20 – Gisela Atehortúa Vanegas

Gisela Atehortúa Vanegas

Gisela Atehortúa Vanegas | Patricia Díaz Bialet | Manuel Muñoz Uribe

Libro_Gisela_Desde los tejados
Portada del libro Desde los tejados

Magíster en Literatura de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Especialista en Literatura: Producción de Textos e Hipertextos de la misma Universidad y Comunicadora social de la Universidad Luís Amigó.

Ha publicado crónicas y reportajes en el Periódico El Santafereño de Santa fe de Antioquia y realizó durante dos años el programa radial el Vagón de contenido literario y musical en la emisora ondas del Tonusco del mimo municipio.

Pertenece a la planta de docentes de la Institución Educativa Santo Tomás de Aquino en el área Castellano y literatura y en la actualidad se encuentra vinculada al Programa Todos a Aprender del Ministerio de Educación.

La novela fue ilustrada por el Maestro en Artes Plásticas de la Universidad de Antioquia Luis Fernando Salgado González ypublicada por el sello independiente Pulso y Letra Editores de Medellín, dirigido por Carlos Gaviria Ríos.

 Presentaciones del libro:  El 7 de noviembre en el Parque Educativo municipio de Guarne, Antioquia, y el 13 noviembre  de 2015 en la Biblioteca EPM en Medellín, Antioquia.

presentacion_libro_gisela
Presentación del libro en Guarne, Antioquia, y en la Biblioteca de EPM

Comenta Luis Fernando Salgado González, ilustrador de la novela:

 “Desde los Tejados es un escrito fantástico donde los lugares y protagonistas pueden ser encontrados en cualquier lugar del mundo, es el lenguaje universal, donde lo efímero de la existencia y lo cambiante que son las ciudades que habitamos, son elementos esenciales de la obra cargándola de gran nostalgia y olvido, elementos que van y vienen en un absurdo sin sentido de lo cotidiano y por qué no de la vida misma”.

 Fragmento del libro:

El barrio I

Amanece. Amanece en la ciudad y con la llegada del amanecer despierta la furia de los pitos en la avenida, el rugir de los motores en el vecindario, el perifoneo de los vendedores de tintos, frutas y periódicos. El sol empieza a calentar el pavimento de este barrio que es de todos y de nadie, calienta el tejado de las pocas casas de este lugar, casas que son de todos y de ninguno; lentamente los habitantes del lugar ocupan las viejas calles cargadas de polvo e historias de entreuntaros, de sueños muertos a la vuelta de la esquina y, también, de sueños que han volado lejos de aquí.

Este es un barrio extraño en medio de la ciudad: las avenidas, los edificios, el tren,  el progreso pasaron  por su lado y lo dejaron en el olvido; tal vez por eso es que me recuerda a las fronteras entre los países, porque todo les pasa por el lado y las deja en el olvido, porque son de todos y de nadie, porque en ellas nacen y mueren los sueños y las historias de quienes las ocupan, aunque se da por un instante. En esta pequeña frontera los días y sus habitantes lucen diferentes cada día: son como fotografías que se desdibujan, como fantasmas sin calle propia para espantar, como aves de rapiña a la caza; pues aquí, como en las fronteras, las personas llegan y se van, y a su paso sólo dejan olvido. Me gusta este barrio. Me gusta este barrio porque por el aire viajan los sueños muertos de quienes lo pierden todo en las fronteras, la esperanza perdida de quienes quieren huir de las fronteras, los cadáveres insepultos de quienes se pierden en las fronteras.

La casa

Desde cualquier esquina del barrio, desde la estación del tren, desde la avenida o desde la terraza de los edificios vecinos; la casa de La Casera donde habitan los inquilinos desconocidos, solitarios, misteriosos y mala paga no se ve como cualquier casa del barrio.

En este lugar todas las casas son humildesy la sencillezde las paredes contrasta con los colores alegres de las puertas y las ventanas, con el sabor a comida de hogar, con el olor a limpio que despiden las paredes. Sin embargo,  la casa de La Casera es otra historia: la limpieza se ha ido y con tranquilidad el abandono ha entrado por la puerta, por las ventanas, por la paredes; es como si cada inquilino que ha ocupado estos cuartos al partir se  llevara en la maleta la limpieza, los pequeños detalles, el color de  las paredes y a cambio dejara oculto  en los rincones la  soledad, el abandono y el mugre que se confunde con el olor a polvo de la calle, con los papeles arrastrados por el viento que transitan por las aceras de este lugar; es como si cada inquilino al partir ocultara tras las puertas una parte de las ilusiones perdidas que lleva a cuestas.

En esta casa no hay cortinas, ni cuadros, ni comedor, ni mesas en la sala, sólo hay puertas cerradas con candados de todos los tamaños y matas muertas sembradas en materas que sirven de cenicero; no hay una sala bonita, con mesa de centro, porcelanas y jarrón con flores a un costado, pero si hay tres muebles verdes de flores mugrosa que sirven de muebles, de comedor, de cama y de motel; no hay una mesita para el teléfono con una silla al lado para hacerle la visita a los amigos que no se desean ver y a los familiares que se desean olvidar, pero si hay un teléfono monedero que funciona con monedas de cien pesos y que siempre, como todos los teléfonos públicos, está ocupado o dañado.