23 – Diana Villa

Diana Patricia Villa López | Georges René Weinstein Velásquez

Diana-Villa

Administradora de Empresas y Psicóloga de la Universidad de Antioquia, Colombia. Realizó estudios de literatura española del siglo XIX y literatura hispanoamericana de la Colonia al Modernismo en la facultad de filología, Universidad de Sevilla, España.

Artículos académicos publicados:

“Des-dichada Pizarnik”. En: Psyconex. Psicología, psicoanálisis y conexiones. Departamento de psicología, Universidad de Antioquia. Medellín, Colombia. Vol. 7 Nº 10 ISSN 2145-437X.

Poemas publicados:

El poema Esta letra, publicado en la revista digital Cuaderno de creación de la editorial Palimpsesto2.0, Sevilla, España. Los poemas: Abril, En la ciudad y Once upon a time, fueron incluidos en la antología “TU Tercera Antología Poética” de Ediciones con Talento, España.

Tesis de grado para optar al título de psicóloga: La experiencia de creación poética.
 Algunas dimensiones presentes en poetas contemporáneos de la ciudad de Medellín.

Poemas del poemario Reguero de calcita. (Aún sin publicar).

Sólo el silencio hace posible la palabra

Mi vocación es servir a las líneas de sus manos,
configurar la ausencia sujetada a una hoguera,
embriagarme de nada,
volverme fiel al tiempo que se pierde en las noches
mientras todos duermen fundidos con sus sueños,
infieles a ese vicio de volverse un veneno.

No llegó tu letra, ni tu voz, ni ningún azul de tu pupila ciega.
Todos, sin embargo,
letra, voz, pupila,
me han dejado su sombra.

Mirad los de la mesa.
¿Los ves?

Les han cortado a todos las cabezas.
Caminan sin miradas y sin rostro,
guiados por los pies, sin amígdalas ni hemisferios.

Han renunciado al nacer a la vida.
Desde que nacen mueren.
Comen y mueren. Duermen y mueren. Caminan y mueren.
Van a sus trabajos y mueren. Sueñan y mueren.
Parece que amaran y también murieran antes de siquiera pronunciar palabra.

Tengo el recuerdo de una sombra apresado en la garganta,
súbito, atemporal, ilusorio.
Soy en él la consecuencia de mí misma
deslizándose a tientas por un sueño ajeno.

¿Quién es esa que dicen que soy yo?
¿Por qué no la reconozco?
¿Por qué me es tan ajena?

A ella también le han cortado la cabeza.
¿La ves?

Ella también camina sin mirada, sin rostro.

Ha de ser por eso que no me reconoce.

 

Toda muerte es ya muerte de todos, muerte colectiva

“Ya no existe ninguna hermosa muerte individual”.
Marqués de Sade.

La ternura extraviada de la infancia, ¿dónde está?

Solo queda un arsenal caído.
Un desierto habitando el alma.
La inevitabilidad de la ausencia, el fantasma del caos.

Ese resguardo inagotable de mentiras.

Pero el amor
y los hoteles con sus promesas eternas y sus necesidades imposibles,
¿dónde están?

Solo queda el silencio:
un manojo de verdades contenidas.

Pero la fe se ha ido para dejarnos huérfanos,
porque todo ha de morir atemporal,
porque todo existe en su finitud incomprensible, irremediable.
En su carácter de pérdida.

Y la palabra no dicha que, sin embargo, dice la verdad,
¿dónde está?

Queda su opacidad,
su cansancio de no decir.

Ella sangra,
no conoce del dolor y sangra
explota y sangra para salir huyendo.

Y quedan también los cuerpos depositarios del olvido,
perplejos ante la confusión.
La parálisis de las manos,
los ojos abiertos de la caída,
la claridad que duele.

Porque vimos sus pies alejarse por debajo de la puerta para nunca más volver.

 

La frente desnuda sobre el vidrio

Volvemos a ser nadie cada noche.
Misteriosamente nadie.
Enmudecemos,
no hacemos otra cosa que enmudecer.

Las hormigas se ponen cascos para ir cada día a sus trabajos,
se protegen de la lluvia,
van en hilera por la autopista las hormigas.

Un algodón de azúcar se deshace con la lluvia y un niño se queda con ganas.
Migaja de pan.
El niño tiene envidia de las palomas.

Una brisa invisible nos golpea las vísceras.

Un pájaro perdió a su manada y nunca lo supo.
Nunca supo, tampoco, que era un pájaro.

Una hoja cayendo, caída.
Agua desbordada del vaso.

Hay silencio, sí,
pero tanto miedo.

De niña cultivé una tristeza que aún no aprende a irse.
Luego descubrí que el amor mataba el amor.

Vivimos y amamos hundidos en sarcófagos,
creemos que despertamos, pero seguimos inmóviles en la tumba
que hemos ganado con el sudor de la frente,
y a veces la vida nos asalta sin saberlo.

