El más anarquista de los marxistas
Hace 40 años que murió Groucho Marx, el más anarquista de los marxistas.
Este hijo de judíos inmigrantes vivió 86 años en olor de libertad y humor. Fue un niño en Manhatan y nunca dejó de serlo, siempre capaz de convocar en el juego de la ironía un mundo que iba en contravía de su talante. Un anarcómico a prueba de aplausos, así sus filmes, como “Sopa de ganso” gozaran de alguna acogida importante, a tal punto de que el comicastro italiano Benito Mussolini hiciera prohibir la película que era, como todo lo suyo, una burla a los poderes.
Groucho Marx era un acróbata de la escena fílmica pero más aún era un acróbata del lenguaje, con algo más de patafísico que de surrealista, un creador cuyos textos habrían podido entrar a la célebre “Antología del humor negro” de André Breton.
Su humor virulento podría equipararse al del pedregoso Ambrose Bierce, ácidos los dos y disolventes, un par de grandes señores de la burla a las grandes costumbres, un par de príncipes de la anti-etiqueta y el equívoco.
Con sus hermanos Harpo, Chico, Zeppo y el menos recordado Grummo, Groucho debería estar en el “hall” de la risa, si hubierara una casa en la memoria donde se recordara que “la risa y el aleteo son parientes” (Walter Benjamin).
El poder revulsivo y a la vez revolucionario de Groucho Marx es un ataque frontal a los dogmas de toda clase. Por esto resulta fácilongo aunque no deja de tener una cierta gracia el chiste de Guillermo Cabrera Infante cuando se preguntaba por qué diablos si existían los hermanos Marx no así los hermanos Engels.
Groucho, sobre todo, debería ser más recordado como propulsor de una escuela patafícica, como Boris Vian, amantes de una poética del absurdo. Aunque circulan en varias ediciones en castellano sus libros “Memorias de un amante sarnoso” y “Groucho y yo”, su lectura siempre vuelve a traer un aire irreverente y necesario.
Por estos días apenas unos pocos diarios recuerdan la muerte de Groucho Marx hace cuatro décadas, 40 años en que ha sido tan lacerado el gran humor, casi siempre vencido por nuestras colectivas tragedias.
Con él solamente se podía llorar de risa.
No, no era el suyo un humor fácil, de coctelera, o una gracia solamente exhibida en la pantalla, pues amaba en la vida real y callejera los gestos libertarios, burlescos y contrarios a todos los poderes.
La rebeldía de Groucho siempre será bien venida. Baste recordar cuando viajó a Berlín, la tierra de su madre, solamente para fajarse un bailoteo, dicen que fue un charleston, ejecutado encima de la escombrera del bunker de Adolfo Hitler. Ese es sin duda un momento estelar: un cómico judío que viaja a la depresiva Alemania con el único propósito de bailar sobre la memoria del genocida de su gente.
Groucho Marx nos dejó grandes lecciones de una incómoda lógica neurótica.
Yo sigo una que dice que “una de las diversiones más populares y útiles a la que uno pueda entregarse en la cama es la de contar ovejas. Todo el mundo sabe que, sumando ovejas, pronto se queda uno dormido, pero yo me pregunto ahora cuántos saben que restar ovejas desvela”. Bueno, él intentaba permanecer dormido y por eso para quejarse de una cama o del camastro de un motel en el que pasó la noche en vela, quiso poner en el cuartucho una leyenda que dijera en su honor: “Aquí durmió Groucho Marx… mal”.
También aconsejaba tener en casos de emergencia un felino: “Lo único que quedaba en la despensa era comida para gato, y ni siquiera tenía gato”.
Bien vale la pena volver a Groucho Marx y de paso recordar al gran Karl de barbas de nieve que también esgrimió un punzante estilete de humor cuando afirmó que se le acusaba de querer abolir la patria y la nacionalidad, pero que como los obreros no tienen patria, por sustracción de materia no “se les puede quitar lo que no tienen”.
Y dan ganas entonces de parodiar en clave de sorna una premisa marxista para decir con el cómico que la risa debería ser la partera de la historia.
Porque, si lo pensamos bien, no se puede dudar del humor autocrítico de Dios, si fuera cierto aquello de que nos hizo a su imagen y semejanza.