21 – Ensayo

Gisela Atehortúa Vanegas | Alex Mauricio Correa

La educación al servicio del consumo

Gisela Atehortúa Vanegas

 “Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información. Y también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo.” (Bauman).

El consumo, la inmediatez y la mediatización son los valores sobre los que hoy se escribe la historia; y los medios de masivos de comunicación e información y la publicidad los respaldan y los promueven; en medio de este paisaje se establecen las formas de encuentro con los objetos, las situaciones, los empleos, los domicilios, las relaciones con el otro e incluso la tradición; y la educación no es la excepción a esta oleada de oferta y demanda que ha invadido hasta los círculos más íntimos de cada quien.

No se trata de satanizar los avances tecnológicos que han escrito una página importante en la historia de la humanidad, ni mucho menos a los medios de comunicación o la publicidad que finalmente sólo cumplen la función para la que fueron creados: vender, entretener, informar, crear estereotipos; la crítica es la educación que está llamada a repensar su papel en medio de este “capitalismo de ficción… donde la representación ha ganado la batalla y lo real se convalida por la realidad del espectáculo” (Verdu, pág. 11); lo cual tampoco significa hacer oposición y rebelarse en contra de las redes de comunicación e información; sin embargo para la escuela es urgente evitar caer en el paquete de productos que hoy se comercializan, y hacia el cual desafortunadamente camina a pasos rápidos.

Lo anterior se hace evidente en primer lugar, en el lenguaje utilizado: los discursos educativos en los últimos años ha iniciado una carrera vertiginosa hacia el cambio; atrás quedó el discurso académico relacionado con el conocimiento, la práctica y la argumentación; lo de hoy es el lenguaje de los negocios, por esta razón se habla de planes de mejoramiento, estrategias de evaluación, competencias, promoción, promoción anticipada, oportunidad y un sinfín de palabras que retumban como trompetas en las oficinas, las aulas y los pasillos de la escuela. Con el uso cotidiano de estos términos se habla de la educación como un producto que se exhibe y se vende en una vitrina; el conocimiento es negociable al mejorar estilo de las viejas prácticas de trueque donde lo importante es el tres o la nota, letra o símbolo que represente aprobado, o vendido en este caso, a quien luego de una estrategia de mejoramiento se le brinda una oportunidad para cambiar el resultado.

En segundo lugar, ese lenguaje de mesa de negocios respalda la educación para el mercado: entendido como mercado laboral; en consecuencia se habla de estándares, lineamientos y competencias que garanticen que el conocimiento sea impartido y recibido como en una fábrica de gaseosas: en cantidad y en serie para salir a la competencia; de este modo la escuela hoy se vende bajo el “innovador” nombre de turno de educación por competencias, acompañado de un buen slogan publicitario que define la competencia como “aprender hacer en el contexto”, pegajosa la frase para una campaña de venta por catálogos no para fijar las base de la escuela.

En este contexto la escuela sólo cumple dos funciones por un lado inundar su entorno de jóvenes con cartón de bachilleres y competentes en turismo, carpintería, agropecuaria, electricidad y lo que a cada institución educativa se le ocurra colocar en su plan de estudios, es decir formar mano de obra barata, y una vez el mercado este saturado de los perfiles formados la receta consiste en hacer una nuevas reformas al plan de estudios que se resumen en cambiar el nombre del modelo pedagógico y el perfil del egresado, y de nuevo a repetir el ciclo.

Por otra parte la escuela se transforma en una espectadora de las problemáticas sociales que la rodean con su slogan de “aprende hacer en el contexto” cualquier actividad se hace licita; en una realidad de violencia, droga, prostitución y delincuencia como la que vive el país, ¿qué escuela, modelo pedagógico o misión institucional le podría decir a sus estudiantes dedicados a la prostitución, a expender drogas, a la delincuencia o cualquier actividad ilícita qué no alcanzaron “los objetivos”?. Ninguna, o por lo menos ninguna que entienda la competencia como “aprender a hacer en el contexto”, pues todos esos jóvenes aprendieron a hace en su contexto.

