Eltiempo de los gitanos
Somos un pueblo que a los ojos del mundo no existe, me dice un viejo gitano noruego a quien de pequeño lo separaron de su familia. El Estado y la iglesia no querían que creciera como gitano. Teníamos más miedo de Dios que del diablo, teníamos más miedo de los curas que de Dios, recuerda.
Los gitanos, o pueblo romaní, como ellos mismos se identifican, han sido perseguidos, exterminados, discriminados y vejados desde que llegaron a Occidente desde el norte de la India.
A mediados de los años 90 era normal ver carteles a la entrada de restaurantes y boutiques de Londres y París donde se podía leer:
“Prohibida la entrada de perros y gitanos“.
Según el lingüista Vania de Gila Kochanowski, en el siglo IX el islam invade a la India y los indios que moraban en los territorios noroccidentales de la península indostánica emprenden una gran migración hacia el oeste. La segunda migración se produce en el siglo XIII, cuando los hoy llamados gitanos abandonan sus casas ante la llegada de los ejércitos mongoles que conquistan el territorio. A partir de entonces, el éxodo de viajeros es continuo.
Los primeros gitanos que llegaron a Escandinavia lo hicieron a comienzos de 1500. Y con su llegada comenzó la persecución. En Suecia se dictaron leyes que facultaban a cualquier ciudadano para matar gitanos. Quien lo hacía llevaba hasta el ayuntamiento una oreja de la víctima para recibir su recompensa. A las mujeres y a los niños se les marcaba en la frente con un hierro caliente para que todo el mundo supiera que eran gitanos.
El arzobispo Laurentinus Petrus, patriarca de la iglesia sueca, prohibió que los niños fueran bautizados y que los muertos fueran sepultados en los cementerios. Muchos de ellos huyeron a Finlandia donde encontraron un poco de paz. Aún hoy la situación de los gitanos en Finlandia es sustancialmente mejor que en el resto de Europa.
Entre 1914 y 1954 estaba prohibido para los gitanos entrar a Suecia. Y para los que ya estaban allí era prohibido salir. Tanto en Suecia como en Noruega muchos de ellos fueron entregados a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, quienes los deportaron a campos de concentración donde fueron eliminados. De los casos conocidos en Noruega se sabe que sólo cuatro sobrevivieron al Holocausto.
El Estado noruego conjuntamente con la iglesia quiso obligarlos a hacerse sedentarios. Los niños eran separados de las familias e internados en orfanatos donde tenían prohibido hablar su lengua. Hace poco tiempo, la Primera Ministra Erna Solberg pidió perdón al pueblo romaní de Noruega por todos los atropellos cometidos.
Es la primavera de 1994 y en las afueras de la Biblioteca Nacional de Sarajevo, o en lo que queda de ella, una madre gitana juega con sus cuatro pequeños hijos. El menor no ha cumplido los dos años. Nació con la guerra. Es un hijo de la guerra. Un marco, dame un marco, dice el más grande que no ha cumplido los seis años todavía. Su madre, avergonzada, sonríe y sigue jugando con los más pequeños.
Durante la guerra de Bosnia sólo había una cosa en la que estaban de acuerdo las partes enfrentadas. Croatas, serbios y musulmanes bosnios coincidían en que los tres odiaban a los gitanos. El foco mediático siempre se concentró en la tragedia de la guerra que afectaba a los tres grupos. Sin embargo, los gitanos eran invisibles, todo el mundo hacía como si no existieran.
Las milicias enfrentadas acusaban a los gitanos de espías por el solo hecho de negarse a ir a la guerra. No es nuestra guerra, decían.
Durante la guerra de Kosovo, a finales de los 90, muchos gitanos fueron confinados en un campo en el poblado de Caglavicë, en las afueras de Pristina, y custodiados por tropas noruegas y jordanas de los batallones de las Naciones Unidas bajo el mando de la OTAN. Luego de pelear mucho con la burocracia en el cuartel general de la OTAN en Pristina, me autorizaron una visita al campamento. Allí vivían hacinadas en barracas más de 3 mil personas. La mitad eran niños. De las 615 organizaciones denominadas humanitarias que trabajaban en Kosovo, ninguna brindaba apoyo al campamento gitano.
Sentada en el andén, afuera de su barraca, encontré a una anciana gitana aquella mañana de otoño.
–Está tomando el sol, abuela? -le dije.
-No hijo, estoy esperando que pase la muerte para que me lleve con ella -me respondió.
Muchos romà de Europa se enfrentan actualmente a terribles situaciones en las que sus derechos son violados y el ejercicio de sus libertades públicas se ve restringido. Muchos son apátridas, refugiados, asilados políticos y repatriados como consecuencia de las recientes guerras balcánicas y de los acontecimientos ocurridos tras la caída de los regímenes de la Europa del Este.
