Juan José Hoyos | Reinaldo Spitaletta | Luis Delgado | Manuel Muñoz Uribe
Jesús María Dapena | Adonaís Jaramillo | José Luis Garcés González.
El “airbol” y el cemento
La ruta N de la “Nueva Medellín” es “toda sorpresas”. Y no podía serlo menos cuando precisamente en ese lugar, cerca de la Universidad de Antioquia, se potencian los nuevos imaginarios con lo que la alianza público-privados, construyen la nueva ciudad.
Y no es poco, por la muestra que ahora se hace pública en una estructura que han denominado “airbol”, y que hace las veces de árbol, capaz –según lo han dicho sus ingenieros–, de asumir muchas de sus funciones, entre otras la de atrapar el CO2. ¡Es lo que más se resalta!
Sería torpe demeritar el artilugio que sus impulsadores presentan para ayudar a limpiar la atmósfera de Medellín, tan contaminada, sin hacer un esfuerzo tecnológico frente a tal amenaza. Y para darle tranquilidad de la población, ahí está el logro.
Y habrá que celebrarlo porque de una vez nos desencartamos de estos estorbos, los árboles, que algunos románticos todavía queremos mantener.
Y es que el “airbol” llega para resolver una tácita determinación del POT: asegurar el territorio para posicionar el cemento, y avalar la destitución de las zonas verdes para el parqueo de vehículos.
Nada, pues, de áreas “ociosas”, y de esos estorbosos árboles que se encuentran en las pocas zonas verdes que quedan y producen tanta “basura” (por las hojas que caen) y son, refugio de malandrines y criadero de “bichos” indeseables, incompatibles con la Nueva Medellín.
Démosle, pues, la bienvenida al “airbol”, y a Argos, su patrocinador.
Andenes
Escuchamos al Alcalde Federico desde el centro, donde llegó en bicicleta, en el día sin carro y de la tierra, repasando su agenda sostenible, un tema urgente, muy manoseado, pero dice cosas con cierta firmeza y habrá que darle crédito, porque lo vemos sincero, así los hechos que se oponen a sus palabras, no sean fáciles de remover.
Y es que cuando se habla de alternativas de movilidad limpias y se piensa en recuperar los andenes, para sentirnos vivos y sin muletas, salta la inquietud de por qué la institucionalidad los abandonó, y por qué dejamos de caminar por ellos. Porque precisamente, en este espacio, una sociedad mide el valor social del encuentro y remarca además lo básico que es caminar por un espacio donde nos reconocemos: es salud. Valores que sirven de baremo para medir por donde van -o no van- los gobernantes y el grado de retraimiento de sus habitantes, con sí mismo y con el otro.
Pero ese lugar público se abandonó por las administraciones anteriores que impulsaron con sus planes, vías y puentes para apalancar a los ensambladores y descuidar ese espacio identificativo de la ciudad: sus andenes, que en Medellín son casi inexistentes.
Porque no se puede hablar bien de ellos –cuando la Administración, por omisión, permitió que los particulares los destruyeran, deprimiéndolos, para guardar en el sótano los vehículos, o construyendo rampas para guardarlos en otro nivel–, y constatar ese hecho doloroso de una ciudad negada para caminar, con pobre provisión: una red de montaña rusas que son sus andenes, “minas quiebra patas, de imposible recorrido, inaccesibles para discapacitados, niños y personas de edad.