21 – José Luis Garcés González

Edelmiro Franco | José Luis Garcés | Leornardo Gómez

Joseluisgarces

Escritor, ensayista, poeta, investigador y gestor cultural, oriundo de Montería, Colombia. Miembro fundador del Grupo El Túnel, de Montería y su actual director. Profesor catedrático del Departamento de Español y Literatura de la Universidad de Córdoba, Colombia.

Ha publicado cuentos, poemas, crónicas, investigaciones literarias, ensayos y estudios monográficos.

Ha ganado diversos concursos a nivel nacional de novela y de cuento.

En 1999 estuvo en una pasantía en la Universidad de Zaragoza (España). Cuentos suyos han sido traducidos al eslovaco, francés, alemán, inglés, portugués e italiano. Incluido en la Antología Vino para contarnos, Editorial Planeta, Buenos Aires, Argentina.

Algunos de sus libros publicados son: Oscuras cronologías (cuentos); Los extraños traen mala suerte (novela); Entre la soledad y los cuchillos (novela); Balada del amor final; Carmen ya iniciada (novela); Fernández y las ferocidades del vino (cuentos); Cuerpos otra vez (poesía); Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y de la historia (ensayo); Ese viejo vino oscuro (novela); Literatura en el Caribe colombiano (ensayo). Señales de un proceso (investigación); Aguacero contra los árboles (cuentos); Sombra en los aljibes (poesía); Textos de medianoche (ensayo); Montería a sol y sombra (ensayo); Fuga de caballos (novela), Luis Striffler en el Sinú y otras narrativas históricas.

Autor de dos obras de teatro y de los argumentos de las telenovelas: “Caballo Viejo”, “Música Maestro” y “La 40, la Calle del Amor”, obras que fueron llevadas a la televisión colombiana. Como director y guionista ha realizado tres documentales para Telecaribe.

Algunos de los galardones que ha recibido, son: Segundo premio Plaza y Janés, 1985, con Entre la Soledad y los Cuchillos; Primer premio de Novela Ciudad de Pereira, 1984, con Carmen ya Iniciada. Primer premio al Mejor Envío Extranjero, Concurso de Cuentos Javiera Carrera, Valparaíso, Chile, 1983.

A finales de febrero de 2007 obtuvo el Premio Nacional de libro de cuento de la Universidad Industrial de Santander con el volumen “Aguacero contra los Árboles”

Finalista en el Concurso Latinoamericano de Novela “Jorge Isaacs”, con la obra “Los Extraños Traen Mala Suerte”; también, con la novela “Entre la Soledad y los Cuchillos”, en el concurso de novela organizado por Plaza y Janés,  editorial que publica su obra.

sombraeblosaljibes

ISBN: 978-958-44-4222-2

Primera edición: octubre de 2008

Fórmula para escribir un poema

Penetra sordamente en el reino de las palabras.
Allá están los poemas que esperan ser escritos.
Carlos Drumond de Andrade

Meta, de entrada, la palabra muerte.
Y como no puede dejarla sola,
incluya la palabra noche.
Ya tiene la atmósfera.
Luego, inserte la palabra amor,
pero si le parece algo trillada
incluya la palabra sangre.
No hay duda: la atmósfera, algo macabra,
empieza a funcionar. Los poemas rosas no existen.
¿No lo cree?
De inmediato, es casi seguro,
le cae, como lluvia inesperada,
un amplio surtido de palabras.
Métalas en su sombrero de mago,
revuélvalas, y demuéstrele al público
que no hay ningún truco.
Tape el sombrero con su mano izquierda,
y espere su buena suerte.
Vaya sacando como lo ordene el filo de sus dedos,
con gestos convincentes y buenas maneras,
pues un golpe de azar sí construye un poema.

Las palabras

No hay duda: me gusta
que las palabras lleven lluvia.
Que sean húmedas.
Que floten como flores de agua.
Que quien las use
les exprima el jugo victorioso.
Que al pronunciarlas,
como en un invicto y viejo cine
de barrio,
de inmediato se vea la imagen.
Por ejemplo,
si se dice “mujer”,
que aparezca la mujer
con todos sus animales bravíos.
Acepto, no todas las veces
las palabras
llevan lluvia
pero hay que intentar
que estén muy cerca del aguacero.

Reflexión

Para leer tu libro
de treinta poemas
cuarenta minutos
me han bastado.
Tú, para escribirlo,
empleaste media vida.
Con qué rapidez devoramos
lo que otro ha construido
con la tristeza de su corazón.

Señales benignas

Dobla la punta de la
página del libro que lees.
Deja esa huella, no hay
ignominia en el doblez.
Flor de permanencia,
guía de camino.
A ella regresarás cuando
de nuevo la lectura sea lluvia
frente a tus ojos.
No es ella una esquina
enemiga.

