27 – Héctor Abad Faciolince

 

A propósito de la decisión de un juez en Bogotá que ordena cambiar el eslogan de la alcaldía de “Bogotá mejor para todos” por el de “Bogotá mejor para todos y todas”, reproducimos dos artículos sobre el tema escritos por HAF.

La columna de Héctor Abad que explica por qué no se debe usar todos y todas

En esta columna de 2006, el escritor plantea que si usáramos de verdad un lenguaje incluyente, tendríamos que decir no sólo colombianos y colombianas, sino también asesinos y asesinas, borrachos y borrachas, secuestradores y secuestradoras, violadores y violadoras, feos y feas. ¿De verdad les parecería bueno usar el lenguaje así?

¿Colombianos y colombianas, ridículos y ridículas?

En estos días una amiga que aprecio mucho por su valor e independencia, Florence Thomas, escribió en El Tiempo que yo era “absolutamente alérgico al lenguaje incluyente”. No la desmiento, lo soy, sobre todo si por lenguaje incluyente se entiende la costumbre de reemplazar la letra ‘a‘ y la letra ‘o‘ por el signo @ (querid@s amig@s), o si cada vez que uno dice “ciudadanos” debe añadir también “ciudadanas”.

Dijo también que, a pesar de esta alergia, tendría que acostumbrarme al lenguaje incluyente (el que no excluye a las mujeres), “porque es un debate contemporáneo importante que estamos ganando poco a poco”. Y concluyó con una pregunta: “¿Sí o no, Héctor?” Respondo: No, querida Florence, y voy a tratar de explicar por qué no.

El género es una categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo. Cuando yo digo, por ejemplo, que “las personas tienen estómago”, aunque “personas” tenga género femenino no estoy excluyendo a los hombres. Y aunque “estómago” sea masculino de género, lo llevan por dentro los dos sexos por igual. De hecho el órgano viril por excelencia, suele tener en castellano género femenino y (excúsenme los oídos castos) puedo citar los casos de la verga, la polla, la picha y la mondá, cuatro instrumentos idénticos de género femenino, aunque evidentemente de sexo masculino. Y en España, al menos, pasa lo inverso con la parte correspondiente de la mujer y, por típicamente femenino que sea (en cuanto al sexo) el coño, el género de esta palabra es masculino.

Cita Florence en apoyo de su tesis un titular de El Tiempo que decía así: “Piden cadena perpetua para violadores de niños”. Thomas se indigna porque la mayoría de las víctimas del delito de violación son niñas y no niños, y siente que El Tiempo, al escribir niños, está dejando en la sombra a las niñas, excluyéndolas, negando su sexo, y propone que el título correcto debería haber sido: “Cadena perpetua para violadores de niñas y niños”. En realidad, si el manual de estilo del periódico obligara a los periodistas a usar un “lenguaje incluyente”, el título, más exacto, tendría que decir: “Cadena perpetua para violadores y violadoras de niñas y de niños”. Sé muy bien que por cada mil violadores hombres, si mucho, hay una violadora mujer, pero si uno se va a poner muy preciso, y si se va a saltar la economía propia del idioma, es difícil saber dónde trazar la raya.

Como el género, insisto, es un asunto gramatical y no sexual, hay una convención en varias lenguas occidentales (español, francés…) según la cual ante un número plural de personas, se usará, por economía verbal, el género masculino, lo cual no excluye a las integrantes de ese grupo específico que tengan sexo femenino.

Si Florence viviera en Alemania no había podido escribir su protesta en el caso de los niños violados, puesto niño, en alemán, es neutro: das Kind. El género es una cosa arbitraria y rara. La palabra mano, en italiano, es femenina como en español, pero su plural (mani) usa la i, que es una típica terminación de género masculino. Se sabe que ‘sol‘ es femenino en alemán (die Sonne, la sol), y luna se dice der Mond (es decir, el luna), y para mayor enredo, ni siquiera la palabra ‘muchacha‘ es femenina, sino neutra: das Mädchen. Con esto quiero demostrar la arbitrariedad que tiene el género gramatical. Es más, hay lenguas no occidentales con muchísimos otros géneros: animal, neutro, dual, de cosa animada, de cosa inanimada, para vegetales, para minerales…

Florence pide “sentido común” en el uso del lenguaje incluyente. No lo pide para las novelas (menos mal) sino para “los documentos oficiales, los discursos políticos, las constituciones, leyes y decretos”. El artículo 51 de la Constitución Nacional, por ejemplo, dice así: “Todos los colombianos tienen derecho a vivienda digna”. La constitución de Florence diría: “Todas las colombianas y todos los colombianos tienen derecho a vivienda digna”. No me convence; me parece redundante, feo e inútil y me lo seguirá pareciendo incluso si algún día, como escribe Thomas “ganan este debate”. Es más, me parece mucho más importante el debate de la vivienda digna que el del lenguaje incluyente.

