Reseña_____________________________________
Alex Mauricio Correa López, Medellín, Contador Público del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid. Obtuvo el primer puesto en el concurso de Poesía del Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid (2009). Asiste al taller de escritores Biblioteca Pública Piloto. Sus textos han sido publicados en algunas revistas locales y en la web, así como en Obra Diversa, antología de escritos del taller de la Biblioteca.
La vida a bordo de un Chevrolet
En un año con mundial de fútbol, es normal que se mire el nivel de penetración que ha ganado este deporte en los países que por tradición no son futboleros. Surge así la inquietud de los dueños del fútbol mercado, de cómo se puede lograr que (Estados Unidos, por ejemplo) un poderoso mercado en audiencia y consumo reciba este deporte como lo ha hecho con sus deportes más tradicionales. El fútbol ha crecido allí los últimos años, tiene liga profesional, pero sigue estando lejos de los deportes de masas como el béisbol o el baloncesto. En este texto no se pretende profundizar sobre el asunto. No obstante, sirve para acercarnos como contrapunto a la novela que motiva estas palabras.
El beisbol y el baloncesto nos remiten a la lectura hecha a El Día de la Independencia (1996), de Richard Ford. Una novela de hondos alcances en cuanto a narrar y convivir con varios de los símbolos de la cultura norteamericana, incluidos el baloncesto y el béisbol. Es una de las más importantes novelas publicadas a finales del siglo XX en el ámbito norteamericano, como parte de una trilogía dedicada al mismo personaje, Frank Bascombe: El Periodista Deportivo (1986), la primera, y Acción de Gracias (2006), la última.
Los eventos se desarrollan entre el 1º y el 4 de julio de 1988, tiempo en el que Frank Bascombe recorre en su Ford Crown Victoria parte de Nueva Jersey, Connecticut y el estado de Nueva York. En este discurrir de kilómetros, Frank hace a su vez un viaje mental y físico entre sus recuerdos y su presente; visita aquellos sitios que de alguna manera han marcado profundamente su existencia, y contrasta a menudo el antes, el hoy y en cierta medida el porvenir. Siente y se percibe que afronta una época de dolorosa transición de lo que denomina, personalmente, “Período de existencia”; algo así como su postura filosófica frente a la vida.
Durante el recorrido, Frank visita a sus complicados clientes, los Markham. Va a recaudar el arriendo de un inmueble que tiene alquilado en la zona afro de Haddam, ciudad donde vive. Visita a Sally Caldwell, la mujer con la que tiene una relación alejada de compromisos. Se encuentra con su ex mujer, Ann, por la cual está todavía subyugado emocionalmente. Allí recoge a su hijo adolescente, Paul, y conversa con su hija Clarissa, menor que Paul. Los hijos viven con la madre y su actual esposo, Charley “(arquitecto de cincuenta y siete años, prosaico como un diccionario, alto, con el pelo prematuramente blanco, rico, gran armazón, gran nariz, grandes mandíbulas)”.
El fin de visitar el domicilio de Ann, es ir por su hijo para conmemorar el día de independencia; en un recorrido que implica visitar los salones de la fama del baloncesto en Springfield y del béisbol en Cooperstown. Luego, ir de pesca al lago Otsego en la misma Cooperstown. Pero el fondo de la salida con Paul va más allá de estos recorridos: es tratar de establecer una conversación confiada entre padre e hijo. El chico se está tornando en un adolescente problemático, que tiene pendiente un juicio por robar condones de una tienda y agredir a la dependienta; el último episodio de rebeldía ha sido golpear con un tolete a Charley, el esposo de su madre.
Al inicio del viaje, las dificultades de comunicación entre el padre y el hijo comienzan a evidenciarse cundo visitan el salón de la fama del baloncesto. Después de varios kilómetros de recorrido, el asunto va mejorando de forma discreta; sin embargo, un incidente antes de entrar al salón de la fama del béisbol ocasiona una ruptura en los planes. Paul debe ser atendido por una lesión en un ojo, causada por una pelota de béisbol. Luego del escándalo familiar, y en espera del traslado del hijo a otro centro médico en Nueva Jersey, Frank vislumbra con esperanzas que las puertas de la comunicación con su hijo se han abierto y que tal vez pueda llevarlo a vivir con él un tiempo.
