21 – Para escritores

Hablamos bien ‘paila’ / En defensa del idioma

El egresado de un colegio usa unas 800 palabras, sumando ‘porfis’, ‘Pao’, ‘parce’, ‘parche’, etc.

Por: Jairo Valderrama V.
Profesor de la Facultad de Comunicación – Universidad de La Sabana

En el Diccionario de la Real Academia se incluyen más de 85.000 palabras; cerca de 8.500 son verbos. Como cada uno, más o menos, se conjuga en cinco tiempos en el modo indicativo y tres en el subjuntivo, con seis pronombres distintos, habrá aproximadamente 425.000 maneras de escribirlos, si se cuentan los participios y gerundios.

Acerca de los sustantivos, cada uno tiene plural (no todos), femenino (no todos), diminutivo, aumentativo o superlativo, entre otras modificaciones; hay niño, niña, niños, niñas, niñito, niñita, etc. Un caso semejante presentan los adjetivos: rojo, roja, rojos, rojas, rojito, rojita, rojizo, rojísimo, rojísima, rojillo, rojilla.

Calcular el número de palabras de nuestra lengua resulta una tarea inexacta, porque el idioma es dinámico, está vivo. Millones de personas (unas 500) en infinidad de lugares, usan palabras del español; cada país, región, ciudad, pueblo, barrio, colegio, oficina, universidad acude a términos ocasionales, a modismos, extranjerismos, distorsiones, fusiones de toda clase. Aparecen vocablos curiosos, grotescos, simpáticos, confusos, feos, bonitos, largos, cortos, trillados y extraños. La misma sociedad se encarga de empobrecer o enriquecer ese recurso comunicativo, por supuesto con la influencia de los medios masivos; quizás, por eso se habla tan mal.

Sin embargo, frente a esa avalancha descomunal de palabras (sobrepasará el millón), la indigencia o el disfraz de términos son bastante frecuentes. Hace cinco años, se calculaba que un bachiller promedio en Colombia manejaba cerca de 1.200 palabras. Hoy, cada egresado de un colegio usa aproximadamente 800 palabras, si se suman ‘porfis’, ‘Pao’, ‘Transmi’, ‘Lauris’, ‘ranchar’, ‘súper’, ‘parce’, ‘parche’, ‘boleta’, ‘paila’, etc.

Ante la pobre oferta social de las palabras, las ideas y el pensamiento generalizados se replican con esta. La miseria del léxico aumenta con la carente disposición para la lectura habitual y selecta, porque leer es quizás uno de los más probados recursos para ampliar la reflexión y el discurso. Tanto retrocede la lengua viva, que al formular una pregunta como “¿qué te pareció la película?”, sorprenden respuestas muy propias del hombre primitivo: “¿Esa película?, pues ¡Guau!”. “Pero, ¿te gustaron las escenas, el mensaje?” / “O sea… ¡uuufff!” “¿Qué tal las actuaciones? / Pues… ¡Guau!”. Surgen gemidos, quejidos, gruñidos, carraspeos, gimoteos, como si apenas empezáramos a construir una lengua en medio de una tribu prehistórica. Y uno no sabe si el interlocutor quiere hablar o ladrar. Si la palabra retrocede, el pensamiento también. A pesar de ello, hay personas que califican estos cambios de “desarrollo”, de “progreso”.

En ambientes ligeramente distintos, quedan las repeticiones instintivas de vocablos, las muletillas de ropaje retocado, el deseo de impresionar más que de comunicar. Entonces, aparece el trillado adjetivo ‘importante’, el comodín de una baraja: sirve para todo, aunque jamás defina nada. Al calificar una circunstancia o a una persona de ‘importante’, se sugiere que hay circunstancias o personas que no lo son. Este ‘importante’ siempre será subjetivo.

Nadie conoce todas las palabras del español. No obstante, si alguien acude a ellas (para eso están), favorecería mucho, al menos, verificar sus significados precisos, su escritura y su uso. Si el léxico de un hablante apenas bordea las cien palabras, pues que aplique esa cantidad de la manera más adecuada posible. Hablar bien ayuda más que hablar mucho.

Algunos conferencistas se inventaron ‘referenciar’ como sinónimo de ‘identificar’. Existe el sustantivo “referencia” con el significado de ‘relato’, ‘modelo’ o ‘recomendación’, nada más. ‘Pagar’ no es grosería, pero prefieren el ambiguo ‘cancelar’, dizque porque es más chic: se imaginan si los ciudadanos ‘cancelaran’ los servicios públicos: viviríamos a oscuras, sin agua potable, internet o comunicación telefónica. Es mejor pagar por ellos.

Se ha extendido mucho la expresión ‘como tal’, con la intención de reafirmar algo, como si lo expuesto antes no fuera exacto. Aclaremos: si una cosa es ‘como tal’, pues es esa cosa y no otra (acuérdense del principio de no contradicción de Platón: Libro IV de La República). Si es otra cosa, no es la cosa misma. Si es apariencia, pues parece, pero no es. Algo no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Lo que es, es ‘como tal’; si no, no es. Punto.

La ridiculez y la jactancia se unen cuando se quiere impresionar a un público. Acerca de la palabra ‘estupefacta’, el profesor William Ángel Salazar Pulido recordaba las declaraciones de una señora que fue testigo de un asalto. Frente a las cámaras, ella dijo: “Cuando vi al ladrón con un revólver, yo quedé putrefacta”.

