20 – Carlos Quevedo

Carlos Quevedo

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Antigüedades

Una tienda de antigüedades. Guy, un muchacho joven, está sentado detrás del mostrador abrillantando una pieza. Suena un timbre, Guy abre con un pulsador y entra Pablo, frisando los cincuenta, lleva gafas y viste elegantemente, con sombrero. Tras hacer un gesto de saludo se dedica a curiosear. Sus acentos serán distintos.

GUY.- ¿Puedo ayudarle?

PABLO.- Gracias, sólo quiero echar un vistazo.

GUY.- Perfecto.

Tras unos segundos durante los que Guy mirará furtivamente a Pablo, éste coge un determinado objeto y dirige al mostrador donde Guy sigue abrillantando la pieza.

GUY.- ¿Le gusta?  Es una maravilla… una auténtica reliquia.

PABLO.- Es española, ¿no?

GUY.- Sí, gótica.

PABLO.- Veo que tienen muchas piezas españolas.

GUY.- Sí, son una de nuestras especialidades.

PABLO.- ¿Cuál es su precio?

GUY.- Es usted quien debe fijarlo… La virgen vale lo que vale.

PABLO.- Ya. (Pausa) Usted, no será el dueño. Es tan joven.

GUY.- No, el dueño es el señor Escolar.

PABLO.- ¿El señor Escolar? Me gustaría tratar del precio con él.

GUY.- De acuerdo, ahora no está, pero no tardará en volver.

PABLO.- Entonces, volveré más tarde.

Pablo sale de la tienda. Guy saca una escalera y un cubo y se pone a limpiar los cristales. Inmediatamente llega Rafael, sobre los cincuenta años, muy atildado, con un paquete de regalo.

GUY.- Qué madrugador.

RAFAEL.- Me encanta verte haciendo algo útil.

GUY.- Alguien tiene que hacer la limpieza.

RAFAEL.- Cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer. ¡Baja de ahí!

GUY.- Cuando termine.

RAFAEL.- Baja te digo. Esto es para ti.

GUY.- ¿Para mí? ¿Por qué?

RAFAEL.- Por qué, por qué. Porque me apetece, ¿no es bastante motivo?

GUY.- (Sonríe) ¿Qué es?

RAFAEL.- Ábrelo y lo verás.

GUY.-(Desenvolviéndolo atropelladamente) Una camisa. ¡Es fantástica!

RAFAEL.- Venga, pruébatela.

GUY.- ¿Ahora?

RAFAEL.- Ahora mismo. Estoy deseando ver cómo te queda.

GUY.- (Mientras se pone la camisa) Me estás acostumbrando fatal.

RAFAEL.-(Ayudándole a abotonársela) ¡Qué dices! Te trato cómo te mereces.

GUY.- Esta seda es un capricho, gracias (le besa) Ah, se me olvidaba, ha estado aquí  un caballero que se ha interesado por esa virgen gótica española. Parecía distinguido, de los que compran. Quería hablar con el dueño.

RAFAEL.- Si de verdad está interesado, volverá. (Pausa) Guy, ¿has pensado ya lo que te propuse?

GUY.- (Azorado, quitándose la camisa) La verdad, no sé si es buena idea.

RAFAEL.- Ideas, ideas, con las ideas no se va a ninguna parte. Yo te quiero y tú me quieres. Eso es lo único que importa, ¿o no?

GUY.- Sí, desde luego. Pero no es tan fácil. Tengo miedo de estropearlo.

RAFAEL.- ¿Estropearlo? ¡Qué tontería! Lo nuestro nadie puede estropearlo. Y nada interesante ha sido nunca fácil. (Pausa) Me harías muy feliz, sabes que lo estoy deseando…

GUY.- Bueno, si tú crees que es buena idea.

RAFAEL.- No, no es buena idea, es la mejor. Mira, lo que vamos a hacer, esta noche cenamos en esa brasserie de la Damrak donde nos descubrimos. Y me dices sí (le besa). Mañana trasladamos tus cosas y te instalas. ¿Qué me dices?

GUY.- Si estás tan seguro.

RAFAEL.- Claro que estoy tan seguro. Bueno, voy dentro a seguir con el inventario.

GUY.- Y yo con mis cristales… Cada uno con lo suyo.

A los pocos segundos suena el timbre. Pablo está en la puerta.

GUY.- Rafael, es el señor de que te hable.

RAFAEL.- Abre, enseguida salgo.

GUY.- Me alegro de verle de nuevo.

PABLO.- Yo también. ¿Está ya el señor…?

GUY.- Escolar. Sí, sí, ahora mismo viene.

Entra Rafael. Guy se sube a la escalera y sigue limpiando los cristales.

RAFAEL.- Buenos días, usted dirá.

PABLO.- Tiene una tienda muy interesante, señor Escolar.

RAFAEL.- Gracias, al menos, lo intento.

PABLO.- No es raro… Siempre has tenido buen gusto.

RAFAEL.- Disculpe, ¿nos conocemos?

PABLO.- Me parece que sí.