La novela comienza a cerrar historias, a medida que Frank va aclarando su futuro. En el último capítulo del libro, denominado “El día de la independencia”, surge la oportunidad latente de que el hombre, y otras de las almas perdidas que le acompañan en la novela, le dé un nuevo sentido a su vida.
Frank sustenta todo el peso de la narración, la voz narradora es el propio Frank Bascombe, quien a través de un agudo sentido del humor y una agradable ironía habla de lo que le rodea, de sus aciertos y miserias. El protagonista es un escritor truncado, y lo más cercano a la literatura que hace es el boletín informativo de la agencia de bienes raíces donde trabaja. Pero le permite al autor dotar al narrador de grandes recursos expresivos para que la historia sea fluida e inteligente.
Junto a Frank, otros personajes también cuentan, además de los hijos ya mencionados: Sally Caldwell, su pareja actual en una relación que ha entrado en estancamiento y crisis; Sally viene también de una primera relación matrimonial fallida, como que su marido alguna vez salió de casa y nunca regresó. Ann, su exesposa, quien se la lleva muy bien con su nueva pareja y todavía le mortifica hablar con su ex. Karl Bemish, el socio industrial de Frank en un negocio de perros calientes y cerveza de raíz, también anda en proceso de reconstruir su vida de hombre separado. El matrimonio de Joe y Philip Markham, quienes aparecen de principio a fin en la novela, son los clientes más complejos que ha tenido Frank en los bienes raíces; tienen una hija en edad escolar, provienen cada uno de relaciones terminadas que dejaron hijos que ya son mayores. Llevan varios meses viviendo en un hotel, no se han acomodado con ninguna de las alternativas de vivienda ofrecidas. Aparece también Irv Ornstein, algo así como un hermanastro de Frank Bascombe (su padre se casó con la madre Frank luego de enviudar), quien ha pasado por dos matrimonios.
La novela, narrada en primera persona, alejándose del monólogo. La voz de Frank Bascombe interactúa con la realidad política, económica y social de su país. De ahí sus insistentes referencias a la campaña política Bush Dukakis, al ataque con armas químicas de Irak contra Irán en 1988, a los partidos de las grandes ligas, a los vaivenes de la economía en lo que tiene que ver con los bienes raíces. Frank es un individuo más en la horda de viajeros vacacionales de las fiestas patrias, un demócrata para más identidad.
Richard Ford tiene gran solvencia para recrear conglomerados de personas. Las describe en sus particularidades y generalidades, creando esa sensación de caos y armonía que satura su obra. Recorrer las autopistas con Frank en su Crown Vic, es adentrarse en las entrañas de una sociedad que rinde culto a sus deportes masivos, béisbol, baloncesto y fútbol americano, cada uno con sus “salones de la fama”, los cuales son visitados con fervor por padres, madres e hijos. Que tiene, además, su vida centrada en el automóvil y sus autopistas. Una sociedad en permanente movimiento, pues ha sido diseñada para que el auto tenga su lugar especial.
“A lo largo de la costa, de Bay Head a West Mantoloking, gallardetes patrióticos y banderas norteamericanas flamean sobre las aceras… Con todo, no existe la sensación de un fervor patriótico auténtico, sólo el cotidiano follón veraniego de las ruidosas Harley, de los jeeps descapotados con tablas de surf sobresaliendo, apretados entre los Lincoln y Prowler … Las recocidas aceras están abarrotadas de adolescentes esqueléticas en bikini que hacen cola impacientes para comprar
caramelos… mientras en la playa los puestos de madera de los socorristas están ocupados por musculosos y musculosas, con los brazos en jarras, y la mirada perdida en las olas… los moteles y los terrenos para las caravanas, al otro lado de la carretera, llevan meses reservados y sus ocupantes toman el sol en tumbonas traídas desde sus casas, o están tumbados leyendo en mínimos parques…. Otros, simplemente, están parados en las viejas aceras de los años treinta, con bastones en la mano, preguntándose: « ¿Antes no era esto —el verano— una época de disfrute interior?»”
Los recursos expresivos del autor pasan por dotar a la voz narradora con paráfrasis y digresiones constantes, que le otorgan esa sensación de universalidad de lo narrado. A pesar de ser un narrador personaje, tiene la capacidad de contarse a sí mismo y contar a los otros por medio de impresiones personales, diálogos glosados con frecuencia y los ingeniosos recursos del teléfono y la contestadora telefónica, a los cuales recurre con asiduidad, dado que pocas veces está en su casa. Las conversaciones de pareja, que si no se construyen correctamente pueden tornarse en interlocuciones de telenovela, o como mínimo en diálogos impostados y sensibleros, en el autor se articulan hechos con absoluta maestría, saliéndose de los mencionados tópicos.
