Mi Kafka
Tres ensayos
Reúno en este folleto las dos conferencias y el artículo que he escrito sobre Kafka. En realidad, son tres ensayos que he escrito con una agitación muy profunda. No ofrezco nada nuevo al lector. No son verdades kafkianas para competir con el universo de estudios alrededor de la vida y obra de Kafka. Es mi lectura que devino en estas palabras. Es “Mi Kafka” y lo comparto con una lectora lejana.
Frank David Bedoya Muñoz
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Un diálogo con Franz Kafka
¿Dónde te encuentro Kafka? Si hubieses sido un hombre sería tan fácil encontrarte, bastaría buscar una buena biografía sobre ti. Pero no eras un hombre, eras escritura. No te convertiste en un escritor, te convertiste tú «todo» en escritura misma.
He ido a mi biblioteca predilecta a buscarte y no te he encontrado. He leído doctos de todas las especies, que tratan de interpretarte, detectives que intentan descifrar los enigmas de tus escritos y no te he encontrado ¿Que si El Proceso es una reescritura de algún texto de Dostoievski? ¿Que si eras un consumado melancólico? ¿Que si eras una hombre trágico? ¿Que si eras un solitario que se reía de sí mismo y del mundo pero en «serio»? Creí que te iba a encontrar en Borges y en Deleuze por la confianza que tengo en ellos, y la verdad tampoco allí te encontré.
¿Y si eres escritura, simplemente no bastaría con leerte? No, no basta. La impresión que nos… -corrijo-, que me queda después de leerte, no es la impresión de que apareces sino por el contrario de que te escabulles… Creo que ya no sabemos si te escribías para crearte o para des-crearte.
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La ciudad y la literatura un diálogo con Kafka II
Pietro Citati relató una historia conmovedora que ocurrió durante algunos de los paseos de Franz Kafka por la ciudad:
“En un paseo por el parque de Steglitz, [Kafka] se encontró a una niña que sollozaba desesperadamente, porque había perdido su muñeca. Kafka la consoló: «Tu muñeca está de viaje, lo sé, me acaba de escribir una carta». La niña estaba llena de dudas. «¿La tienes tú?». «No, la he dejado en casa, pero te la traeré mañana». Kafka regresó enseguida a casa para escribir la carta. Se sentó en el escritorio y se puso a redactarla, como si tuviese que escribir un relato, entregándose al gran juego dickensiano lleno de calor y de fantasía que siempre había sido parte integrante de él. Al día siguiente fue al parque, donde la niña lo esperaba. Le leyó la carta en voz alta. En esas horas, la muñeca explicaba con gentileza que estaba cansada de vivir en la misma familia: quería cambiar de aires, de ciudad y de país, abandonar por un tiempo a la niña, aunque la quisiera mucho. Le prometió escribirle cada día, con el resumen minucioso de sus viajes. Así, durante algún tiempo, delante de la lámpara de petróleo, Kafka describió países que nunca había visto, contó aventuras dramáticas y con final feliz, y llevo la muñeca a la escuela, donde hizo nuevas amigas. Cada vez, la muñeca aseguraba a la niña su amor, pero aludiendo a las complicaciones de la nueva vida, a otros deberes y a otros intereses. A los pocos días, la niña había olvidado la pérdida, y no pensaba más que en la ficción. El juego duró al menos tres semanas. Kafka no sabía cómo ponerle punto final. Le dio muchas vueltas, lo discutió con Dora y, finalmente, decidió hacer casar a la muñeca. Describió al joven prometido, la fiesta de petición de mano, los preparativos de la boda, la casa de la joven pareja. «Como comprenderás -concluía la muñeca-, en el futuro tendremos que renunciar a vernos»”.
Creo que Kafka le puso a aquella muñeca sus propios deseos insatisfechos: cambiar “de aires, de ciudad y de país”.
Lo que pudo hacer esta muñeca, él no lo pudo hacer.
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Unas palabras, una caricia, un fracaso
En el año 1900, en la vieja Europa central, el joven Franz de 17 años, era vigilado obstinadamente por su madre para que no descubriera el sexo. Una criada de la familia, fue sorprendida cometiendo un acto lujurioso, con un trabajador que entró a la casa de los Kafka por unas mercancías. El trabajador no fue amonestado, porque para la moral de aquella época -y la época de ahora- ese impulso era “natural” en el varón; pero, la muchacha fue despedida inmediatamente. No fuera que ocurriera otra situación similar y el adolescente incólume, débil, primogénito del hogar, descubriera “tales inmundicias” de la carne.
Unas vacaciones familiares no excluían tan duro plan de vigilancia maternal; incluso, en esas salidas se intensificaban las miradas sobre el muchacho para evitarle algún encuentro con la excitación que ofrece el mundo exterior. El lugar elegido para el paseo fue un pueblito cerca a la casa. Lo que no sabían sus papás, es que en la maleta que preparó Franz, ya iba, el más perturbador y liberador de conciencias: un libro, un ejemplar de la obra “Así habló Zaratustra” de Nietzsche, el filósofo que moriría ese mismo año, dos meses después de esta historia.
Tampoco sabían los padres de Franz, que el tema tabú de la sexualidad, ya se lo habían expuesto gráficamente dos amigos mayores, que le explicaron en “teoría” lo que aún era muy lejano en la práctica. Por el momento, Franz iba con su libro de filosofía, donde no iba a encontrar instrucciones sobre la sexualidad, pero, sí una revolución interna existencial sin parangones.
Llegaron al hotel, y Franz encontró allí a una chica de su misma edad que se llamaba Selma. Ella inmediatamente se sintió atraída por aquel chico solitario que parecía muy inteligente, él se fijó en ella. El verano era largo. Los adultos intensificaron la vigilancia, había entrado el demonio en acción: una muchacha.
[El texto completo de estos tres ensayos puede leerse en el siguiente archivo en PDF.]