Creo que en ese debate hay un exceso de susceptibilidad de parte de algunas mujeres. Sé que no todas ellas se sienten excluidas cuando se usa el género masculino para el plural, por simple economía de lenguaje, y no para discriminar. Al fin y al cabo, todas las personas que existen en el mundo pueden ser calificadas con adjetivos negativos, y también la mitad de los oficios y actividades pueden tener una connotación peyorativa. Y en todas esas acepciones negativas, el género masculino carga con la abominación, sin que los de mi sexo protestemos. Si usáramos de verdad un lenguaje incluyente, tendríamos que decir no sólo colombianos y colombianas, sino también asesinos y asesinas, borrachos y borrachas, secuestradores y secuestradoras, violadores y violadoras, feos y feas, brutos y brutas, estúpidos y estúpidas. ¿De verdad les parecería bueno usar el lenguaje así?

(Tomado de Semana de 2006).


La lengua no tiene la culpa

Muchos, y me incluyo, en vez de debatir con seriedad el tema del lenguaje incluyente, zanjamos la discusión con una burla. En este artículo haré todo lo posible por argumentar lo que pienso sobre el tema sin burlarme. Sostengo que las lenguas naturales (el español, el chino, el quechua…) no son machistas ni feministas, no son capitalistas o socialistas, es decir, que las lenguas no tienen ideología, que la gramática no es ideológica en sí misma, y que todas las lenguas se pueden usar —claro está— para oprimir o para liberar. Mejor dicho: que echarle la culpa de la opresión machista, que existe, a la estructura de la lengua, es un error.

Naturalmente las lenguas se pueden usar de una manera racista, machista, excluyente, discriminadora, etc. Si yo digo: “las mujeres son menos inteligentes que los hombres”, estoy expresando una idea sexista. Pero ese machismo y ese sexismo no es de la estructura de la lengua que me permite hacer una frase así, puesto que esa misma lengua me deja decir: “la evidencia científica demuestra que hombres y mujeres tienen capacidades intelectuales análogas”.

Lo machista es creer que la lengua (una estructura mental profunda y una construcción colectiva) la construyen solo los varones, la sociedad patriarcal, y no las mujeres. Es sabido que una lengua no la hacen las escritoras, ni las academias, ni los dictadores, ni los jueces, sino todo el mundo, las personas de la calle, la gente común y corriente. La lengua, por lo tanto, es una construcción de mujeres y de hombres, y no veo por qué las mujeres hubieran querido “excluirse” en una lengua materna (¡!) a la que ellas han contribuido, como mínimo, con la mitad de los impulsos lingüísticos. Creer que las mujeres simplemente han tenido que someterse a la lengua de los machos, u obedecer al idioma que ellos crearon, es de verdad pensar que las mujeres han sido bobas y mudas. Y las mujeres ni son más bobas ni hablan menos que los hombres.

Vengo ahora al debate de esta semana: si el plural de género masculino, usado para ambos sexos, es un rasgo machista del español, y si el uso de este plural masculino para designar a hombres y mujeres las excluye y las vuelve invisibles. No lo creo. Hay una categoría gramatical que se llama el epiceno. Este consiste en que con un solo género gramatical (masculino o femenino) se designa a seres animados de uno u otro sexo. Bebé, lince, pantera, víctima, son todos “epicenos”, es decir, palabras masculinas o femeninas que sirven para designar a ambos sexos. Si digo que las panteras son negras, que los bebés son tiernos y que los linces están copulando, me refiero en todos los casos a machos y a hembras.

El plural de género masculino no marca siempre el sexo y se comporta, podríamos decirlo, como un plural epiceno: es decir, que a pesar de tener género gramatical masculino, incluye a los dos sexos. Cuando, tras una pena familiar, una mujer dice que “todos estamos muy tristes”, para referirse a su familia de hombres, y a sí misma, no se está excluyendo por usar el género gramatical masculino. Uno no debe usar la lengua de un modo suspicaz, creyendo que no dice lo que está diciendo. La lengua es clara, y no hay que achacarle una malevolencia que no tiene.

Decir que “todos” excluye a las mujeres es una falacia, es introducir una sospecha de malas intenciones machistas en la lengua, y la lengua es inocente. El espíritu profundo del español no tiene sesgos machistas. Si leo: “todos deben obedecer a la autoridad”, nadie cree que en este caso se les pide obediencia solo a los hombres, y que las mujeres, por arte y magia de un plural masculino que las excluiría, tienen la dicha de no tener que obedecerla. Si las mujeres, por maldad de una lengua machista, estuvieran excluidas de lo bueno, entonces habría que reconocer que esa lengua machista las excluye también de lo malo. “Los ladrones deben ir a la cárcel” ¿es una frase que excluye favorablemente a las mujeres y por lo tanto las ladronas están exentas de esta condena?

(Tomado de El Espectador, 16 de diciembre de 2017).