Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1989. Vivió en su municipio natal hasta el año 2003, para luego trasladarse a la ciudad de Medellín, en donde reside actualmente. Psicóloga, Universidad de Antioquia, 2013. Algunos de sus cuentos y poemas están incluidos en el libro Antología literaria de AM, Arte Editorial. Participó en el XVII Encuentro de poetas de Comfenalco; y aparece en la antología (2016).
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Aquí, varios relatos cortos:
El Secreto de la hoja de papel
¿Y tú qué vas a guardar?, me preguntó el banquero en la acera de la casa azul.
Abrí mi bolso y empecé a sacar cada uno de mis tesoros. Al igual que los cuatro niños anteriores, los quería tener en un lugar seguro durante las vacaciones, y es que con todas las ocupaciones lúdicas que uno tiene en este tiempo, no logra cuidarlos como debería.
Saqué primero mi colección de piedras organizada en una cajita, no por tamaño, ni por color, sino por el orden en que me habían encontrado. Las más escondidas eran las dos que me trajiste de aquel viaje a la luna, que hiciste en el jardín de tu abuela; esas valían mucho más que la colección completa.
Luego saqué mi soldadito. Aunque él había logrado llegar solo desde un país muy lejano cargando un gran tubo lleno de dulces y sabía cómo defenderse, yo sentía que en esta ocasión era mi deber protegerlo.
Continué con una esfera color naranja que tiene cuatro estrellas en su interior. Ésta no podía caer en las manos de alguien con el corazón impuro, pues si lograba reunir las otras seis podría ser el fin, por ejemplo, de todos los dulces del mundo.
Al final saqué una hoja con renglones morados. Era una hoja con superpoderes y no podía permitir que se arrugara o se mojara.
Cuando terminé, el banquero abrió su gran maleta y lo guardó todo allí.
Por cada cosa te cobraré una moneda –dijo–, excepto por la hoja de papel, ¿qué tipo de banquero cobraría por eso?
Yo asentí con la cabeza y de mi bolsillo derecho saqué las tres monedas de chocolate.
Todo esto lo logró ver Mateo desde la acera de enfrente y, justo cuando acabé de cerrar el negocio, sonrió mirándome a los ojos; yo inmediatamente di la vuelta y salí corriendo a mi casa, tenía que esconder mi cara de sorpresa, y yo no soy bueno para esconder esas cosas.
El banquero no se había dado cuenta de los superpoderes que tenía la hoja de papel con renglones morados, si se hubiera enterado que con solo unos dobleces esa hoja se convertía en una nave capaz de llegar hasta tu corazón, ni diez bolsas de monedas de chocolate hubieran sido suficientes para pagarle.
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Fin de año
Recuerdo muy bien lo que pasó aquella noche.
Tú me estabas abrazando fuertemente mientras mis brazos se encontraban apoyados en tu espalda.
Respirabas despacio, gradualmente, no querías que en la respiración se lograra sentir tu afán por soltarme y salir corriendo del lugar, yo mantenía una pausa sorprendente en el ingreso de aire a mis pulmones.
Tu piel como siempre estaba suave y cálida, yo no podía estar más frío. Tu corazón saltaba tratando de iniciar la huida, el mío sabía que de ahí ya no iba a salir.
Y mientras tanto, don Julio, por el extremo izquierdo del carro, aterrado, paralizado, no lograba entender cómo podías seguir abrazando un cadáver.
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Efecto
Todo iba bien en esta cueva, tenía lo necesario: Unos cuantos árboles que de alguna manera siempre tenían frutos, sembrados que jamás se secaban, un montón de piedras para dibujar en la pared las más increíbles historias (y uno que otro sueño), un mico (Rodolfo) que me acompañaba y me escuchaba en mis desvaríos, y la esperanza de que vivieras aquí algún día.
Dijiste que la cueva no te agradaba y te fuiste lejos, y ahora a mí no me gusta este hueco (a Rodolfo tampoco).
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Por lo de la balanza…
Ahora mismo me siento desolada, como cuando un viento fuerte derriba un nido y los pichones, aun sin saber volar, no tienen otra opción que dejarse caer.
Mi alma se está rasgando a sí misma, y no justamente en partes iguales; corta y corta sin pensar en simetría, solo para aliviar la sensación de vacío.
Mis ojos no lloran pero mi corazón sí, y sus lágrimas se están atascando en las venas… Lo único que espero es que en el otro lado de la balanza estés vos.
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A la espera
Las horas pasan, yo simplemente sigo observando tu rostro. Llevo más de una hora haciéndolo y aun no dices nada. Te pregunté si me amabas, te pregunté si querías seguir a mi lado, te pregunté el porqué de tu sonrisa; y una hora después sigues ahí, callado, mirándome.
No te logro entender ¿a qué viniste?, ¿por qué estás aquí? Todo es igual, ya van varias noches y sigues teniendo el mismo gesto.
… Dos horas, dos horas más. Recogí mis preguntas en una, te pregunté si me necesitabas y tampoco dijiste nada, ni siquiera cambiaste de sonrisa.
¿Por qué no respondes? Ya sé que eres una fotografía, lo note hace mucho y no quiero que te escudes en eso, he hablado con otras fotografías y ninguna ha guardado tanto silencio.