RAFAEL.- Lo siento, no creo haberle visto antes.

PABLO.- Pues sí, nos hemos visto antes. (Con sorna) Antes de que te dedicarás al honrado comercio.

RAFAEL.- (Alterado) Creo que está usted en un error, no le recuerdo.

PABLO.- Ya. Siempre has sabido tener muy buena mala  memoria,  Lucas.

RAFAEL.- (Sobresaltado) Insisto, está usted equivocado. Mi nombre es Rafael,  Rafael Escolar.

PABLO.- Ya. Pues yo también soy español. Quizás eso te diga algo.

RAFAEL.- No, no. Absolutamente nada.

PABLO.- Pues es una pena. Porque he venido hasta aquí por algo. Algo que tú me debes, Lucas. Y si ya no te “acuerdas”, no me quedará otro remedio que recordártelo.

Guy baja apresuradamente de la escalera y se sitúa entre ellos.

GUY,- Señor, está usted en un confusión. D. Rafael no le conoce.

PABLO.- Tú eres demasiado joven para conocer a “D. Rafael”… pero acabarás conociéndole en cuanto tenga ocasión de traicionarte.

RAFAEL.- No le permito que…

PABLO.- (Interrumpiendo) No me permites (riendo) ¡Tú no me permites! (Intenta agarrarle. Guy se interpone).

GUY.- ¡Señor!

PABLO.- Mohedano, Pablo Mohedano.

GUY.- Si no se comporta, tendrá que marcharse.

PABLO.- Jovencito, será mejor que siga con sus cosas y nos deje a Lucas y a mí resolver las nuestras. (Se quita el sombrero y las gafas).

GUY.- (Alarmado) Si no se va, llamaré a la policía.

PABLO.- ¿La policía?… No sé si al señor Escartí eso le parecerá buena idea.

Guy mira a Rafael esperando alguna reacción.

RAFAEL.-(Cabizbajo) No es para tanto, Guy… ¿Por qué no vas a recoger el correo?

GUY.- No, yo no te dejo aquí solo.

PABLO.- Haces mal. Dejarte solo es lo que suele hacer él. A la menor ocasión.

GUY.- No, no me voy. Seguiré con mis cristales.

RAFAEL.- Como quieras (Larga pausa) ¿A qué has venido?

PABLO.- A verte. A saber que has hecho con nuestro dinero…

RAFAEL.- ¿Qué querías que hiciese? No fue culpa mía.

PABLO.- No, claro, que no.  Tú sólo te largaste y dejaste que cargarán a mí con el mochuelo… Y eso que el plan era tuyo. Un plan perfecto, ¿recuerdas?

RAFAEL.- Fue mala suerte que te descubrieran. Una imprudencia que volvieses por allí. Siempre has sido un temerario.

PABLO.- Claro, la culpa es siempre de los otros. Y, después, para qué comprometerse… ¡Qué te importa a ti si tu cómplice se pudre en la cárcel! El muerto, al hoyo , y el vivo ,al bollo.

RAFAEL.- Está bien, me pudo el pánico. Tenía que largarme… ¿De qué hubiese servido que también yo terminase en la cárcel?.

PABLO.- Claro, tienes razón. ¿De qué hubiera servido?

Suena el teléfono.

RAFAEL.- Aló. Sí, sí Escolar al habla… Sí, por supuesto que me interesan… No, sin verlas no puedo decirle nada… ¿Hoy?… No, imposible, tendrá que ser mañana… Como quiera, pero nadie la dará mejor precio por esas piedras que yo, puede estar seguro… De acuerdo, entonces, le espero mañana.

Mientras se desarrolla la conversación, Pablo ha cogido la virgen gótica.

PABLO.- Vaya, vaya, las piedras. Veo que no has perdido las viejas costumbres. Está bien guardar alguna fidelidad…

RAFAEL.- Necesitas dinero. No te preocupes, te lo daré. Lo que quieras.

PABLO.- Claro, que los diamantes son fríos cristales. Y más aquí, en Amsterdam, con tantos canales (Pausa) Mucho mejores que los amigos. Nunca abandonan a nadie. (Arroja violentamente la virgen contra el suelo, se hace añicos).

Guy baja de la escalera, duda y finalmente se pone a recoger los pedazos.

RAFAEL.-(Sollozando) Por favor, por favor. Perdóname. Pídeme lo que sea.

PABLO.- Claro, lo que sea. Las ganas de vivir. La ilusión de confiar en alguien. La amargura de que te venda… a quien amas. Quien dice que te ama. (Saca una pistola). ¿Es eso lo que vas a devolverme, Lucas?

Guy llega silencioso hasta ellos.

GUY.- Señor, guarde eso, es peligroso. Incluso para usted.

PABLO.- No, hijo, no, para mí ya no hay nada peligroso ¡ Bájate los pantalones, Lucas!

RAFAEL.- Estás loco, Pablo. ¿Qué vas a hacer? ¿Matarme?

PABLO.- No, la muerte es demasiado rápida.

Oscuro. Se oye un disparo.

Chicago, septiembre 2015