Comentarios a las glosas sobre “El último tango” y su vampirismo de Aarón Rodríguez para todos
De todos los filmes de Bernardo Bertolucci, los que más me gustan son, en primer lugar, Novecento y en segundo lugar La luna, la cual me sirvió para ilustrar un artículo psicoanalítico, que titulé El Otro lacaniano y la castración simbólica.
La primera vez que vi El último tango en París no me gustó; me resultó aburrida; generadora de una suerte de claustrofobia; la segunda vez que la vi, ya no en la pantalla gigante sino en la televisión, me pareció mejor por el tratamiento del problema de la soledad, sin parecerme nunca la octava maravilla.
Pero, sin lugar a dudas, como dice Aarón Rodríguez, tiene un ángulo incómodo, que yo creo que es lo que la hace precisamente valiosa, porque transmite el aburrimiento de esa soledad, que une a los personajes.
Nunca en la vida, me identifiqué con el personaje que hace Marlon Brando, y mis amores, por suerte, han sido muy distintos a este tipo de relación; no siento ninguna compulsión a la repetición de volver a verla, porque, francamente, no tiene nada que ver conmigo; no me produce ni frío, ni calor. Yo creo en el psicoanálisis, puesto que soy psicoanalista, y para nada creo que tenga que ver con mi inconsciente y no logro identificarme con Paul, el personaje encarnado por Marlon Brando, que lo sacara de una suerte de marasmo en el que había caído como actor, según vi en un biopics televisivo, que hicieron de él y que me interesó muchísimo, cuando me lo topé en alguna cadena de la televisión española.
Sin duda, la música de Gato Barbieri es un buen acompañante con su magnífico saxofón y el sincopado de su jazz, tan vanguardista, que lo haría uno de los saxofonistas más grandes de la historia de la música, quien, diez años antes al estreno de la película, se encontrara con Don Cherry, quien lo metería en el subgénero del jazz de vanguardia, al que él incluiría elementos de la música latinoamericana, brasileña, afrocubana y de su propio país, Argentina, con el que cargaría de sensualidad la cinta de Bertolucci, El último tango en París.
Y sin duda, desde la introducción sentimos la presencia del pintor Fancis Bacon, quien da un tono psicológico profundo al filme, que es recocido por psicoanalistas, como el bogotano, Alejandro Rojas Orrego, uno de los pintores, que más expresa el dolor y la angustia, que está presente a lo largo de la película, en esa relación sadomasoquista, que se establece entre los personajes, donde el otro de la pareja, poco parece importar, en una relación más pulsional, que amorosa propiamente dicha, que resulta bastante deprimente, tras un encuentro azaroso y fortuito entre ellos, a los que como en Strangers in the night de Frank Sinatra, parecía que lo que los unía era la soledad, sin el tono romántico que le da el cantant, porque Bertolucci nos adentra en el mundo de la incomunicación, sin sueños, en un puro deseo bruto, como diría en algún momento Jacques-Alain Miller en sus Elucidaciones de Lacan:
https://www.youtube.com/watch?v=hlSbSKNk9f0
En un escenario, que no podía ser más minimalista, como ese pisito alquilado y vacío, asistimos a una muestra de la agresividad, la vacuidad de los diálogos, el impulso carnal y nada más en un puro desequilibrio emocional, por más humanos, que sean; pero, donde el ir más allá del placer, les perder todo lazo social, donde todo tiene el tono de la mortificación dentro del placer mismo, en un cine tan expresionista, como la misma pintura de Francis Bacon, lo cual no quita profundidad y complejidad a la cinta y a sus protagonistas, cuya realidad psíquica se encuentra fragmentada, como en una fase anterior a la constitución del yo, en la fase del espejo, de tal modo, que más que el narcisismo, lo que ronda es el autoerotismo, en una suerte de masturbación acompañada, en una sociedad con una plaga emocional, para utilizar el concepto de Wilhelm Reich, donde la identidad está perdida, por orgásmica, que sea. De donde estamos frente a casi un puro Real, donde faltan lo imaginario y lo simbólico, de donde pareciéramos estar atrapados en una especie de bestiario.
Algunos encuadres del inicio, sin duda realizado con un magistral movimiento de cámara, también me evocan algunas de las pinturas de Edward Hopper, quien también fuese un retratista de la soledad de sus escenas estadounidenses, que remiten a la incomunicación contemporánea, a la que Bertolucci presta un naturalismo sin par, en un mundo donde impera el silencio.
https://en.wikipedia.org/wiki/Edward_Hopper
En esa primera parte del film asistimos a la desesperación de Paul, a punto de pegar un grito como el de Munch, en el que se oiga la palabra: ¡Maldición!, ante el ruido de los trenes, que le resulta infernal, en la medida que representa el mundo, que lo rodea, al que tanto abomina; por eso, en medio de su dolor se aprieta las sienes.
http://cinemaadhoc.info/2012/02/criticas-el-ultimo-tango-en-paris/
Y, entonces, continúa su marcha silenciosa, por alguna calle de la Ciudad-Luz, mientra desde atrás de él, como si fuera una aparición surge una mujer, que al pasar a su lado, lo mira, sin detenerse demasiado y continúa su camino; el hombre sigue triste y sólo, como si no hiciese vínculo con nadie; tal vez, con alguien ausente.