Con vuestro permiso.

[Enviado por un corresponsal de la revista.]

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“¡Escribe!” Es la mejor receta contra los malos recuerdos

Publicado por Tes Nehuén 9 de noviembre de 2015

Desde tiempos antíquisimos el arte ha servido para dejar constancia de nuestro paso por este mundo. No, para que hagamos de él un uso egocéntrico (que también se puede) sino para que al exteriorizar nuestras experiencias podamos empatizar con personas de otras edades y culturas. La escritura, es entre otras artes, una herramienta ineludible de catarsis tanto para recuperar nuestro propio equilibrio como para reflexionar en pos del equilibrio del mundo.

Podría decirse que la literatura fue y es para muchos un canal de salvación frente a las miserias y las dificultades de la vida. Y así ha quedado demostrado a lo largo de la historia, ya que muchísimos autores han afirmado salvarse gracias al descubrimiento de las letras. La posibilidad de ser otros, de vivir en otro lugar, en otros cuerpos, fue una de las grandes ayudas que nos ofreció a muchos la lectura siendo niños, salvación que se extendió a nuestra vida adulta a través del descubrimiento de la escritura. Tanto lectura como escritura extienden nuestra vida imaginaria y nos ayudan a pasar por este mundo de una forma más intensa, y a la vez, más fructífera. Sobre esa capacidad de la literatura como método de salvación escribo en este texto.

Autores que no se ahogaron

La literatura tiene una doble función: por un lado puede ser una fantástica herramienta de autoconocimiento y, por el otro, una forma de abandonar la propia vida para recordar cómo eran otras sensaciones y tomar impulso para mejorar nuestra realidad. En cualquiera de los dos casos, puede ser una maravillosa forma de explicar(nos) las consecuencias que las experiencias marcan en nuestra psique.

La escritura puede ser, según lo afirman muchísimos psicólogos y especialistas de diferentes disciplinas vinculadas al cuidado de la salud mental, una fantástica tabla de salvación: un método para enfrentar las situaciones traumáticas del pasado y conocernos a nosotros mismos.

Para muchos autores la lectura fue una forma de huir de la propia realidad para habitar otros mundos. Herta Müller ha narrado muchísimas veces que mientras estaba siendo interrogada por la Securitae del régimen de Ceaușescu se ausentaba del presente a través de la poesía: repetía versos y poemas enteros que le ayudaban a blindar su mente y a mantenerse a salvo. Similares fueron las vivencias de Mircea Catarescu quien aseguró que gracias a la literatura se salvó en la infancia y durante la dictadura también fue la literatura, esos libros que estaban censurados pero que leía de forma clandestina, quienes le ayudaron a seguir confiando y a poner en palabras lo que le rondaba dentro del cráneo.

La lista de autores que se aferraron a la literatura y consiguieron mantenerse a salvo es larga. En su último libro, “Niños en el tiempo” (Seix Barral, 2014), Ricardo Menéndez Salmón apoya esta idea de la literatura como salvación, al presentar un relato que se ve atravesado por la pérdida y donde la escritura emerge como un bote salvavidas.

También el famosísimo autor, Haruki Murakami ha dicho en varias ocasiones que si no fuera por la escritura apenas sabría qué cosas rondan su cabeza, ya que no las conoce hasta que no las pone por escrito. El escritor peruano Mario Vargas Llosa, también manifestó que aprender a leer fue una de las mejores cosas que le pasó en la vida y que su acercamiento a las novelas de Flaubert fue una forma ineludible de aferrarse a la palabra como instrumento de salvación. Y Alfredo Conte dice que ve la literatura como una forma de salvarse y agrega que escribir y leer son formas de robarle tiempo a la muerte.

Escribir para no morir

Voltaire decía que la escritura era la pintura de la voz. Y quizá, ninguna frase puede acercarse más a lo que la literatura implica para quien la escribe: la posibilidad de trazar su propio camino, de escuchar su voz y manifestarse con la certeza de que no hay terreno firme, que la única seguridad que tenemos en esta vida es la posibilidad de estar de paso.

Escribir puede ser una excelente terapia para conquistar terrenos nebulosos de nuestros miedos. Y no lo digo como una especie de fétida terapia en la que nos refugiamos en la tristeza y sentimos compasión de nosotros mismos y nuestras miserias. Sino más bien, en cuanto a que la escritura puede ser una fantástica puerta de entrada para reflexionar sobre lo que el mundo es más allá de nosotros; nos ayuda a convertirnos en observadores capaces de volverse invisibles y observar la vida más allá de nuestras narices. Aunque también, por otro lado, ese mirar hacia afuera nos lleva indefectiblemente a regresar a nosotros y a nuestras experiencias para convertirnos en personas más reflexivas y, en lo posible, más fuertes.

La lectura y la escritura son sin duda dos armas ineludibles para llegar a conocernos y para entender qué cosas de nosotros no nos gustan, cuáles deseamos cambiar y de qué forma creemos que podremos conseguirlo. Sin duda, una maravillosa terapia para transformarnos en personas más satisfechas y felices. ¿Qué me dicen?

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“¡Escribe” Es la mejor receta contra los malos recuerdos > Poemas del alma:

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Nota: el artículo se transcribe  como fue publicado por su autor, en Poemas del Alma. Se eliminaron algunas fotos complementarias al texto.