearme por los mercados del mundo sin tener idea de qué son todos esos colores, preguntarlo todo, sonreír.

Tener la eterna mirada de viajero, transitando una calle desconocida, o caminando el clásico mercado San Alejo.

Viajar, pasear, andar, caminar, moverme siempre, ampliar infinitamente la zona de aprendizaje, buscar cada noche un nuevo destino, ahorrar por meses con un rumbo claro o echar monedas en la alcancía con una dirección incierta, soñar con vacaciones mientras estoy en vacaciones. Mantener el equipaje listo aunque ligero: una cámara, un sombrero, un bloqueador, agua fría y un cuaderno para notas y recetas.

XXII

Me encantan los zapatos: de mil colores, de diferentes alturas, con mariposas, de amarrar, con bota.

Siento que mis pasos son seguros y que soy una mujer hermosa… pero los detesto.

Desde niña me libero donde y cuando puedo de su agobio.

Amo la temperatura del suelo, de la hierba.

Amo pisar charcos, amo correr por la casa, amo la libertad de los dedos,  la arena que se desliza entre ellos, el agua que los cobija en la playa.

Considero las medias una privación innecesaria de la libertad, considero las chanclas una casa por cárcel: me libero de ambas cuando alcanzo la puerta de mi casa.

Y en cualquier oportunidad que tenga, entro en confianza y voy andando los lugares con los zapatos en la mano.

Comprendí que con zapatos me siento segura y sin ellos me salen raíces, me conecto con la madre tierra y pertenezco al mundo.

No sé qué lejos está la muerte ni qué tan lógico sea conjurarla, pero cuando pienso en un epitafio que me haga justicia, una palabra bonita se me viene a la mente: Descalza.

XXV

Desde pequeña me gustó ver tenis:

Su misterioso sistema de puntuación,

el sonido de la bola al golpear la raqueta,

el silencio de los espectadores,

la concentración de los jugadores.

 El monólogo eterno del que gana, del que pierde.

Nunca pensé que yo podría jugar.

Me parecía fantástico como las aventuras de los libros

o las películas de héroes,

no era algo que le pasara a la gente como yo.

 

Pero el día que decidí

 darle la espalda al sedentarismo,

fue la única opción que quería probar.

No ha sido un camino de rosas,

pero he aprendido a tenerle paciencia a mi cuerpo.

Primero aprendí que mi mano y la raqueta

son una sola cosa

y de los agarres y la dirección con que golpeo,

depende el destino de la bola.

Luego aprendí que se requiere oído, para ver cómo golpea el adversario

e intuición para adivinar la dirección.

Más tarde perdí el miedo a correr

y a deslizarme por la arena,

le di libertad a mi cuerpo

y estoy aún aprendiendo que puedo ser ágil, y fuerte, y veloz.

 

Pasé de ser la espectadora a ser una jugadora,

y con las enseñanzas de los mejores voy entendiendo

que en el tenis, como en la vida,

se juega cada punto,

se enfrenta cada miedo,

se gana o se pierde

una bola a la vez.

XXXII

He dicho con firmeza, últimamente, que soy todas las mujeres que siempre quise ser.

He dicho con franqueza, últimamente, que las mujeres que me habitan a veces hablan todas a la vez y hacen una algarabía en mi cabeza.

¿Quiénes son todas las mujeres que me habitan?

La primera, es tal vez la más sabia, la más tranquila, es una mujer alta de cabellos muy largos, con su propio viento, que solo habla en un idioma trascendente y cuando le ruego me guíe.

La imagino con frecuencia parada en un faro, viendo un mar agitado, calmándolo con un gesto mágico de su mano blanca.

También hay una regordeta desfachatada, que ríe a carcajadas y cuenta chistes.

Coleccionista de placeres, con un corazón de oro, que le ve lo bueno a todo en la vida.

Aparece de pronto una mujer adusta, estricta y crítica, cuestionando todas mis acciones, exigiéndome certezas que casi nunca tengo cuando tomo decisiones.

Hay también una niña en recreo persiguiendo hadas, que se cree en un cuento fantástico siempre y que aplaude cada cosa divertida y ocurrente que emprendo.

Hay una mujer melancólica escribiendo en su escritorio cada momento de mi vida y conmoviéndose hasta las lágrimas con cada amanecer y cada puesta de sol. Amante de los libros y de grabar frases de escritores. Coleccionista de momentos, fotógrafa, siempre triste.

Con frecuencia hay un cónclave en mi cabeza, reuniones eternas de opiniones disímiles que no funcionan precisamente como una democracia.

Cada quien tiene su oportunidad de gobernarme.

Game – set – match

En el tenis,
como en la vida
se juega cada punto,
se enfrenta cada miedo;

Se gana
o se pierde cada bola.