Quizás la fantasmática apareción de la mujer, apunte al deseo, de un hombre mayor, con una jovencita llena de gracia y feminidad.
Ella se le adelanta, grácil y móvil, como una gacela, de prisa, como para no incumplir una cita, en un cuarto de alquiler, destinado a amantes ocasionales,al que ubica, para bajar a un bar, donde, de seguro, se encontrará con un desconocido con el que ha de encontrarse, en el escenario evocador de Hopper y, al entrar en los aseos, se encuentra un hombre, que lava su caja de dientes superior, en el lavabo común para Damas y Caballeros, lo cual no deja de producirla cierta náusea, no sé si sartreana, ya que, sin lugar a dudas, la película más que el erotismo en sí mismo es toda una propuesta filosófica, que pienso que la redime, más allá de la famosa escena de la mantequilla con las pulsiones sadicoaales de estas escenas:
https://www.youtube.com/watch?v=6DzM7roJ5BY
Si no se capta muy bien el mensaje filosófico, quizás sea por el desborde de un Bertolucci, que intenta destruirlo todo, desde su nihilismo, influido por Godard.
Tal vez, pudiéramos estar ante un descarado elogio de la violencia machista; pero no debemos olvidarnos de cierto vampirismo encubierto en el filme, que se instala en la cinta, en la medida que el vampiro, como nos lo dice el propio Aarón Rodríguez, se envuelve en las sombras, en ese piso oscuro, que casi se convierte en una mansión gótica y como macho dominante increpa y se relame de vicio en el cuerpo de María Schneider, que el hombre ni estima ni ama, aunque ella desee al hombre protector, que toda mujer desea, al menos en su infancia; porque para Paul, aunque no lo sepa a ciencia cierta, como Chandler, piensa que tras el primer beso, lo único, que queda es desnudar a la mujer y, después, la nada. Ya que, por parte de él, el amor no existe, sino la relación sexual y nada más, sin más historias. Lo que importa es el gemido de los cuerpos. No se trata del verdadero toma y daca, que se supone, que se da en el amor; de lo que se trata es de una relación fugaz, que será la primera y la última, como lo sugiere el título de la película y ahí la temporalidad operará como la negación del juramento del amor eterno, porque si Flaubert enterrara el romanticismo, aquí Bertolucci le da un puntillazo final, máximo, que en el amor efímero, el primer beso anticipa, de entrada, el último de ellos, lo que mantendrá el tono de la amargura del sin sentido.
Para Rodríguez, la mirada del vampiro deviene paradigmática en este fotograma:
Porque para Rodríguez, el vampiro no se nutre tanto de la sangre de la víctima como de su tiempo, ya que ha vivido tanto, que en experiencia interior no hay sino canasncio; pero, no olvida la juventud, que quisiera poseer y se ha escapado, a la vez, que se ha perdido la inocencia, ya se está en el otoño y se anhela la primavera, con todos sus encantos y es un intento de desmentir la muerte, que se apresta a llegar, algo bien distinto de lo que siente Humbert Humbert por Lolita, nínfula destinada a revivir a aquella Annabel, perdida en los años puberales.
En este caso la nínfula, un tanto histérica, cae en las garras del vampiro, porque supone que es un hombre, que sabe del deseo y ella quisiera, que él, le transmitiese ese saber, para comprender mejor, ¿qué desea una mujer?, lo que la hace sufrir la psicopatia sexualis, para evocar a Krafft-Ebbing, de un hombre amargado y envidioso de la juventud perdida, que para Darío era un verdadero tesoro; puesto que Paul no es más que un estúpido, que la paraliza, en su incapacidad de hacer introspección y elaborar sus duelos.
Él sabe que todo es viejo; pero, lleno de recuerdos, aunque no sea ningún héroe, sino un pobre diablo, que recibe un tiro por la espalda, cuando le declara su amor a la joven y su última visión serán los techos de París y su cadáver yacerá bajo el cielo de un París, que ni siquiera ha disfrutado.
https://www.youtube.com/watch?v=pbO6aZm_a2Q
Ese cielo del que con tanto amor nos transmitiera Yves Montand:
https://www.youtube.com/watch?v=LACZU05vmbk
Más bien hay un doliente saxofón de Gato Barbieri, como única honra fúnebre.
Puesto que ni el uno ni el otro conocen sus nombres, como lo declara ella, en un estado de perplejidad:
-No sé quién es… me ha seguido por la calle… quería violarme… es un loco… no sé como se llama… no sé su nombre… ni sé quien es… quería violarme… no sé más… o le conozco no sé quién es… era un loco… no sé quien es… – mientras la voz va sufriendo un fading, con una voz, que se va atenuando cada vez más, hasta que reina el silencio.
Yves Montand – Sous Le Ciel De Paris (with lyrics)
Vilagarcía de Arousa, 19 de agosto del 2017