21 – Adonaís Jaramillo

Adonaís JaramilloEl País

  1. La vitrina del alcalde

Cuando vimos, al comienzo del mandato de Aníbal Gaviria, un buzón con un mensaje en donde invitaba a los ciudadanos a comunicarse con Escríbale al alcalde”, nos alegró la cercanía, pero pasados los meses es muy probable que ese buzón se haya reventado por las peticiones privadas que seguro recibió; también por las quejas ciudadanas, de todo orden, que colmaban lo razonable. El espacio complejo de Medellín, necesitaba esa interlocución y unos resultados que, al final, nunca llegaron.

Y, el buzón efectivamente colapsó y devino, entonces, con otro nombre, no sabemos si para acomodarlo a la realidad percibida, o para distanciarse: La página pasó a ser: Atención al usuario”. Allí sí se mostró, el alcalde, distanciado del ciudadano, al que llamó usuario, como si el ciudadano que reclamara de la administración atención para resolver problemas sentidos en sus barrios, como la destrucción de las zonas verdes, cambiadas por cemento para parquear vehículos; reposición de los árboles talados; invasión del espacio público; destrucción de los andenes, para reemplazarlos por rampas y revestirlos de cerámica deslizante; invasión de vallas publicitarias, contraviniendo la ley, etc., fueran asuntos desdeñables, reclamo de meros servicios.

Gaviria no diferenció que era un servicio y que era la participación ciudadana, clave de la democracia y mecanismo mediante el cual se legitiman los poderes, escuchando y discerniendo.

Gaviria creó una retícula burocrática inextricable, inexpugnable a los ciudadanos, en donde la queja o denuncia trasmitida a través de la red no llegaba, o llegaba al agujero negro del zombismo, a burócratas ensimismados e indolentes, sin actitud de atender y resolver.

Despachar, de entrada, con un agradecimiento “por la colaboración”, sin resolver lo que se pide, es afrentoso. Y así pasó Gaviria, acompañado, en esas hojas de un cuaderno en blanco, de un personal totalmente ajeno a lo que significa gobernar con el apoyo de los ciudadanos participantes.

El espacio público objeto de tantas quejas, bien tutelado por la Constitución fue, en la práctica, ignorado por Gaviria, con todo y la parafernalia secretarial. Hoy la ciudad ha perdido un porcentaje importante de su espacio público cualificado, a causa de la omisión de sus funcionarios. ¡Triste balance!

Estos detalles, simples de atender e inspeccionar, en  el escenario donde discurre la vida ciudadana, le resbalaron, como cínicamente lo manifestó hace poco: “Tanto trabajo me alejó de la comunidad” (El Colombiano 31-12 – 2015). ¡Y así fue!

A Gaviria lo obnubiló el marketing, los slogans efectistas y definitorios: “Una ciudad para la vida”; “La nueva Medellín”; “la ciudad más innovadora”. El período se le fue en movilizar estos dispositivos y soportarlos en su obra publicitada, que lo sustrajo de la comunidad: su corredor perimetral, el borde urbano; el soterrado del río, fortalezas de su vitrina.

Mientras le ponía “bordes” a la ciudad, la Administración Municipal, por omisión, borraba los bordillos de las zonas verdes para viavilizar el parqueo de los vehículos. Y mientras firmaba contratos para el soterrado del río, la 80, la Avenida 80, quedó esperando la solución del tranvía.

Gaviria le puso una vela a dios y otra al diablo en materia de movilidad. Restableció la valorización para meterle más congestión a El Poblado, construyéndole más vías, en vez de llevarle cables.

Carlos Cadena y otros ciudadanos le mostraron diferentes escenarios, como el de la ciudad saludable, movilizándose en bicicleta, solución para enfrentar el colapso vehicular, pero sus proyectos viales ya sofocan las ciclorrutas ganadas.

Sólo queda pedirle a Federico, el alcalde elegido que hizo su campaña con VOS, que entre a la casa; que observe la ciudad; que atienda y que ponga a funcionar la participación ciudadana.

  1. Medellín, deprimida

No sabemos si el alcalde Gaviria tuvo la información suficiente para el proyecto de Parques del río, pero si la tuvo, la desoyó, o se hizo el faraón como ocurre siempre con los poderosos que subestiman las buenas razones y voces académicas cuando no les conviene.

Ya, por diciembre, se observa el soterrado con sus tamañas bocas preludio de la “nueva ciudad”, esa que no ve en el horizonte cosa distinta al cemento y vehículos que sofocan cualquier escenario, así al proyecto se le haya adornado en la superficie con un bosque sobre esa inmensa loza, donde Argos, con sus múltiples ojos, clava las raíces.

Ese espacio “conquistado” antes por el vecindario con la creencia de que aseguraba su tranquilidad, se perturbó con la promesa de que al final florecerían nuevos árboles en su superficie. ¡Habrá que verlos!, porque los que allí se talaron, parte de ese paisaje, no es tan fácil compensarlos.

Sobre esa loza, dicen, volverán a reverdecer los árboles, esos que han hecho simbiosis con el cemento, confinados en alcorques, esas jaulas donde se les aprisiona, para que respire el soterrado de siete carriles, se retenga el agua de riego y fluya el C02. Y no podría ser menos para esa exigencia ensambladora que despliega, con los urbanizadores, todas las desmesuras posibles.

Medellín, y lo olvidó Gaviria, que agotó toda suerte de calificativos para que la posteridad lo quiera recordar como El Alcalde de la Nueva Medellín, dejó por fuera el eslogan supremo: Medellín Parqueadero Universal, distinción de los ensambladores, porque la fijación por el cemento que lo obnubiló, se vio compensada, y de qué manera, al llevar a Juan Esteban, su pupilo de EPM, a la presidencia de ARGOS.

Un binomio, cemento y ensambladores, reductor de cualquier otra política, con titanes como Camacol, que le dispara cemento a las nubes (un acontista subversivo del mandamiento Greifiano que sí sabía hacer disparos a las nubes con sus poemas), para seguir sembrando las laderas de colmenas. Esas tumbas, que, al revés del soterrado, “símbolo de la ciudad faraónica”, son meros agujeros, alveolos para sepultar en vida a las miríadas deslumbradas que atrapa la “nueva Medellín”.

Las motos y los vehículos que la colman es su nuevo paisaje. Todos los espacios públicos, antejardines, andenes, zonas verdes, parques, templos, grandes superficies, lotes de engorde, ancones, muros donde los cuelgan o exhiben, como símbolos de poder, nos vuelve destino turístico para la insania.

Es lo que, bajita la mano, deja Gaviria, soterrado y con nadaito de perro: una ciudad parqueadero, parqueadero universal, destino de cementeros y de ensambladores.

¡Y, lo que queda de suelo, los parques cementerios, son ya propiedad horizontal!