Tercero, una educación que patrocina el facilismo y forma para el consumo de bienes y servicios. El facilismo es el punto de encuentro de un sistema educativo que obliga a repetir la evaluación y promover a los estudiante para “evitar los sentimientos de fracaso”, pero la realidad es que tras esa “preocupación” por el estado emocional de los jóvenes sólo hay afán por desocupar aulas y sillas para quienes viene atrás; así que finalmente el tan temido fracaso llega inevitablemente cuando se dejan los salones del colegio, y esté llega y les golpea el rostro a los hijos de la cultura del facilismo porque la realidad es que el fracaso en la vida laboral y académica, en la mayoría de los casos, está a la espera en la esquina del colegio.

Una educación donde los jóvenes saben que requieren del menor esfuerzo para alcanzar las metas no es una educación a largo plazo; es un paso por las puertas de la escuela para obtener un título básico que garantice la ocupación en el mercado, y de este modo, obtener dinero para el consumo de bienes y servicios.

¿Cuántos de los jóvenes de las aulas de la escuela realmente están capacitados para continuar una formación académica?, muy pocos por varias razones: primero el sentido de responsabilidad y esfuerzo es casi nulo, con el agravante de que es apoyado por la escuela y los padres; segundo muy pocos logran ingresar a la educación superior porque no tiene lo básico: leer, comprender analizar, y de esos pocos sólo unos cuantos se sostienen porque el esfuerzo es demasiado, entonces suceden dos cosas: se retiran porque nos soportan la responsabilidad y la presión o el sistema educativo los elimina y les sonríe mientras les dice “fracasados”; y tercero son muchos más los que no consideran la posibilidad de la educación porque lo importante es recibir un cartón que garantice el primer paso para obtener un empleo, y por lo tanto, dinero para gastar en bienes y servicios que cuando salen al mercado ya están obsoletos.

De este modo, la educación es concebida como los dioses de Pascal Bruckner: riqueza e innovación; la riqueza representada en los objetos escolares portátiles que ofrece el mercado: cuadernos, lápices, maletas y un sinnúmero de “útiles”, y por otra parte en productos de consumo que es “necesario” adquirir para hacer parte de la escuela: tenis, celulares, camisetas y varios accesorios; esta realidad hace más seductora la idea de trabajar para adquirir productos y servicios, qué continuar la formación académica que en muchos casos es sinónimo de sacrificio; y por otra parte, innovación en la está siendo reducida a copiar y pegar desde la red las ultimas actualizaciones de cualquier tema, que en ocasiones consiste sólo cambiar el color o el tamaño de letra.

Finalmente, la escuela en su afán de conservar los estudiantes en el sistema, estudiantes que representan ingresos, ha empezado peligrosamente a perder sentido común; y por lo tanto entra al patrocinio de la anomia; esto se hace evidente en la violencia creciente en contra de las normas, representadas en la escuela en los manuales de convivencia, que quedan reducidos a letra muerta y frases bonitas en un papel que son manipulables para evitar la deserción, los seguimientos, la perdida de plazas de docentes; asimismo nunca existe la última palabra, ni las decisiones definitivas porque siempre se está en la obligación de aplicar “planes de mejoramiento” que no pasan de la idea de innovación de Bruckner, en consecuencia, la norma y la autoridad se manipula, se justifica, se cambia, esta al servicio de quien la necesita, no de quien la merece; y esa lección es aprendida rápidamente por los estudiante, los padres de familia y el entorno, y confirmada por los medios de comunicación y la realidad del país.

Aunque, es evidente que la cultura mediatizada, de consumo y la globalización hacen parte de la realidad a la que hoy asiste la historia y que han cambiar la visión del mundo; el llamado a la escuela no pelear son los avances tecnológicos y científicos, sino repensar su papel en la sociedad: su obligación dejar de ser un producto al servicio de los grupos ecónomas, los gobiernos de turno y la anomia; por lo tanto es necesario resistir porque todavía a muchos hacer la fila para comprar un pasaje o hablar por teléfono, guardar la basura en la maleta o perder las horas en una biblioteca o frente aún computador no chateando o comprando, sino escribiendo historias que cambien esta realidad liquida.