Medida de precaución

No mandes a editar
demasiados libros.
Se te quedarán amontonados
en las cajas
o en los baúles viejos.
Y eso no es ahorro.
Eso es profanación.

Presionando la dialéctica

Grano a grano
Gota a gota
crece el maíz
se abunda el río.
Cuál es la prisa.
Nunca trasgredí
la palabra de Heráclito.
En la lentitud
irreversible
está el milagro.

Cumpleaños

No celebramos
el paso de los años.
Sino el peso de los años.
Su duro pie
en nuestro pescuezo.

Un abrigo para don Antonio Machado

Considerad, muchachos,
este gabán de fraile mendicante:
soy profesor en un liceo obscuro.
Nicanor Parra

Cuenta Eulalio Ferrer, abofeteado por el tiempo,
que en 1939,
rumbo al exilio,
en Collioure, frontera con Francia,
encontró a don Antonio Machado
sentado silencioso en una banca
con su anciana y enferma madre
acostada sobre la tela triste de sus rodillas.
El poeta, cerrado de barbas,
con sombrero y bastón,
temblaba de frío en ese atardecer de enero.
Al responder una pregunta
dijo que estaba esperando
a su hermano Pepe
y descansando después de una forzada y larga marcha
para escapar de los franquistas.
Eulalio Ferrer debía continuar
su camino de español transterrado.
Entonces, optó por quitarse el abrigo
y colocárselo a don Antonio.
Luego, le dijo adiós: la mano metida en las primeras sombras.
El maestro lo miró y le agradeció
con un gesto de sus ojos tristes.
El joven capitán de milicias
se llevó en el alma
lo que dejó sobre los hombros del poeta.
El abrigo, a don Antonio, le demoró dos meses;
después se lo trasteó la muerte.
Así lo contó Ferrer
en una noche de diciembre de 1999.
Después de sesenta años, me pregunto:
¿en qué hombros estará el abrigo?,
¿cuántos aguaceros habrá resistido?

Consejos de un viejo poeta

“… y caminas sobre ascuas dormidas
bajo engañosas cenizas”
Horacio, Oda primera

No te ha sido conferido
ningún derecho especial.
No te las des de dramático.
Ni de excéntrico.
Ni de único. No poses.
Ni de animal peculiar
en el sufrimiento o el amor.
Ni te inventes
eufemismos
para que tu prójimo
te observe con la boca abierta.
No finjas.
Si acaso eres poeta
lo debes al instante,
al chisporroteo de la luz
que iluminó
misteriosamente
a la palabra.
La poesía es lo eterno.
El poema es el momento.
Aprovéchalo con humildad.

Los dioses y yo

Los dioses me llevan ventaja
Han creado al hombre
Han creado los vegetales
Han creado las cucarachas
Todo lo pueden
Matar de súbito, ordenar los terremotos,
azuzar los incendios,
servir de pretexto para las guerras.
Pero yo los puedo extinguir:
basta con que cierre los ojos
basta con que los exilie del lenguaje
y los ahogue en las hondonadas
de mi cerebro.
Ah, y me canse de inventarlos.

Sombra en los aljibes

Atardece. En el patio, los grandes árboles
parecen estar cansados. Sus ramas se
inclinan a beber al suelo. En el suelo no hay
agua; hay charcos de sombra. Rasgos de un
sol moribundo se filtran por el follaje.

A la derecha, y al fondo, el aljibe. Una
especie de hondonada cercada por ladrillos
viejos. En el borde, una olla arrugada atada
a una cabuya que dejó de ser húmeda. El
patio está cercado de bloques mohosos;
algunos están cubiertos de un verde erizado.
Dos pedazos de pared están agrietados. En
una sección una línea torcida le nace arriba
y le desemboca en la base: su presagio se
llama derrumbe. Pero no. Allí está,
confirmando el milagro.

Atardece. Aparecen los vientos. Tímidas se
mueven las ramas. También se mueven las
sombras. No hay pájaros, pero algo cruje en
los guácimos, en los totumos, en los robles.
El silencio es un ruido domeñado. Un
pequeño montón de hojas se levanta.
Revolotea, se resigna: cae. Son hojas secas,
grises, prietas, negras. Son sombra sobre
sombra.

El aljibe está seco. En él: quizá fantasmas.
Si se mira hacia abajo, la profundidad es
sombra. Una sombra que se hunde. Que se
ensancha. Que es más sombra.

En búsqueda de nombre

Si lloras te llamo viento,
si me nombras te llamo pájaro,
si me miras te llamo lluvia,
si bailas te llamo rama,
si sacudes tu cabellera te llamo invierno,
si cantas te llamo arpa,
si gritas te llamo roca dura,
si eres dolor te llamo mano suave,
si te bañas desnuda te llamo río,
si muerdes tu labio te llamo vino rojo,
si tienes frío te llamo sol,
si te desvistes y vienes hacia mí,
lentamente hacia mí,
vestida de sombra leve, te llamo Amor.