Las negociaciones internacionales para resolver la situación provocada por la desaparición de Yugoslavia se han hecho sin contar con la presencia de la minoría étnica romaní que habita estos territorios. El Consejo de Europa ha podido constatar sobre el terreno que ni siquiera las actuaciones humanitarias atendieron por igual a los romà necesitados que al resto de la población.
No es lo mismo ser invisible que no existir. El pueblo rom existe como invisible porque esa fue la única opción que le dejaron para sobrevivir. Como los estados y la sociedad mayoritaria confunden lo uno con lo otro, deducen falsamente que no hay racismo ni discriminación racial contra este pueblo, pese a que cuando algunas personas los observan como individuos les temen y algunas llegan hasta a odiarlos y endilgarles parte de los males de la sociedad.
En términos generales puede decirse que el racismo, la discriminación racial y la intolerancia contra el pueblo rom se traduce en varias acciones.
En primer lugar, está el desconocimiento absoluto sobre su historia y cultura milenarias. En esa dirección, cabe anotar que lo que los estados y la sociedad mayoritaria conocen acerca de ellos no logra trascender los límites estrechos de los estereotipos y los clichés de siempre. Al respecto, es altamente diciente que la academia nunca se haya preocupado por adelantar investigaciones sociales con y sobre dicho pueblo. Tal vez el sorprendente vacío bibliográfico existente sobre los rom sólo sea una manifestación refinada del desprecio que se les tiene.
Igualmente, la reproducción, muchas veces de manera no deliberada e inconsciente, de los diversos estereotipos que les han acuñado a lo largo de la historia de la humanidad y que los sitúa como lo peor y más execrable de la sociedad. Los rom son víctimas privilegiadas de acciones inspiradas en imaginarios claramente racistas y discriminatorios que los identifica con los calificativos más peyorativos e insultantes que se le pueda endosar a un pueblo. Si bien se ha avanzado mucho en la valoración de la diversidad étnica y cultural, hay que decirlo de una vez: pareciera que estos esfuerzos no alcanzaran a abarcar a este pueblo. En ese contexto, llama la atención que los imaginarios que la sociedad mayoritaria tiene actualmente acerca de los rom, no distan en mucho de los que se elaboraron en la Edad Media desde el momento mismo en que los primeros grupos familiares rom incursionaron en Europa.
Las persecuciones incesantes a lo largo de toda la historia de la humanidad han sido la regla. Las muy frecuentes arremetidas de los sacerdotes católicos que, ante su llegada a los pueblos, utilizaron los púlpitos para prevenir a sus feligreses contra la supuesta nociva influencia; pasando por los permanentes hostigamientos de la policía para proscribir las ventas ambulantes e informales que son actividades económicas fundamentales para los grupos familiares gitanos; siguiendo con las órdenes ejecutadas por los vigilantes privados para que sus mujeres no puedan ingresar a los centros comerciales; hasta las actuales situaciones que viven diversos grupos familiares rom que han tenido que desplazarse de manera no voluntaria debido a guerras y conflictos armados internos; es evidente que la persecución contra ellos ha sido una constante histórica.
Se han reducido sus valores identitarios y de su patrimonio cultural e intelectual a lo meramente folclórico y exótico. Los medios masivos de comunicación, especialmente la prensa escrita, se ha encargado de tergiversar y explotar para el consumo de sus lectores muchos aspectos de su cultura milenaria, sobre todo de los referidos con los saberes y conocimientos de quiromancia, cartomancia y demás prácticas consideradas peyorativamente como mágicas. Derivado del exotismo al que se ha constreñido su sabiduría, dadas las visiones cargadas de prejuicios de la sociedad mayoritaria, sus saberes y conocimientos milenarios, que comportan todo un profundo y complejo sistema para interpretar y conocer el mundo que podría denominarse como etnocientífico, ha sido reducido a lo supersticioso y a lo falaz.
No se reconoce su existencia colectiva como pueblo. Esta situación se expresa en dos aspectos. En primer lugar, contrariando nuestro deseo de ser considerado como un pueblo, en muchas instituciones gubernamentales persisten en la idea de ubicarlos bajo la ambigua categoría de “minoría étnica”, con lo que pretenden reconocer exclusivamente derechos de corte individualista destinados a las “personas pertenecientes a minorías étnicas” y desconociendo los derechos colectivos y patrimoniales consuetudinarios de su pueblo.
De niño, recuerdo que mi padre, campesino laborioso, negociaba caballos con don Domingo, un viejo gitano con dentadura de oro que iba siempre acompañado por un perro. Los amigos de mi padre le aconsejaban: no hagas negocios con los gitanos, no son gente de fiar. Mi padre guardaba silencio, se acomodaba el sombrero y continuaba su camino.
Jon Restpo
Periodista y politólogo