22 – Carlos Quevedo

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Los justos

ESCENA I

Despacho oficial del ministro lleno de cuadros abstractos. El ministro y Fernando están sentados. El general pasea de un lado a otro. El ministro y el general hablarán con diferentes acentos. Fernando hablará con el acento del general.

MINISTRO.- ¿Es que nunca van a parar?

GENERAL.- Nunca. Parar sería matarse ellos. Son asesinos. No suicidas. (Pausa) Y encima hay que aguantar a los payasos esos con sus chuminadas.

El ministro hace un gesto de desaprobación.

GENERAL.- Discúlpeme, ministro. Sabe que no puedo aguantarlos. Son sanguijuelas. Se dedican a sacar tajada de tanta sangre.

MINISTRO.- Vamos a dejarlo estar. Mañana es un día duro. El más duro. (Pausa). Hoy es la rabia. Mañana, la desesperación. Familiares destrozados… Nunca sé qué decirles.

GENERAL.- Que se les hará justicia. Es lo único decente que puede decírseles.

MINISTRO.-(tras un elocuente silencio) Sinceramente, prefiero no decir nada de lo que no estoy seguro. (Pausa). Fernando, te agradezco mucho que aceptases venir. Tu colaboración nos será de gran ayuda.

FERNANDO.- Me gustaría que así fuese.

GENERAL.- Naturalmente que va a ser así. Nadie conoce los entresijos de este asunto mejor que usted. Cuando el ministro sugirió su nombre a todos nos pareció una gran idea. (Se acerca y le pone la mano en el hombro). Sepa que cuenta con nuestro apoyo incondicional. (Dirigiéndose al ministro). ¿Ministro, ha hablado ya con el Presidente?

MINISTRO.- Sí.

GENERAL.- ¿Va a venir?

MINISTRO.- No. Tiene compromisos previos… Y supongo que prefiere ahorrarse el trago.

GENERAL.- Una pena. Su presencia inspira autoridad. Siembra serenidad.

MINISTRO.-(Dirigiéndose a Fernando) Lamento este recibimiento.

FERNANDO.- Sabía donde venía.

MINISTRO.- Lo sé. Por eso te agradezco aún más que hayas aceptado el puesto. En esta dolorosa tarea todos los hombros son pocos.

GENERAL.- Sí. Pero lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

MINISTRO.- ¿Qué quiere decir?

GENERAL.- Que es absurdo mantener unas reglas cuando el enemigo no respeta ninguna. ¡Es ridículo defenderse de bombas con papeles!

MINISTRO.- (Tajante) Ésa es nuestra diferencia, general. Nosotros creemos en las reglas. Y las respetamos. (Pausa) Si no lo hiciéramos, nada nos distinguiría. Seríamos iguales…y no queremos ser iguales.

GENERAL.- Así nos va. Poniendo la otra mejilla no se llega a ninguna parte. Bueno, sí a una. A la derrota. (Pausa) ¿Qué opina usted, Fernando?

FERNANDO.- Por ahora, prefiero observar.

GENERAL.-(Conciliador) Es normal. Acaba de llegar. Pero usted sabe que, por ahí arriba, no se andan con tantas lindezas.

FERNANDO.- Es otra cultura. Y también es otro el problema.

MINISTRO.- Nunca acabo de acostumbrarme. Cada vez que sucede es la misma desazón, la misma impotencia…

GENERAL.- Y encima aguantar a esos fariseos.

MINISTRO.- Unos fariseos que necesitamos. No lo olvide, general.

GENERAL.- Y que acabarían con todo esto en unos minutos si ellos quisieran. ¿Verdad, Fernando?

FERNANDO.- Matar es demasiado fácil… Nadie puede impedirlo.

ESCENA II

Un ataúd. Con  una vela en cada de una de sus esquinas que iluminan la escena. Toda la parafernalia propia de la situación.

GENERAL.- ¡Es intolerable!. Toda esta gentuza aquí, haciendo el paripé. Y en cuanto salgan se dedicarán a ponernos a parir. Le juro que me dan ganas de sacar la pistola y ajustar las cuentas a más de uno.

FERNANDO.- Tranquilo, general. La política es esto. Un juego de apariencias. Encontrar un punto de conveniencia mutua. (Pausa). Lo verdaderamente importante es buscar una solución a tanto sufrimiento. A tanta víctima inocente. A tanta sangre inútil.

