26 – Alfredo Cardona Tobón

Un relato de don Germán

GERMAN TOBON

Luis entró con su abuelo a la catedral de Villanueva en Medellín y apabullado por los colores que se desprendían de los vitrales, el olor a incienso y la inmensidad de las bóvedas de ladrillo, siguió como un autómata a don Germán en su recorrido por el templo.

Al llegar a un muro de la nave lateral derecha el abuelo se detuvo y dijo a su nieto:

“Oiga mijito, aquí me agarraron las tropas del general Tolosa en la Guerra de los Mil Días; yo estaba pegando esta hilera de ladrillos con argamasa de cal y sangre de toro, cuando llegaron los revolucionarios y me arrearon con la tropa.”

Los recuerdos se agolparon en la mente del veterano combatiente que retrocedió cincuenta años en el tiempo y devolvió la película al 20 de diciembre de 1899:

Ese día Germán Antonio salió de su casa en el Camellón de Buenos Aires y tomó camino abajo hacia Medellín donde trabajaba como albañil en la catedral en construcción. Como era costumbre llevaba un fiambre envuelto en hojas de bihao o bijao y un calabazo de aguapanela con limón, para refrescar su garganta a medida que el sol iba calentando el valle de Aburrá.

En el trayecto iba pensando en la navidad próxima y en el pesebre que haría por primera vez al lado de Cleotilde y del primogénito recién nacido.  El pesebre le estaba quedando muy lindo, había tallado a San José, a la Virgen, al Niño Dios y dos reyes magos, pero  con Baltasar no había podido pues le quedó tan choneto y descobalado que se iba de bruces a pesar de apuntalarlo con musgo. Bueno −pensó Germán− esta tarde cuando salga del trabajo le hago un bastón y soluciono el asunto.

A las diez de la mañana, mientras la cuadrilla movía un andamio se sintió un tropel, choque de sables, gritos de: ¡Alto! y la estampida de los obreros que se internaban en los matorrales de los solares vecinos. Germán no logró huir, lo apresaron como si fuera un bandido y a la brava lo hicieron formar en una fila de reclutas vigilados por gente armada bajo las órdenes del general Cándido Tolosa.

Al compás de un tambor y detrás de un estandarte rojo, salió el abuelo con rumbo a Guarne como soldado obligado de la revolución liberal. Germán  recordó a Clotilde con su niño de brazos,  la cerca caída por donde se   podría escapar el ternero y hasta el bastón que le tenía que hacer al mago Baltasar; el único consuelo, si ello se llama consuelo, era marchar con sus copartidarios liberales y no con las tropas del gobierno conservador.

Al salir de Medellín por los lados de Bermejal, un recluta se atrevió a gritar:

−¿Y las armas mi general? ¿Cuándo nos dan las armas para atacar a los godos?

−A eso vamos, a quitárselas al enemigo −respondió Tolosa.

El gobernador de Antioquia, Alejandro Gutiérrez, organizó de inmediato sus huestes y atacó la columna de Cándido Tolosa, que mal armada y sin víveres se retiró de Guarne, siguió en carrera a Concepción, continuó hacia Barbosa, repasó el río Medellín para subir a Don Matías y luego a San Pedro para reunirse en Quirimará donde recibió algunos elementos de guerra que guardaban los liberales de Rionegro.

Ya medio armado y con algunas provisiones, Tolosa marchó rumbo a Santa Fe de Antioquia, la cual ocupó sin dificultad pues allí no había tropas conservadoras. Los revolucionarios desentablaron el Puente de Occidente y se parapetaron en la orilla izquierda para hacer frente a los efectivos gobiernistas que les venían pisando los talones.

El 12 de enero los conservadores llegaron a la orilla derecha del río Cauca. El capitán Ramón Gaviria y el teniente Manuel de J. Herrera en medio de la balacera liberal lograron entablar de nuevo el puente y avanzar hacia las posiciones enemigas.

Germán estaba agazapado detrás de un añoso tronco con Trino Montoya, un amigo de Sabaneta que se había metido de héroe al empezar el jaleo liberal. Allí estaban quietos esperando la ocasión de acabar con algunos soldados del bando contrario que se oían a distancia y poco a poco se ponían al alcance de sus fusiles.

Dos muchachos gobiernistas se acercaron corriendo, pero cansados por el esfuerzo  detuvieron su avance frente al tronco donde los esperaban Germán y Trino; miraron a todos lados y creyendo que los liberales  habían seguido en derrota  como en los días anteriores, se sentaron tranquilos, prendieron  sendas calillas y se pusieron a charlar sobre  muchachas, la natilla y la Navidad.

−Quemémoslos Germán −dijo Trino−, quemémoslos que los tenemos a tiro.

Los amigos extendieron sus armas y afinaron puntería. Los muchachos enemigos seguían fumando sin presentir que la zarpa de la muerte se cernía sobre sus cabezas.

−Trino, yo no soy capaz de asesinarlos a sangre fría. No los conozco ni me han hecho nada., dijo Germán.

−Yo tampoco soy capaz de matarlos −contestó Trino−. Vámonos que esto no es para nosotros. Dejemos que Tolosa con sus matones termine una guerra que nosotros no empezamos.

Cuando Germán se inclinó para dejar el fusil en el rastrojo, se oyó un disparo en la espesura y la bala rastrilló sobre su arma salvándole la vida. Huyendo por senderos y atajos, Germán llegó al Valle de Aburrá tres días más tarde. Trepó por la cuesta de Buenos Aires y llegó a su casa donde los perros anunciaron con alborozo la llegada. Clotilde salió a ver qué sucedía y se encontró con la maravillosa sorpresa de ver a su esposo vivito y coleando.

En un rincón aún estaba el pesebre. Clotilde en medio de su pena y sus llantos puso al Niño Jesús y a la Virgen a esperar la llegada de su esposo. Germán se acercó piadosamente y del carriel sacó el bastón que le faltaba al Rey Baltasar, y que había tallado, casi perfectamente, la bala que rebotó sobre la culata del fusil durante el combate en Santa Fe de Antioquia.