Ascendemos,
pero vamos condenados al fracaso.
Separamos la consciencia de las palabras para acudir al desastre.
Aspiramos al silencio, pero seguimos hablando.
No paramos de hablar, pero queremos el silencio
y los lagartos se nos mueren en la boca.

“Ahora que estoy muerto me parezco más a mí mismo”.
Pobre hombre muerto con su frente desnuda sobre el vidrio.
Avanza tic tac tic tac tic tac.
No deja de avanzar tic tac tic tac tic tac.

Y aun así, pese a todo,
ponemos la frente otra vez sobre el vidrio,
para volver misteriosamente
a ser nadie cada noche,
a empañarnos las córneas,
a llamar a los fantasmas que cuelgan de las paredes,
que nos miran desde las paredes.

Hay silencio, sí,
pero tanto miedo.

De que los relámpagos traspasen el techo
o explote la olla atómica
o se caiga el niño por la ventana

o se rompa el vidrio -sobre el cual el hombre apoya su frente desnuda cada noche-
con un relámpago que traspasó el techo y explotó la olla que expulsó al niño por la ventana.

Nos regodeamos en la mentira.
Pasamos hablando sobre las avenidas como los caballos que relinchan
y creemos que hablamos, los muy ingenuos.
Creemos que al fin hemos dicho algo importante,
pero no paramos de relinchar, intrépidos, llenos de brío y de un placer malogrado.

Nos casamos y tenemos tres hijos, para ser infelices por siempre.
Nos llenamos de futuros comunes, pero futuros vacíos.
Abandonamos erróneamente el subsuelo,
creemos que entendemos, pero no entendemos.

Mutilamos las palabras.

Mentimos.
No.
Nunca paramos de mentir.

 

Desamparo

Si éramos solo “La sombra de una sombra”,
el palpitar de un pájaro encendido que se arrojó en la nube.
Si ignoraste la sangre abandonada y el corazón abierto por misiles.
Si ignoraste que el verde de la tierra en que te hundías era el fruto prohibido,
el Sino que ocultaba su vocación de aciaga,
dime entonces ¿a qué viene el desamparo?
¿Para qué la obstinación de tanta guerra en las venas
si perdemos la batalla cada noche?

Si se arrebata el aire entre los cuerpos,
si apareciste muerto volando por la casa,
dime entonces ¿a qué viene el desamparo?

Huiste de las bocas con nidos de serpientes,
quebraste las ventanas y las luces,
transmutaste amor en porquería.
Salpicaste sangre por un cuerpo mezclado con la arena y la sequía.

Si ya al nacer fuiste solo,
si el peso en las rodillas no te quitó las penas,
si la mirada opaca y el marco de la puerta se nos cayó en la cara,
dime entonces ¿a qué vienes?

Y nos arrojas a un lugar desconocido.
Y nos vendes acaso una existencia falsa.
Y enseñas el azul de un rostro pálido que se murió en un río.

Si la corriente es siempre en contra,
si las manos son agujas horadando todo,
dime entonces ¿a qué vienes?

Una laguna ausente de condenas y culpas,
un gitano que llora con la luna,
pero no sabe que la luna es falsa
y es falso también su temblor en el agua.
Que no hay humor que sane las heridas abiertas,
que este beso es veneno que se extiende en el aire.

Si está ausente la vida con que exploto,
si se mutila el verbo entre los dedos,
dime entonces ¿a qué vienen estas manos que escriben?,
¿a qué la obstinación y la locura?

Correr a los encuentros como si de promesas se trataran.

Pero no existen alas ni el vuelo de los sueños,
ni la revelación que tanto pides proviene de las sombras.

 

Tengo la casa llena

(Puede ser escuchado en: https://www.youtube.com/watch?v=0uHG7N33kF4).

Humedad de inmoralidad en derredor de ti,
oscuro pensamiento deslizándose por la luz,
inteligencia.

Memoria triste de lo que un día.

Pero no más arrinconamientos desapacibles.

Hay un crujir de dientes en la noche,
un brote de palabras en las sienes para arrancar secretos  que custodian.

Se despiden las manos con un olor a “no-me-olvides”,
pero el gesto es inútil cuando existe un tiempo
y es baladí el intento de volverse inmanente.
Como si no existiera la palabra frágil
o la palabra nunca.

Eterna desgracia de los paravanes,
que huidizas son las intenciones.

Instalarse en la rabia.
No encontrar un paraíso en ninguna infancia.
Arrancarse la carne con las uñas
y aun así seguir amando con una obstinada melancolía en la mirada.

Azufre.
Intrepidez.
Azul de metileno.
Transistor.

Deshacerse en la fragilidad de los días.
Disminuirse.
Estribar en el vacío y gravitar en él con un olor a escombro,
a decadencia, en la ciudad de ratas donde las cosas tienen vida.
Donde cosas como las piedras
se levantan y matan,
cosas como los cuchillos, como los palos, como las ramas de verbena,
se levantan y matan.

Cada noche caen dichas de fenómenos rastreros,
dichas somnolientas.

Tengo la casa llena de montones de muertos.