GENERAL.- Claro, pero para eso hay que tener temple. Mano firme. Pulso recio. Éste no es un tema para pusilánimes. Para andar cogiéndosela con papel de fumar.

FERNANDO.- Sí, desde luego, es cierto que, sin firmeza, nunca se llega lejos. Pero es complejo. Hay que buscar una conjunción de intereses. Unas condiciones favorables.

GENERAL.- Mire, no puede haber viento favorable para quien carece de rumbo. Porque eso es exactamente lo que nos pasa, que no tenemos rumbo. Ni timón.

FERNANDO.- Serénese, general. Hay cosas que ni siquiera pueden pensarse. Mucho menos decirse.

GENERAL.- Fernando, usted es un hombre curtido, cabal. Vamos a hablar con franqueza. De hombre a hombre. ¿Le parece?

FERNANDO.- Por supuesto.

GENERAL.- Hemos apoyado su nombramiento porque estamos seguros de que va a ayudarnos a conseguir que este ministro se vaya. A otra parte. Donde se pueda dudar. Aquí, con la muerte de cuerpo presente, sobran todas las dudas.

FERNANDO.- No entiendo qué quiere decirme. Yo he venido aquí a aportar mi granito de arena. A intentar  que las personas puedan vivir tranquilas, sin miedo. No para que nadie se vaya a ninguna parte.

GENERAL.- Usted es un patriota. Por eso está aquí. Con nosotros. Para acabar con esta sangría de sangre inocente. Y sabe perfectamente que para eso hace falta decisión. Decisión y hombría. Alguien que no está más pendiente de decir bonitas palabras que de los hechos. Porque aquí lo que hace falta es eso… Hacer. ¡Ya basta de palabras vacías!

FERNANDO.- General, mañana todos estaremos más tranquilos. Será el momento de pensar despacio. En frío. Con un cadáver aún caliente es difícil no perder la calma.

GENERAL.- (Agarrándole del brazo) Tiene que ayudarnos. Usted sabe cómo hacerlo. Y sabe que nosotros somos gente agradecida. ¡Bien nacida! (Pausa) ¡No estamos dispuestos a seguir aceptando más paños calientes mientras la sangre de los nuestros se sigue derramando impunemente!

Aparece el ministro. Se santigua ceremoniosamente y se pone a rezar, muy concentrado. Aunque sólo se oirá el bisbiseo.

ESCENA III

Reservado de restaurante sencillo. Sillas de madera. Mesa de mármol. Mantel a cuadros. El ministro y Fernando están comiendo.

MINISTRO.- Aquí celebramos nuestra licenciatura. ¡Qué tiempos! ¿Recuerdas? ¡Quién los pillara!

FERNANDO.- Sí, la vida era una fiesta. Teníamos todo el camino por delante…o eso creíamos.

MINISTRO.- He querido que viniésemos aquí para poder charlar a gusto. En la “Casa” no es posible. Las paredes oyen.

FERNANDO.- Ya sabes, eso siempre pasa cuando la gente tiene poco que hacer.

MINISTRO.- Sí y además, en este caso, casi lo exige el guión.

Los dos sonríen.

MINISTRO.- Bueno, ¿cómo estás? ¿Qué tal la vuelta a casa?

FERNANDO.- Bien. En el fondo, soy un campesino. Tú lo sabes. Le tengo apego al terruño. Aunque después de una larga temporada fuera, esta tierra nuestra resulta aún más pintoresca.

MINISTRO.- Sí, desde luego, te creo. También por eso me atreví a pedirte que vinieses. Allí arriba hace demasiado frío para un hombre como tú. Y yo te necesito… O quizás te necesitaba.

FERNANDO.- ¿Me necesitabas?

MINISTRO.- Pudiera ser. Esta tarde me ha citado el Presidente. No es buen augurio.

FERNANDO.- ¿Qué quieres decir?

MINISTRO.- Las cosas no van bien, es evidente. (Pausa) Tal vez se necesite una cabeza de turco… Y he visto al general pletórico… No sé… Me da mala espina. (Pausa). ¿Qué opinas del general, Fernando?

FERNANDO.- Un tipo curioso. Muy temperamental. Pero supongo que lo exige el cargo.

MINISTRO.- Mira, Fernando, entre nosotros. No sabe cómo quitarme de en medio para poder hacer de su capa un sayo.