Tiene Ford también una gran sensibilidad para ambientar las ciudades, calles y barrios, logrando con ello acercarnos a lo cotidiano. Finalmente, se trata de una novela que nos habla de las preocupaciones de un ser corriente de nuestro tiempo, que tiene 44 años y se considera el hombre “más divorciado del mundo”, y que a lo largo de sus viajes se encuentra con otros que sufren sus mismas preocupaciones y que hacen parte de ese anonimato en el cual estamos todos los que tenemos una vida ordinaria, que no aburrida. El siguiente párrafo revela, a mi juicio, toda su destreza para ilustrar dicha ambientación.
“Esta mañana, cuando aparco en el número 44 de Clio, son las ocho y media; el calor ya ha subido a un tercio de la escala del día, y el aire está tan quieto y pegajoso como en una mañana de verano en Nueva Orleans. Coches aparcados se alinean a los dos lados, y unos cuantos pájaros gorjean en los sicomoros plantados hace décadas en el parterre que divide la calzada. Más allá, en la acera que hace esquina con Erato Street, dos mujeres mayores están charlando apoyadas en sus escobas. Una radio suena en alguna parte detrás de la tela metálica de una ventana; una antigua canción de Bobby Bland, de la que me sabía la letra entera cuando iba a la universidad, pero de la que ahora ni siquiera recuerdo el título. Una mezcla sombría de letargo veraniego y tensión doméstica de poca importancia llena el aire como un canto fúnebre.”
Las reflexiones y acontecimientos de Frank Bascombe a bordo de su Chevrolet expresan una idea de vida que no es exclusiva de un ser como él, o de aquellos que le rodean. Sólo que El Día de la Independencia, con su contexto político, geográfico, así como también las costumbres, pasatiempos, las tensiones raciales, la veneración que hay por los deportes nacionales, la ubicua cultura del automóvil que obliga a tener al país en constante acción con sus, en esa época, Cadillacs, Chevrolet, Lincoln, Prowler, hace pensar que el único escenario donde esta novela pudo haberse gestado, es el de los Estados Unidos de Norteamérica. Lo que sucede y cómo sucede retrata el sentir de una nación, vista desde su gente y su cultura. Frank Bascombe es tal, porque es norteamericano: visita los salones de la fama con su hijo, recorre kilómetros de autopistas como lugar fugaz de reflexión porque está en permanente movimiento, a pesar de que su vida está en la inmovilidad del temor de actuar sobre ella, lo que vive y cómo lo vive es posible desde aquella Norteamérica de finales de la década de los 80. Así como Huckleberry Finn sólo es explicable como personaje en la Norteamérica del siglo XIX; o como el detective Maigret solo puede ser policía en un país europeo o francófono, a riesgo de que si se le ubica en otro hábitat se convierte en impostor. O del mismo modo que Genoveva Alcocer solo es viable en el abigarrado mestizaje del siglo XVIII y en la Cartagena de esa época, con la importancia estratégica que este puerto detentaba.
El Día de la Independencia, es otra de esas grandes novelas (norte) americanas que alguna vez propuso John William DeForest por allá en el siglo XIX, para alimentar el mito del estilo de vida americano. Una ambición que no se ha cumplido con una, sino con muchas de las novelas que han ido construyendo, en su conjunto, el retrato del espíritu de una nación dentro del contexto de sus épocas. Pienso, por ejemplo, en Moby Dick, de Mellville, y en las Aventuras de Hucleberry Finn, de Twain. Otros mencionan a El Gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald; Manhattan Transfer, de John Doss Pasos; Libertad, de Johnatan Franzen. A lo que habría que agregar incluso la obra poética de Withman o, se me viene a la memoria también, Edgar Lee Masters con su Antología de Spoon River. Sería de suyo bastante ambicioso el escritor que quisiera realizar una obra de esta índole totalizante, al punto de que podría hablarse de una utopía literaria. De todas maneras, obras como El Día de la Independencia nos acercan al corazón de una cultura apabullante como lo es la norteamericana y nos ayuda a ver desde dentro a seres literarios que nos dicen que por muy lejos que nos encontremos unos de otros, nuestras tragedias y victorias cotidianas nos acercan en la esencia del ser.