25 – Adonaís Jaramillo

La Piloto en pilotes

 Nuestra BPP sigue viva, pese al retraso que se advierte en el reforzamiento de su estructura física.  Y esta dinámica se expresa  en la  actividad que despliega en el espacio mínimo con el que ahora cuenta.

Sometido el edificio a una operación para evitar su colapso, el reforzamiento empezó hace ya muchos meses —el término era de 10 meses, cumplidos en noviembre de 2016— por parte del municipio que lo recibió de la Nación. Quedan como pruebas un ostentoso plegable repartido a los usuarios de la biblioteca y el gigantesco telón —lapidario— interpuesto entre los rayos del sol y un muro de la Torre de la Memoria.

La Biblioteca Pública Piloto es un bastión de la cultura de la ciudad. Y esa consideración parece ser apenas de los fieles usuarios que deploran el retraso con el que avanza el programa o, más francamente, su paralización. A la BPP se le rinde culto como un templo que congrega a muchos de sus fieles devotos a su programación cultural, empezando por los habitantes del Carlosé, ese “quartier latin” de la ciudad librepensador y bohemio; pero no parece ser el mismo sentimiento el de la administración municipal. Se piensa que el municipio contaba con el presupuesto suficiente que garantizara la ejecución en el término pactado, para que la ciudad se reencontrara con un edificio reforzado y transformado, pero esto no ha ocurrido.

Desapareció el personal de cascos de colores (desde noviembre pasado) que mantenían el ritmo y no sabemos si se acabó el presupuesto, o si se trasladó lo que había para reparar la Biblioteca España, de la que no se sabe si vuelve a su estado original, o si los contratistas de la Piloto son los mismos.

Ahí están todavía  sus muros desnudos —en los que se advierte el reforzamiento de la estructura—  sin revocar. La mayor parte de sus instalaciones sin poder reiniciar los servicios, ¡y sus libros por fuera!, muchos de ellos localizados  en su red de bibliotecas periféricas; y  la cortina verde que la ciñe,  signo del vacío y   la demolición, pareciera  no darnos esperanza.

Al desconcierto de los usuarios por lo que ocurre con la BPP, se le suma la pérdida del árbol a la entrada del edificio de la memoria, un falso pimiento (schinus molle) que servía de dintel generoso, que volcado por un viento impredecible fue totalmente talado (¿hubiesen tenido remedio algunos de sus brazos?). Y ahí quedó el tocón esperando ser removido y sembrado el árbol de reemplazo que la Medellín asfixiada reclama y esperará hasta que su fronda sea suficiente.

Ojalá el incidente no sea un mal augurio —aunque todas las bibliotecas tienen sus misterios— que anuncie la  parálisis del programa emprendido por tan largo tiempo, y le sume a la ciudad otra frustración, como el de la biblioteca consagrada.

 

Aguaceros del siglo

 

Los fuertes aguaceros que de sorpresa se desatan sobre la ciudad, así no se mencione, tendrían su causa en el cambio climático, pero ya el referente se ha banalizado tanto que mejor resulta decir que el fenómeno es por la transición del verano a la temporada invernal.

Pero lo que hay en el fondo, es en serio.  Hay alteraciones inducidas por el hombre que afectan todos los ecosistemas, Y no se necesita oficiar de Casandras para advertir que estos fenómenos nos moverán el piso.

Y Medellín que entubó sus quebradas y urbanizó laderas, está desguarnecida. Impermeabilización y escasas zonas verdes (las que había se las entregó el municipio a los particulares –por omisión– para parqueo), y esta circunstancia nos hace muy vulnerables.

A esto súmese las basuras que se arrojan a los caños –a lo que se redujeron las quebradas– y ahí está servido el desastre.

Y lo vimos ayer primero de marzo con el aguacero que afectó la zona sur de la ciudad, donde lo invulnerable se volvió frágil. Las poderosas –grandes superficies–, resultaron quebradas. Lodo y colapso. Escorrentía desbocada por la vertiente oriental que taponó sumideros y convirtió las vías en ríos. Agua desatada sin la salvaguarda de los árboles; de las zonas verdes y sumideros. Todas sacrificadas al dios Argos, ese monstruo de mil ojos que tiene la virtud de hacer objetivo el mundo: de verlo más concreto.