FERNANDO.- Es ambicioso. Tiene aspiraciones. ¿Cuál no las tiene?

MINISTRO.- Desmesuradas. Es peligroso. No tiene principios ni prejuicios… Y es una alfombra. Grandes valores hoy en día. (Pausa) Por cierto, no he tenido tiempo de leer tu informe. (Riendo) Ya sé que no es el cauce reglamentario pero puedes hacerme un resumen.

FERNANDO.- Me alegro ser yo mismo quien te lo diga.

MINISTRO.- ¿Tan grave es?

FERNANDO.- Recomiendo abandonar el dialogo. Considero que, tal como están las cosas, cualquier concesión sería un desastre. A unos, les haría crecerse, creer en sus posibilidades. A otros, les desmoralizaría aún más, se sentirían abandonados.

MINISTRO.- No sé qué decirte. (Pausa) Puede que estés en lo cierto. (Pausa) Yo lo único que intento es buscar alguna salida del laberinto. Como mínimo, una tregua. Ganar tiempo… Pero dentro de esta caldera uno pierde el horizonte. (Pausa) Lo leeré con atención.

Aparece el general. Se cuadra.

GENERAL.- Ministro, cuando quiera. No conviene hacer esperar al Presidente.

ESCENA IV

Despacho del ministro. Han desaparecido los cuadros. Las paredes están ahora desnudas. Fernando aparece sentado en la misma silla de la primera escena ojeando un informe.

FERNANDO.- (Hablando consigo mismo) Has sido un ingenuo… Has escrito sin darte cuenta de para quien estabas escribiendo… Un incauto… Te olvidaste del destinatario… Un error infantil (Pausa) Verdaderamente, esto sí que ha sido veni, vidi, vincit… Mejor… No deberías haber vuelto… Éste ya no es tu sitio… Después de todo, es una tontería vivir toda la vida en el mismo lugar… Al final, uno no es de ninguna parte… Sólo de aquella que le produce menos molestias… No, no debiste volver… (Pausa) Pero volviste… Y para esto… Para ser una marioneta de intrigas palaciegas… Manchadas de sangre… Sí, eres un perfecto idiota.

Aparece el general sonriente.

GENERAL.- Felicidades, D. Fernando.

FERNANDO.- Hágame un favor, general. Ahórreme sus ironías.

GENERAL.- No son ironías. Mañana le espera el Presidente.

FERNANDO.- (Sorprendido) ¿A mí? ¿Para qué?

GENERAL.- Hay una plaza de ministro vacante. Me he permitido recomendarle.

FERNANDO.- Usted no está en sus cabales. ¿Qué quiere decir?

GENERAL.- El ministro se va. Lo deja. Necesita un descanso. Un merecido descanso.

FERNANDO.- Por fin, lo ha conseguido.

GENERAL.- No. Usted lo ha conseguido. Su informe es brillante. Preciso. Concluyente. Definitivo.

FERNANDO.- Es inaudito. Mi informe sólo aporta reflexiones. No ofrece soluciones. Y no es contra nadie. Y menos contra el ministro…es mi amigo.

GENERAL.- Ex ministro, perdone. Esta noche ha firmado su dimisión. Por razones personales. Éste es un ministerio de mucho desgaste.

FERNANDO.- Es usted un…

GENERAL.-(interrumpiéndole) Cuidado con lo que dice soy su nuevo subsecretario. Debemos llevarnos bien por el bien de la causa.

FERNANDO.- Yo no he aceptado ningún cargo.

GENERAL.- ¡Ah, no! ¿Qué piensa hacer entonces? ¿Desairar al Presidente? No parece prudente. Y usted es un hombre cabal.

FERNANDO.- ¿Quién se cree que es, general?

GENERAL.- (recitando) Sinceramente, prefiero no decir nada de lo que no estoy seguro.

FERNANDO.- (indignado) ¡Es increíble! No pienso aceptar.

GENERAL.- (recitando) Me temo que tiene compromisos. Ya sabe, las reglas. Y, además, en esta dolorosa tarea todos los hombros son pocos.

FERNANDO.- General, usted se ha equivocado de hombre. No cuente conmigo.

GENERAL.- Usted es el equivocado, Fernando. Somos distintos. Justamente por eso, nos necesitamos. (Pausa) Recuerde… Matar es demasiado fácil.