Especial para Gotas de tinta, tal cual lo envió el autor.
La paz toca a la puerta
Jotamario en El café de los poetas, en 1985- Foto Gertjan Bartelsman
Nunca hubiera pensado que llegaría una época en que no sólo entre los jóvenes sino entre la mayoría de los comprometidos de entonces, que por algo se dice “ya no somos los mismos”,
la palabra, el concepto, la noción de “revolución”, que era lo que movía nuestro extremismo juvenil a la par con el erotismo, que también era rojo
(“mientras más hago la revolución más ganas tengo de hacer el amor, mientras más hago el amor más ganas tengo de hacer la revolución”, rezaba el grafito de mayo del 68),
cayera en desuso y aun en franco descrédito y desprestigio.
Y lo peor es que ni siquiera a causa de tretas capitalistas o resultados belicistas internacionales, sino de sus propias mañas, errores e incapacidades,
de haber corrompido la lucha con la incorporación de métodos francamente abominables y repudiados por el mundo entero (hablo del caso de Colombia),
y de no haber sabido manejar las revoluciones cuando triunfaron (hablo del caso internacional).
Con qué alientos seguir trabajando por el triunfo del socialismo, si ese éxito no se ha visto en ninguna parte.
A muchos de mis amigos les queda —a mí no tanto, pero tampoco me tiro ni tiraría para el bando reaccionario—
el tufillo que algunos llaman despectivamente “mamerto”, de fidelidad a una causa más que perdida.
Lo mejor que podía hacer la guerrilla es la paz, pensamos muchos, y eso es lo que están haciendo las Farc, siguiéndole la cuerda a un gobierno que en ella se ha empecinado.
De todas maneras es bueno considerar que de no haber sido por la insurgencia guerrillera que tantos y tanto aplaudimos cuando surgiera,
la injusticia social en Colombia andaría por grados todavía más patéticos.
Pero el aparente remedio resultó más mortal que la enfermedad, y ello conllevó a que llegara el paramilitarismo a arrasar con lo que quedaba.
En la paz que se avecina habrá que trabajar para que no liquiden al ala insurgente que se repliega, poniendo sus condiciones, pues no han de cejar los francotiradores contra la paz.
No sobra repetir que ya las Farc, en unión con el E.L.N., ante el clamor popular e institucional, una vez se dieron la pela de conformar un partido político con alcances electorales y con la mira puesta en la paz,
pero la mafia paramilitar le barrió a plomo a 3.500 de sus militantes, en holocausto político sin precedentes.
Hicieron parte de esa Unión Patriótica (para que no se nos tilde de escapistas o neutralistas), integrantes señeros del Nadaísmo como el pintor Pedro Alcántara, quien llegó a ser senador por la U.P., y la indomeñable Patricia Ariza, quien ha sacado avante por 50 años el grupo La Candelaria, orgullo del teatro mundial.
También el narrador y riguroso crítico de arte Álvaro Medina, y el novelista y cantautor Pablus Gallinazo.
Eduardo Escobar era por entonces simpatizante analítico, tan analítico que de tanto estudiar la izquierda terminó por volverse frontalmente contra ella, agobiado por los desmanes estalinistas.
Elmo Valencia y yo nos conformamos con seguir siendo nadaístas a secas, lo que consideramos suficiente para afrontar los atropellos del mundo, de la Iglesia y de la Academia.
Creo que esta paz ya no tiene devolución, a no ser que la revoque en las urnas el mismo pueblo para el que fue concebida y fraguada.
Si le come cuento a la oposición al proceso que comanda el expresidente Uribe.
Cuando los ánimos vindicatorios han bajado de parte de las víctimas de los atropellos guerrilleros a fin de que se establezca una paz perdurable, con el perdón,
el exmandatario atiza a los suyos, que no son pocos, obsesivos y obsecuentes, a no dejar sin venganza la muerte de su papá.
De todas maneras estoy seguro de que la firma de esta paz no tiene devolución.
Ni siquiera con uno de esos discursos de colon inflamado que contratan a Fernando Vallejo para que se cague en el proyecto de los propios anfitriones —casos se han visto—, previo un pago estrambótico por la risible perorata.