28 – Juan Manuel Roca

El jueves 15 de febrero se llevó a cabo en la Biblioteca Luis Ángel Arango una lectura de poemas de Rubén Darío en conmemoración de los cien años de su natalicio. Leímos algunos de sus poemas Santiago Mutis Durán, Camila Charry N, Amalia Lu Posso, Luz Helena Cordero, Celedonio Orjuela D, María Tabares y José Luis Díaz G. Estas fueron las palabras iniciales, leídas antes de la lecura de los versos del poeta nicaragüense.

Algunas señales de Rubén Darío

Al hablar del modernismo en nuestra poesía habría que recordar lo dicho por don Alfonso Reyes, algo así como que éste movimiento fue un devolverle las carabelas a España cargadas de un nuevo sentido de la lengua. Sin duda hay que pensar que el timonel de ese regreso y del hecho de que la poesía no volviera a ser la misma en castellano, junto a nuestro Silva o a Martí y algunos otros, fuera principalmente el nicaragüense Rubén Darío.

Fue un caso singular, que sin los medios tecnológicos de los que gozamos hoy para la poesía  y a poco tiempo de publicar su libro “Azul” (1888) ya fuera conocido en España y que no fuera, como en muchos casos aún lo somos, un poeta que escribía para una región o para un país, sino para la lengua. Y que fuera también, a la par de un gran poeta, un revolucionario de la narrativa y de “unas prosas profanas”.

Con Colombia tuvo grandes lazos. De paso por Cartagena, el que fuera presidente de Colombia Rafael Núñez, le promete hablar con el mandatario de la época, Miguel Antonio Caro, para pedirle un cargo diplomático para el poeta de Metapa. Con sorpresa es nombrado cónsul honorario de Colombia en Buenos Aires, en otra muestra de que Darío era recibido acá y en otros países como un poeta propio. Este es un hecho que rebasa los estrechos nacionalismos geográficos, un caso verdaderamnete singular. En Argentina estuvo como cónsul entre 1893 y 1895.

Pormenorizar la vida y obra suyas no es el propósito de este evento de celebración de su natalicio. Se trata más bien de oir en voces colombianas algunos de poemas de su vasta producción. Rubén Darío es un poeta de muchos matices. Un poeta lírico, épico, intimista y a la vez callejero, coloquial a veces y siempre de gran hondura musical, como la de  su maestro Paul Verlaine. Es un poeta que trajo nuevos ritmos, nuevos acentos y registros a nuestra poesía, considerado sin duda y con justicia el padre de los poetas que vinieron tras su estela. Asombra cómo migra del poema clásico al poema en prosa y a unos novedosos relatos también sin precedentes en América Latina. En muchas páginas rinde homenajes a Goya, Cervantes, Whitman, Lecomte de Lisle, Unamuno, a Nietzsche y una tropilla de “raros”, y por supuesto al gran fabulador esperpéntico don Ramón del Valle Inclán.

Algunos lo acusaron de preciosista, de escapar del corral costumbrista. Los francotiradores del inmediatismo político lo acusaron de pasar por gallineros de Managua y en vez de gallinas ver cisnes. De cruzar junto a indígenas chorotegas y en cambio ver princesas de una corte ensimismada, con lo cual condenarían al caballero libertario que veía gigantes en lugar de molinos de viento y ejércitos en lugar de ovejas, como si no fueran los soldados en verdad hordas de marionetas obedientes, rebaños de una mansedumbre similar a la del ganado lanar.

Darío es nuestro poeta de cromagnon, de él procedemos todos.

Dicen que murió en León (Nicaragua) en 1916, pero basta con abrir alguno de sus libros para ponerlo en duda. En este pequeño homenaje un grupo de poetas colombianos, de diferentes  generaciones, hará lectura de algunos de sus poemas.

Personalmente elegí sus “Letanías de nuestro señor don Quijote”, un poema de amor al caballero libertario, tomado de sus “Cantos de vida y esperanza”.