22 – Crónica de Luis Tejada

La Fiesta del Trabajo

Luis-Tejada

Es aparentemente contradictorio –me decía hoy alguien– el hecho de que la Fiesta del Trabajo se celebre en todo el mundo con un día de descanso, con un día de paro general.

No, no es así; en el fondo, este hecho tiene una significación grande y hermosa; o si queréis, es la demostración de una esperanza profunda, que cada día se hace más precisa y más imperativa en el alma de los trabajadores, la esperanza de que sólo el trabajo mismo, intensificado, organizado y perfeccionado apresure el advenimiento de una era de descanso relativo, de equilibrio sensato entre el trabajo y el ocio.

Es necesario explicar y aclarar esto, que podría parecer una simple paradoja. No es bien accesible la idea de que sólo el trabajo puede traer la disminución del trabajo; pero esa idea encierra una verdad nueva y consoladora; es, podríamos decir, la gran verdad moderna, la mejor verdad que el hombre de hoy ha logrado descubrir. ¿Una organización científica del trabajo, controlada por el Estado; una distribución más equitativa del trabajo entre todos los hombres; ¿un aprovechamiento todavía más intenso y metódico de la sabiduría técnica y de la máquina, no traerá lógicamente el aumento de producción en todos los ramos? Ahora, pensad en que si al mismo tiempo no sólo se impide el monopolio de la producción por unas pocas manos, sino que se distribuye la producción entre los hombres con la misma equidad con que se ha distribuido el trabajo, las horas de trabajo irán disminuyendo a medida que aumente la producción, por falta de necesidad, porque a los hombres les bastará ya trabajar relativamente poco, para vivir relativamente bien. En Rusia, por ejemplo, donde el trabajo se está organizando conforme a un plan general coordinado, controlado por el Estado, la clásica jornada de ocho horas está siendo sustituida por la jornada de seis horas; el trabajador necesita trabajar menos hoy, con la circunstancia indudable de que vive mejor que antes; pero para alcanzar la actual holgura tuvo que realizar un esfuerzo poderoso abnegado, de trabajo continuo y duro; tuvo que practicar la idea aparentemente contradictoria de que sólo el trabajo mismo puede traer la disminución del trabajo. Ese trabajador afortunado tiene ya un margen considerable de descanso cotidiano, que puede dedicar al noble ocio o al cultivo indispensable del espíritu y de la inteligencia.

Un día llegará, quizás muy rápidamente, en que la organización equitativa del trabajo se haga extensiva a todo el mundo; y entones comprenderemos mejor la significación profunda de esta fiesta, que siendo la fiesta del trabajo, se celebra con un día de paro y de descanso.

El Espectador, “Editorial”, Bogotá, 30 de abril de 1924.