23 – Poesía – Georges Weinstein

Diana Patricia Villa López | Georges René Weinstein Velásquez

Poesía, en preludios de paz

Ferrugíneos cristales

¡Que sean fundidos los fusiles!,
y sus cristales convertidos,
¡encendidos y sin sangre!,
en arados… y dúctiles azadas.

¡Que abra cavidades
el filo de su esencia,
y surjan miles de débiles retoños
afianzándose en sus ramas,
y entre las verdes hojas
broten por próvida respuesta:
¡cientos, millares de frutos…
maduros y plenos de esperanza!

(De Cristales de existencia, 2012)

 

Todo es, heridas

¡La paz, la paz, gritaba!

¿Qué sucede, preguntaron?

Se acabó el conflicto,
¡terminó la guerra!,
ya no somos más
esclavos de las armas.

Muchos se abrazaron,
y  su asombro no abarcaba
las exactas dimensiones:
no tendrían que huir,
matar o ser heridos,
ni vivir en la barbarie.

Otros, renuentes
proclamaban su tristeza
–¡como brisa
incontenida de verano–.
¡Ya no hay guerra!, lamentaban:
¿Cuál será nuestro trabajo
repetían, si nos hirieron
con el espejismo de la paz?

 

Opositor

Desnudar…
¡hasta el silencio del contrario!

Seguirlo a donde vaya,
viajar encima de su sombra,
medirle el aire a sus pulmones,
hurgar en sus historias y ADN.

Tergiversar absolutamente todo
lo que haya hecho o haya dicho,
fundir sus palabras en extrañas teorías
y hacer un infierno de sus horas.

Aprisionarlo en estrechos laberintos
y en contradicciones sin salida,
atizar una hoguera con sus dudas
y reírse…
¡de las exiguas cenizas
que aun flotan en su mundo!

 

El canto del guerrero

¡Estoy listo a regresar!
gritó el guerrero:
Vi brotar mi sangre
y también la de los otros:
¡todos nos hundíamos
en actos de barbarie!

¡La cantidad de muertos era
la estricta medida de la gloria!

¡Ganamos!, y no sabíamos
que perdíamos el tiempo,
los hijos, las mujeres, los amigos,
y acaso hasta las lágrimas.

Dejamos nuestros muertos
en una tierra extraña;
dolor y lágrimas la historia:
las mujeres sin pareja, sin amante;
los hijos sin su ídolo,
sin padre ni futuro.
Las vidas sostenidas
en vagas coyunturas.

Resumiendo nuestra gesta,
¿qué obtuvimos de la hazaña?:
¡Ganamos la contienda,
la guerra y la desgracia!

 

El libertario

Nació para ser libre,
y nada ni nadie podía someterlo.
Rebelde e inconforme,
osado como el viento
y dueño de su propio parecer.

Sin entenderlo fue un esclavo:
lo fue de sus amores y sus odios,
de su empleo y de sus jefes,
de su entorno, de su ciudad
y sus propios gobernantes,
de sus fobias y sus miedos,
de su ignorancia y su saber,
de palabras salidas de sus labios,
de frases que nunca pronunció.

Murió convencido de ser libre,
musitando la palabra ¡libertad!
Y partió sin sospechar siquiera…
que nació esclavo de los hombres,
esclavo de los cruentos elementos,
esclavo del destino y de la muerte,
esclavo de la rotación de los planetas,
esclavo del constante girar del Universo.

 

¡Clepsidra!

Quizás se dio desde antes
de que fuera el océano visible
a las naves invasoras,
que el doce de un octubre triste
atracaron en estas playas ignoradas.
Pero la sangre fue palpable,
cuando aquel capitán cortó las manos
ingenuas del nativo que apretaba
el acero de inéditas aristas,
y al ser secuestrado Nutibara
y ceñido por llamas homicidas.

Bastantes las lunas
y los días que marcharon.
¡Ya no están pero nos quedan
sus genes y sus mañas.

¡Los aborígenes huyeron,
¿pero a dónde?!
¡Habitantes de campos y ciudades!:
Obligados migran muchos,
otros cargan esquirlas en el cuerpo,
hambrunas, terror y muchas muertes.

¿Seremos arenas de clepsidra:
un fondo incontenible,
y un flujo perpetuo de violencia?

(De Eternos emigrantes, 2013)